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La persona que me hizo daño era un...

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Cuando esto ocurrió, también experimenté...

Bienvenido a Our Wave.

Este es un espacio donde sobrevivientes de trauma y abuso comparten sus historias junto a aliados que los apoyan. Estas historias nos recuerdan que existe esperanza incluso en tiempos difíciles. Nunca estás solo en tu experiencia. La sanación es posible para todos.

¿Cuál cree que es el lugar adecuado para empezar hoy?

“Tú eres el autor de tu propia historia. Tu historia es tuya y solo tuya a pesar de tus experiencias”.

Mensaje de Sanación
De un sobreviviente
🇨🇴

poder seguir adelante y pasar un poco la pagina

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  • Historia
    De un sobreviviente
    🇨🇴

    No tengo recuerdos claros y siento mucha culpa

    Mi historia es un poco larga. Cuando tenía 15 años o 16 años, vino a mi mente el recuerdo de cosas que habían ocurrido cuando yo tenía entre 4 y 5 años. Dos tíos abusaron de mí. Los recuerdos sobre esto nunca han sido claros y ahora, muchos años después, todo se ha vuelto más lejano y confuso y he dudado varias veces de mí misma y de mi historia. Hay otras cosas que pasaron en mi infancia que sí recuerdo con más claridad: cuando tenía entre 7 y 8 años, vi a mis papás teniendo relaciones sexuales a mi lado (esa noche me había pasado a dormir con ellos en su cama). Tiempo después, se repitió la situación, pero con mi padrastro y mi mamá. También cuando tenía entre 7 y 8 años, estaba revisando unos CD'S en el DVD que había en la casa para marcarlos según el género musical o según la película que fuera. Uno de los CD'S, era una película porno. Como casi siempre, me encontraba sola en mi casa, entonces la vi completa. No recuerdo si me masturbé. Sé que desde muy niña me frotaba con peluches, muñecas y otros objetos, aunque sin mucha conciencia de lo que hacía, pero estaba presente el miedo a ser vista. Hay algo que me atormenta en este momento: cuando tenía 6 o 7 años, mi prima (ella un año mayor) y yo jugábamos a imitar algunas posiciones de un libro de kamasutra que había en su casa. También tengo leves recuerdos de una vez que, mientras nos bañábamos, frotamos nuestras partes íntimas. No sé si esto se dio en el marco de una curiosidad bilateral y por el contenido del libro al que habíamos estado expuestas o si fui yo quien generó la situación y la persuadió a ella de hacerlo o si la manipulé. No recuerdo que haya sido así, pero me da miedo que sí. ¿Y si imité lo que hacía mis tíos conmigo o lo que vi en contenido al que estuve expuesta? Siento miedo, culpa y vergüenza. Además, hace medio año, recordé que cuando tenía 10 años y cargué a mi hermanita en mi piernas (que estaba como de un mes), sentí un estímulo placentero en mi zona íntima por el contacto. Cuando esta imagen vino a mí (tampoco fue clara, como mis otros recuerdos) sentí culpa, pero no escaló a más porque entendí que fue una reacción física y nada más. Pero luego no podía dejar de pensar en ello y me cuestionaba si había prologando o intensificado el contacto y sentí muchísima culpa, asco y vergüenza. Fue tan fuerte, que tuve un episodio de TOC y siento que aún no he podido salir de ahí, porque ahora me inundan las dudas sobre lo sucedido con mi prima.

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  • Mensaje de Esperanza
    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Siempre existe la opción de irse o quedarse.

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  • “Estos momentos, mi quebrantamiento, se han transformado en una misión. Mi voz solía ayudar a otros. Mis experiencias tenían un impacto. Ahora elijo ver poder, fuerza e incluso belleza en mi historia”.

    Mensaje de Sanación
    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Será necesario hacer un cambio pronto.

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  • Historia
    De un sobreviviente
    🇨🇦

    Name, solo tenía 6 años

    Tenía alrededor de 6 años, cierro los ojos y es cómo si volviera a vivir en carne propia el recuerdo, me acuerdo del ruido de la televisión, el olor del desayuno que estaba comiendo, yo solo estaba viendo caricaturas. El, un hombre de alrededor 50 años me cargó y me acomodó en sus piernas, y deslizó su mano por debajo de mis panties, TENÍA 6 AÑOS y ahí empezó mi historia de abusó sexual, una historia que me hubiese gustado no tener que experimentar. Yo hablé ya que mi mamá siempre me había enseñado a que nadie podía tocar mis partes pero en ese entonces mi mamá no tenía los recursos, vivíamos en casa de una prima (la hija de mi abusador) y nadie me creyó, dijeron que era mi imaginación. Otros sucesos pasaron cometidos por la misma persona, me arrebató mi inocencia y me rompió en pedacitos… pese a que yo hablé la primera vez, las otras veces me quedé callada porque nadie me creyó, nadie me protegió y nadie me escuchó más que mi mamá pero en ese entonces ella estaba luchando con un problema de alcoholismo y toda la familia nos dio la espalda. Después de un tiempo dejé de ver a mi abusador pero a los 8 años me volvió a pasar pero esta vez por el esposo de mi tía (la hermana de mi mamá) ellos han sido casados desde que mi tía tiene 16 años hasta el presente. Fuimos de visita a casa de mi tía, era diciembre entonces mi mamá salió con mi tía a comprar cosas para la navidad, yo, mi hermano y mi primo (hijo de mi tía) nos quedamos al cuidado del esposo de mi tía, el en ese entonces era oficial de la policía. Yo estaba jugando con mi primo y mi hermano cuando él me llamó, él estaba sentado en la mesedora viendo las noticias cuando me sentó en sus piernas y yo inmediatamente me paralice puesto que la última vez que alguien me sentó en sus piernas me manoseo, esta vez fue diferente, solo me acaricio las piernas y yo solo sentí cómo algo duro me rozaba mis glúteos, me paralicé y no sabía que hacer, hasta que tuve la fuerza y me bajé. Nunca hablé de mi segundo abusador y nunca lo he hecho, yo ya no vivo en Colombia pero cuando voy me toca actuar cómo si nada aunque por dentro sienta tantas cosas. Por mucho tiempo reprimí todo lo que me pasó, siempre decía que no me afectó y ahora a mis 22 años me está atormentando. Estoy comprometida con el amor de mi vida, siento que ha sido un regalo que Dios y la vida me dio después de tanto tormento pero hay veces que cuando vamos a tener intimidad y me toca siento una rabia en mi, ese tipo de rabia que te dan ganas de pegarle un puño en la cara a esa persona, y no lo entiendo, el no me ha hecho nada? El solo me ha ayudado y me ha tratado con amor y me ha demostrado lo mucho que me respeta y me ama, siempre quise evadir el tema y reprimirlo, no hablar de ello y pretender cómo que no me afectó pero ya llegué a un punto donde me dan unos ataques de ira que ni yo me reconozco, donde termino lastimándome a mí misma o sacando esa ira en mi prometido, hace unas noches por fin en medio de una ataque de ira donde terminé azotandome la cabeza en la pared solo repetía “no me deja en paz, me persigue, sácalo de mi cabeza” estaba en un estado de crisis y mi prometido solo pudo sujetarme en sus brazos mientras me preguntaba quién me perseguía y fue la primera vez que dije su nombre en voz alta, “Name, el hombre que me violo y me robo mi inocencia no sale de mi cabeza” no podía hablar, las lágrimas y gritos de desesperación eran más que las palabras, en ese momento me di cuenta que no importa cuánto allá crecido aquella niña de 6 años sigue dentro de mi, está enojada, está triste y rota. Mi pareja es abogado entonces el fue quien me habló sobre me too movement, me dijo que me hiciera justicia y lo denunciara pero que si no me sentía lista por miedo que navegara las opciones que me too ofrece y que quizá empezara por contar mi historia, por unos días habría la página y solo me quedaba paralizada, pero hoy me anime, ya no merezco ser prisionera de un dolor que no fue mi culpa aunque por mucho tiempo he sentido que lo es, me siento perdida y no quiero que mi pasado defina mi presente, la vida me está dando oportunidades bonitas pero mi abusó sexual no me deja avanzar, cómo me saco esta rabia que siento por dentro? Porque me volví un ser tan agrio y amargo, porque me enojo por todo? Porque no puedo disfrutar la intimidad con mi pareja si es delicado conmigo? Parece que entre más delicado es más rabia siento por dentro. Me siento muy sola y perdida. Quiero este dolor fuera de mi

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  • “Para mí, sanar significa que todas estas cosas que sucedieron no tienen por qué definirme”.

    Historia
    De un sobreviviente
    🇦🇺

    Justicia por violación marital

    Antes de mudarme a California, viví en Pakistán. Esta historia es de 2008. Mi madre me convenció de casarme con un hombre acomodado, a pesar de que yo quería casarme con alguien que me había gustado en la universidad. El hombre con el que me casé tenía un carácter muy amable y respetuoso. Le conté la situación, pero me dijo que me enamoraría de él si le daba tiempo a la relación. Acepté con la condición de que durmiera en una habitación aparte y que no hubiera intimidad mientras yo decidía si lo aceptaba o me divorciaba. Poco a poco, intentó conquistarme. Primero, pidiéndome que me besara los pies, luego masajeándome las piernas y los hombros. Un día, como siempre, me pidió que me besara los pies mientras veía la televisión. Lo pillé mirando hacia abajo desde mi camisón. Me molesté. Se disculpó, pero luego me pidió que me masajeara los hombros. Acepté. Mientras me masajeaba los hombros, me levantó los brazos y me lamió las axilas. Me molesté mucho. Lo aparté y corrí al baño. Cuando salí, me agarró, me empujó al dormitorio, me obligó a subirme a la cama, me ató las muñecas y ató la cuerda a una silla cerca de la cama. Le rogué que parara y me resistí con todas mis fuerzas, pero me penetró. Empecé a llorar. Se disculpó, pidió perdón, pero no pudo haber perdón. Mi tía (en la policía) lo arrestó. Pedí el máximo castigo posible para él. Le dieron 10,5 años de prisión rigurosa, 200 latigazos y también me pagó una gran multa. Participé personalmente en azotarlo. Más tarde lo perdoné y su sentencia fue conmutada por latigazos. Finalmente nos divorciamos, pero me sentí satisfecha de que se hiciera justicia en este caso y finalmente me casé con mi amor de la universidad.

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  • Mensaje de Sanación
    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Creo que Dios me ha dado una segunda oportunidad y no la voy a desperdiciar. Soy muy feliz y tengo paz en mi hogar. La gente siente lástima por mí porque no tengo contacto con mi familia, pero lo que no entienden es que tengo paz. La paz es mucho más importante que la familia después de lo que he pasado. Tengo un perro de servicio para protegerme de ellos. Es una pitbull y me protege muchísimo. Así que si vienen por mí, más vale que sea con un arma porque es la única manera de que me atrapen. También tengo un gato y ahora es mi familia. Dios me ha bendecido inmensamente desde que dejé el abuso. La Biblia dice que Dios te dará el doble de lo que has perdido debido al abuso. Puedo dar fe de eso. Tengo un hermoso apartamento que es un edificio seguro, así que no puedes entrar a menos que tengas una llave. Vivo en un segundo piso, así que no pueden entrar a robarme. Mi exmarido y mi hija entraron a mi otra casa, robaron mis dos bulldogs ingleses y los mataron solo para hacerme daño. He tenido que mudarme cinco veces porque me siguen encontrando. No ayuda que si buscas el nombre de alguien en Google, puedas averiguar dónde vive. Además de enseñarle al sistema legal sobre el abuso, internet también necesita aprender cómo la gente lo usa no para bien, sino para abusar. Dios me ha bendecido con un coche precioso, una GMC Acadia Denali. Si alguno de ellos lo supiera, se pondría furioso porque su objetivo era destruirme. Dios no iba a permitir que eso sucediera.

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  • Creemos en ti. Eres fuerte.

    Historia
    De un sobreviviente
    🇪🇸

    Esa noche mi hermano me tocó.

    No sé si lo que me hizo mi hermano se puede clasificar como abuso sexual. Me estaba quedando a dormir en su casa. Era tarde por la noche y estábamos viendo una película. En un momento dado, me preguntó si podía empezar a acurrucarme. De hecho, acepté, ya que somos muy cercanos y ambos disfrutamos del afecto físico. Mientras hacíamos cucharita, metió la mano debajo de mi camisa. No dijo nada, y yo tampoco. A medida que avanzaba la noche, alternaba entre caricias, besos en la cabeza o en un lado de la cara, y palabras de cariño. Le acaricié el brazo distraídamente porque me sentía incómoda allí tumbada. Finalmente, me preguntó "¿está bien?", refiriéndose a su mano subiendo lentamente por mi estómago. Le estaba dando el beneficio de la duda y seguía pensando que la acción era platónica, además de que me sentía bien, además de que soy tímida y me cuesta la confrontación, así que mi cerebro piensa que decir "no" a la gente es provocarla, así que dije "sí". En realidad no quería decirlo. No creo que quisiera decir "no", claro. No creo que quisiera decir nada en absoluto. Estaba cansada. Los dos lo estábamos. Sus caricias progresaron suavemente hasta el punto de acariciar la parte inferior de mis pechos. Fue entonces cuando empecé a cuestionar sus intenciones. Volvió a preguntar "¿está bien?". Volví a decir "sí". Cuando terminó la película, me asusté. La había estado usando para distraerme de lo que estaba pasando, y temía que, al no haber distracción, centrara toda su atención en mí e intentara hacer algo; así que me incorporé. Me apretó ligeramente la parte inferior del pecho mientras lo hacía, quizá a propósito, quizá por reflejo. Cuando se dio cuenta de que me estaba alejando de verdad, retiró las manos, dijo: "Lo siento. Tu hermano es un bicho raro", y se levantó para ducharse. Creo que en ese momento empecé a entrar en pánico. Fue lo que confirmó mis sospechas de que sus caricias realmente tenían una intención sexual. Había estado intentando engañarme a mí misma creyendo que eran afecto inocente, pero esas palabras me obligaban a afrontar la realidad de mi situación. Recuerdo que no paraba de hablar de temas sin sentido mientras desayunábamos porque temía que sacara a relucir lo que acababa de pasar y quisiera hablar de ello. No quería hablar de ello. Quería fingir que nunca había pasado. Todavía lo intento. Pero me atormenta. Él y su esposa (que habían estado durmiendo plácidamente en su habitación toda la noche) se fueron temprano por la mañana de luna de miel (yo estaba allí para cuidar la casa y había ido la noche anterior para pasar el rato con ellos antes de que se fueran). Una vez sola, me fui a dormir tranquilamente a su cama (con su permiso e insistencia, ya que no había otras camas en el apartamento). Mientras intentaba dormirme, aún podía sentir sus manos sobre mí, como una caricia fantasma. Me derrumbé en ese mismo instante. Me sentí culpable y asquerosa por no haberlo parado y por haberlo disfrutado también. Sentía que tal vez yo era la rara, y tal vez yo la que estaba convirtiendo esta interacción en algo inapropiado. Las semanas siguientes, intenté reprimir mis sentimientos. Unos días antes de Navidad, estaba en un avión con mi madre, a punto de empezar nuestras vacaciones. Estaba cerca de la regla y tenía los pechos sensibles. Eso desencadenó algo en mí y de repente lloré ahí mismo, en público. Ese dolor vago me recordó la sensación de aquel apretón que me dio en el pecho. Mi madre me vio a punto de llorar, pero mentí y le dije que era solo porque estaba cerca de la regla y me sentía deprimida (llevó un tiempo luchando contra la depresión, y ella lo sabía). Durante el viaje, tuve flashbacks aleatorios de esa noche, a veces incluso acompañados de náuseas. Sentía que estaba exagerando mi reacción mental, ya que no me habían violado y no debería estar traumatizada por un contacto que apenas puede considerarse íntimo. Al volver a casa, hice algo de lo que no sé si me arrepiento: hablé con él. Le envié un mensaje largo (vive en otra ciudad, lo que me dio más seguridad al confrontarlo) del que apenas recuerdo nada, salvo que mencionaba "esa noche" y cuánto me había afectado. Me derrumbé al escribirlo, y probablemente no era muy coherente. Mi hermano me envió muchas respuestas cortas en ráfagas rápidas al verlo. Se disculpó profusamente. Dijo "No sé qué me pasa", "Buscaré ayuda psicológica", entre muchas cosas que no recuerdo. Eso me asustó un poco. ¿Para qué necesitaba ayuda psicológica? ¿Estaba admitiendo que tenía impulsos que no podía controlar? Pero no dije nada al respecto. Tenía miedo de acusarlo, y me aseguré de aclarar que yo también era culpable por no poner límites. Ambos nos respondíamos sin pensar. Estábamos en pánico y llenos de adrenalina. Tenía miedo de perderlo. Era mi único vínculo en la ciudad donde vivíamos (muy lejos de la nuestra, donde viven nuestros padres y mis amigos). No quería molestarlo, porque es una persona muy sensible y ya me sentía culpable por cómo reaccionaba. Resolvimos el asunto por mensaje. Pero no lo hicimos. En absoluto. Fingí que sí, pero seguía atormentada por las dudas y la paranoia. Más que las caricias, lo que me atormentaba eran sus palabras: "Lo siento. Tu hermano es un bicho raro". Me conmovieron profundamente. Solo quería negar lo sucedido, pero esas palabras no me lo permitieron. La historia continúa hasta el día de hoy, pero no quiero escribir demasiado sobre las consecuencias de "esa noche", ya que escribiría demasiado y quiero centrarme en si fue un caso de abuso. En este punto, me siento un poco más centrada y capaz de aceptar que lo sucedido tuvo un trasfondo sexual. Todavía me siento avergonzada y culpable. Consentí algunas caricias. No estoy segura de si quería, pero lo hice. Normalmente, eso me haría pensar que fue un encuentro consentido y que ahora simplemente me arrepiento, pero hay muchos factores que también contribuyen a mi creencia de que esto también podría ser un caso de abuso. En primer lugar, mi hermano tenía 38 años en ese momento. Yo tenía 20, lo cual sí, es una adulta, pero aun así; él es mi hermano mucho mayor. Ya era casi un adulto cuando yo nací. Ha sido una figura de autoridad toda mi vida, aunque le gusta fingir que no lo es. Es un poco despistado en cuanto a lo que es apropiado o no en contextos sociales, pero creo que alguien de su edad debería saber que no debe meter la mano bajo la camisa de su hermana pequeña y subir tanto por su cuerpo que sus dedos rocen su areola. En segundo lugar, soy neurodivergente, aunque no se lo dije en ese momento. Sin embargo, cuando se lo conté, me dijo que ya sospechaba. A pesar de eso, siempre he sido callada y retraída, así que me molesta que empezara a tocarme bajo la apariencia de afecto inocente y luego esperara que yo pudiera expresar mi incomodidad cuando la situación se intensificara sin que él especificara qué iba a pasar. Tampoco creo que su forma de buscar consentimiento fuera nada productiva. Solo me preguntó si dos caricias específicas estaban bien, y solo después de empezar a hacerlas. No pidió permiso explícito para nada, salvo para los abrazos al principio. Lo que quiero decir es que yo era vulnerable. Soy joven, inexperta, autista, y él siempre ha sido un apoyo emocional y casi una figura paterna para mí. No sé cómo puede ser tan ingenuo como para pensar que no tiene ningún poder sobre mí. Quizás sí lo sabe, pero no estaba pensando en ese momento. Sigo sin entender por qué me tocaría así. Me consuela un poco pensar que quizás no tenía ningún control sobre ello después de todo. Pero no lo sé. Quizás sí. Soy adulta, después de todo. Y creo que se habría detenido si se lo hubiera dicho. Pero definitivamente nunca di mi consentimiento entusiasta. Me siento traicionada. Me siento perdida. Me siento enojada. Me siento triste. Llevo meses evitando pensar en ello. Esta noche, todo me volvió a la mente y me derrumbé de nuevo. De verdad que no sé qué hacer. No quiero contarle a nadie cercano lo que pasó porque me da vergüenza. Y desde luego no quiero contárselo a mis padres. En cierto modo, quiero cortar lazos con él, pero al mismo tiempo no lo hago porque creo que está arrepentido y no quiero entristecerlo. No puedo evitar ser ingenua. No sé si eso me reconforta o me avergüenza.

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    De un sobreviviente
    🇺🇸

    ¿Cómo llamo a esto?

    Empecé a salir con él en la universidad. Recuerdo que me llamó la atención el día que lo conocí: su risa, su curiosidad por el mundo y su sonrisa al hablar. Nos conocimos durante horas tomando el té y empezamos a salir al final de mi último año. Yo iba a la facultad de medicina en una ciudad a cuatro horas de distancia y estábamos decididos a que la distancia funcionara. Fue mi primer novio, y después de que la COVID-19 mermara la experiencia universitaria, estaba emocionada de haber encontrado a mi media naranja. Fui increíblemente feliz al principio de nuestra relación, pudiendo hacer cosas por primera vez con un novio y experimentando lo que era ser deseada y amada románticamente. Las sensaciones eran embriagadoras. En mi ingenuidad de una primera relación, sobre todo de mi primera relación seria a los 21 años, no cuestioné seriamente los comportamientos que vi en mi pareja. Tómalo como resultado de mi limitada exposición a relaciones sanas en la infancia o de mi miedo a admitir que algo andaba mal. La parte más extraña para mí, como alguien nueva en las relaciones, era gestionar mi propia relación con el sexo. Disfrutaba del sexo, sobre todo con alguien a quien amaba, y estaba convencida de que siempre debía ser capaz de satisfacer sexualmente a mi pareja, ya que ahora éramos exclusivos y yo era su novia. Apreciaba saber que me deseaban, y mi pareja disfrutaba de la intimidad conmigo. Esto funcionó durante un tiempo, hasta que empecé a necesitar establecer límites y priorizar mi necesidad de dormir y mi capacidad para desenvolverme bien en el ambiente de alta presión de la facultad de medicina. Esta es la historia de una noche que ocurrió tantas veces que no pude contarlas en mi relación, tan a menudo que sabía que iba a ocurrir cada vez que él venía de visita. Había noches en las que necesitaba dormir temprano porque necesitaba dormir bien antes de un examen o estar bien descansada para otro día de prácticas en el hospital. Serían sobre las 10:30 p. m., me preparaba para ir a la cama, sabiendo que dormiría unas 7 horas decentes si me acostaba a las 11. Él estaría trabajando o terminando su trabajo, y yo le recordaba que necesitaba dormir para poder descansar lo suficiente para el día siguiente. Su trabajo le consumía mucho tiempo y solía trabajar hasta tarde, así que nunca lo presionaba para que se acostara cuando tenía algo que hacer. Sin embargo, lo único que le recordaba era que quería estar dormida a las 11. Si quieres tener un momento íntimo, por favor, termina pronto porque necesito dormir. Me cepillaba los dientes, me metía en la cama y él decía que estaba terminando. Hacía todo lo posible por mantenerme despierta hasta las 11, navegando por TikTok o Instagram, esperando que la luz azul hiciera su trabajo. 10:55. Cierra su portátil y se dirige al baño. Intento mantenerme despierta. 11:05. 11:10. 11:15. 11:20. Escucho la cisterna del inodoro y la ducha abrirse. Ya no puedo luchar contra mi agotamiento, tal vez sea la frustración, el estrés de estudiar, o simplemente el agotamiento de cocinar, limpiar, empacar almuerzos y desayunos y hacer la cena para dos personas siendo estudiante de medicina. Me duermo. 11:45. Me despierta él deslizándose en la cama y me doy vuelta para acurrucarme en su pecho. Me atrae para abrazarme, me acaricia la espalda y me besa la cabeza. "¿Quizás quieras tener un momento sexy?", me pregunta. Esta es una pregunta que conozco muy bien en esta situación exacta que ha jugado demasiadas veces para contar en nuestra relación. Respondo como siempre lo hago, convenciéndome de que esta vez, voy a mantenerme firme. “Cariño, es muy tarde y te dije que necesitaba dormir, no quiero tener sexo, estoy muy cansada”. “¡No pasa nada! Entonces, ¿quizás podemos hacer algo más que sexo?”. La danza entre nosotros ha empezado, y sé que necesito dormir de verdad, pero que se va a quedar callado y distante al día siguiente si sigo negándome. Me digo a mí misma que necesito priorizar mi sueño ahora mismo, y que se le pasará no tener sexo en una noche. Me desconcierta que piense que hacerle una mamada es menos agotador que tener sexo y que, de alguna manera, todavía está bien pedirla cuando le dije que estaba muy cansada y necesitaba dormir. “Cariño, por favor, estoy muy cansada, no tengo energía para hacerte una mamada”. “No pasa nada, podemos hacerlo por la mañana entonces”. Odio hacer compromisos que no puedo cumplir y odio que alguien me haga lo mismo. Mi respuesta es un reflejo de eso, y en retrospectiva, no fue la mejor decisión para terminar con esta danza de una vez. "Tengo que levantarme a las 6, no me levantaré antes y tampoco creo que te despiertes tan temprano". Se queda callado un momento. "¿Podríamos besarnos?". Entiendo que su lenguaje de amor es el contacto físico y, en este punto, la culpa me abruma. El chico que amo ha viajado horas para venir a verme y pasar tiempo conmigo, y aquí estoy yo intentando dormir en lugar de hacerlo sentir amado. Sé que la lógica es errónea, pero siempre quise que se sintiera amado y supiera cuánto lo amé. Si pudiera besarlo un poco, quitarle algo de sueño, estaría bien. Este chico me amaba y yo lo amaba, podría pasar un rato besándolo y recordándole que también lo encuentro atractivo y deseable. Levantaría la barbilla y lo besaría, suave, delicadamente, con la mayor pasión posible para alguien medio dormido. Intentaría igualar su intensidad, con el sueño y el cansancio agobiándome. Finalmente, el cansancio me alcanzaba y dejaba de mover tanto la boca. "¡Cariño! ¡Intento besarte pero no pareces tener muchas ganas!", dice. "Lo siento, guapo, es que estoy muy cansado, te amo". Deja escapar un suspiro y toma mi mano que está sobre su pecho. Toma mi mano y la coloca justo donde la quiere. Está duro. Una sensación de pavor me invade. Amo a este chico, de verdad, y me halaga que me desee. Pero ahora mismo estoy tan somnolienta y agotada. Mueve mi mano contra sí mismo. Usa la otra mano y busca mi cintura. Desliza sus manos dentro y me toca. "Creo que alguien me desea", dice. Por supuesto que lo encuentro atractivo. Es que estoy tan cansada ahora mismo y no quiero hacer nada más que dormir. Me besa con más pasión. Me toca con más agresividad. Hace que lo toque con más agresividad. El agotamiento ha vencido mi determinación de no permitir que esto vuelva a suceder. "Por favor, estoy muy cansada". Mi súplica no obtiene respuesta mientras me quita la ropa interior y la suya. Sé que, llegados a este punto, es más fácil y rápido acabar con esto que seguir luchando por mí misma y rechazar sus insinuaciones. Siempre que había rechazado sus insinuaciones sexuales, me enfrentaba a la crueldad. Le rogaba que dijera algo mientras me disculpaba profusamente, y él guardaba silencio. Si era por la mañana, le explicaba que tenía dolor y le pedía que resolviéramos nuestros días juntos. Se negaba a participar, ponía los ojos en blanco y volvía a dormirse. Se levantaba después de las 10 de la mañana, asegurándose de que no pudiera hacer nada de lo que quería hacer con él esa mañana. Una vez me agotó y, a regañadientes, le di mi consentimiento cuando tenía dolor, pidiéndole que fuera suave. El dolor fue intenso en cuanto me penetró, y grité. Me disculpé efusivamente, pero él permaneció en silencio, incluso mientras le rogaba que dijera algo. No me di cuenta de que esto era evasivo y abuso emocional. Ahora que lo pienso, nunca podía tener un período en paz cuando estaba con él. Si me quedaba en la cama gimiendo de dolor, a veces me consolaba un poco. Pero siempre terminaba con la misma broma, incluso después de que le había expresado innumerables veces cuánto me molestaba. "¿Sabes qué te haría sentir mucho mejor los cólicos?". Se refería al sexo. Siempre se refería al sexo. Incluso cuando le expliqué el dolor insoportable que estaba experimentando, él quería sexo. Incluso después de explicarle que me molestaba que siguiera con la misma broma, expliqué cómo me hacía sentir que no entendía la cantidad de dolor que sentía. Él solo quería sexo. Nunca importaba si yo tenía dolor. Se reía cuando lloraba por lo molesta que me había puesto esa broma. Mi corazón ingenuo estaba convencido de que la risa era inocente. La mayoría de esas veces no cedía hasta que teníamos sexo, o yo le daba placer de alguna otra manera. 12:10. Busca un condón, y antes de que me dé cuenta, estamos teniendo sexo. Estoy haciendo todo lo posible para terminar con esto lo antes posible. Me muevo como él quiere que lo toque como él quiere que lo haga. Todo el tiempo pensando para mí misma, "por favor, termina, estoy muy cansada y necesito dormir". 12:30. Terminó. Intento contener las lágrimas mientras me dirijo al baño. ¿Cómo dejé que esto volviera a suceder? Hablé con él sobre esto otra vez la semana pasada. Le dije que necesitaba que respetara mi hora de dormir, ¿no? Le pedí que por favor no insistiera cuando dijera que no quería tener sexo. Le pedí que por favor no me tomara la mano y me obligara a tocarte. Verbalizó que lo entendía, dijo que solo quería tener sexo si lo hacía. ¿Qué estaba haciendo mal para que esto siguiera sucediendo incluso después de haber hablado con él al respecto? Vuelvo a la cama, él está acurrucado de espaldas a mí, empezando a quedarse dormido. Sé que le gusta tener sexo antes de acostarse para conciliar el sueño, le ayuda a superar los "zoomies antes de dormir", como él los llama. Me acuesto a su lado y las lágrimas empiezan a rodar silenciosamente por mis mejillas. ¿Así se supone que es ser una pareja exclusiva? ¿Rara vez voy a poder dormir cuando quiero porque necesito estar ahí para que tenga sexo antes de dormir, como a él le gusta? ¿Siempre van a ignorar mis súplicas de que me deje en paz? Si vivimos juntos, nos casamos, ¿así será el resto de mi vida? Un pensamiento me llega al estómago. ¿Esto es una agresión? 12:45. Por fin tengo la oportunidad de dormir tranquila. Mi esperanza de dormir 7 horas se ha reducido a 5. Supongo que estaré aturdida y agotada trabajando en el hospital otra vez. Este era mi novio, el chico con el que he estado durante años. Dice que me quiere. Yo lo quiero. Se preocupa por mí, me compra la comida, me compra regalos de cumpleaños. Sale a cenar y viene a visitarme cuando estoy en la escuela. Me ayuda a arreglar el coche y mis aparatos. Nos cepillamos los dientes juntos casi todas las noches antes de dormir. Es mi mejor amigo. Algunos amigos dicen que nos vemos bien juntos y bromeamos mucho. ¿Podría una persona así agredirme? Desde luego, no dije que sí. Al principio le dije que no y que no quería tener sexo, pero no estoy segura de si lo dije o si le pedí que parara cuando agarró un condón. Estaba demasiado cansada para oponer resistencia, solo quería acabar de una vez. No era la primera vez. Pasaba casi todos los meses que venía a visitarme. Intentaba hablar con él a menudo, pero él lo llamaba peleas y decía que le gustaba tener sexo antes de dormir y a primera hora de la mañana, y que le costaba terminar el trabajo antes para que las cosas no pasaran tan tarde. Se cerró cuando saqué el tema y dijo que ese era su lenguaje de amor y que lo hacía sentir amado. Quería que se sintiera amado, pero no a costa de mi falta de sueño. A menudo iniciaba el sexo para que se sintiera amado, y en un momento que propiciara mi necesidad de dormir. Pero no importaba cuántas veces tuviéramos sexo antes de que me relajara, él siempre quería sexo al acostarse porque le ayudaba a conciliar el sueño más fácilmente. Hablamos de hacer tiempo para el sexo, de planificar. Estuvo de acuerdo cuando lo hablamos, pero nunca lo hicimos. ¿Qué me quedaba? No importaba de qué habláramos, ocurría lo mismo. Hablé con alguien cercano a él sobre mi angustia porque quería entender todo lo posible para replantear mis sentimientos y, con suerte, comprenderlo mejor y sentirme menos herida. “Es un chico de 23 años que ve a su novia una vez al mes, ¿qué esperabas? Estás siendo irracional” “Entonces tal vez no deberían dormir en la misma cama” “Si no puedes satisfacer sus necesidades, entonces necesitas hablarlo con él” “Y qué si te engaña, es solo sexo, sigue eligiendo estar contigo, ¿verdad?” ¿Era yo la chica que lo estaba privando de felicidad? ¿No le estaba dando el tipo de sexo que quería a la hora que quería? No pensé que fuera una persona maliciosa. La explicación más amable que se me ocurrió fue que su cerebro se apagaba cuando estaba de humor, y le costaba pensar en mucho más que en su deseo de sexo. Su lóbulo frontal olvidó considerar que tal vez sus acciones me estaban lastimando, y vio convencerme como un desafío. Después de todo, yo era su novia y deberíamos tener intimidad juntos, y hubo muchas veces en que lo disfruté. En ese momento, solo podía pensar en hacer zoomies para dormir. Sin embargo, hay una razón por la que somos humanos, no conejitos: tenemos un razonamiento cognitivo avanzado y no creo que la idiotez sea una excusa. Me amaba, ¿verdad? ¿Por qué querría lastimarme? Estos pensamientos son la razón por la que me quedé tanto tiempo. No pretendía lastimarme, simplemente era joven y tonto, y estaba trabajando en desarrollar su inteligencia emocional. Estaba convencida de que crecería con el tiempo y que cuanto más habláramos, poco a poco lo entendería. Pero no lo hizo. ¿Estaba siendo impaciente? En resumen, nuestra relación se desmoronó cuando salió a la luz lo enojado que estaba por las veces que me negaba a tener sexo cuando estaba cansada, y sus deseos de estar con alguien más excitante sexualmente que yo, alguien con pechos más grandes y curvas más llenas, como el porno que veía varias veces al día. Afloraron los sentimientos y las preguntas de todas las veces que me presionaron para tener sexo. Sentía que estos sentimientos y situaciones de presión eran la razón por la que era tan reservada con él sexualmente y no siempre me sentía cómoda, y quería resolverlo con él para poder ser más excitante sexualmente para él. Hablé con él sobre estas situaciones. "Creo que eso fue una forma de agresión. Me presionaron para tener sexo cuando no quería y me hizo sentir incómoda". "Nunca quise agredirte, lamento que te sintieras así. Aunque puedo entender cómo lo interpretaste". Quería ver si mudarnos juntos arreglaría las cosas. La idea de pasar cada noche así me aterrorizaba. "Podemos tener dos habitaciones diferentes para que eso no pase", sugirió. ¿Por qué no podía simplemente respetar mis límites? Quería poder acurrucarme en la cama con mi pareja al final de un largo día y sentirme cómoda sin la preocupación que tenía que proporcionar sexualmente cuando estaba agotada. “Agradecería poder hablar de esto contigo porque me he sentido violada en esta relación y estoy en una situación muy difícil”. Le dije que ya no quería más cuando me gritó por teléfono. Iba a buscar terapia de pareja. Dijo que estaba haciendo una profunda introspección sobre sus sentimientos. Me envió una carta diciendo que no quería estar conmigo unos días después porque estaba discutiendo y enfadada con él. “Esto es demasiado, y no tengo tiempo para lidiar con esto y resolver estas cosas contigo. Mi trabajo es una extensión de mí, mi prioridad, y necesito concentrarme en eso... No quiero que salgas de esto sintiéndote como si hubieras sido maltratada durante tres años”. El chico que decía amarme incondicionalmente había encontrado su condición. Sus argumentos eran válidos; cada uno tiene derecho a sus propias prioridades. Sin embargo, me di cuenta de que después de tres años juntos, todavía no me respetaba ni se preocupaba por mí lo suficiente como para asumir la responsabilidad y ayudarme a hablar sobre el trauma que había sufrido en nuestra relación. Siempre es difícil aceptar que hemos lastimado a alguien a quien amamos, y quiero pensar que su tendencia a evitarlo lo puso en modo de lucha o huida cuando escuchó cuánto dolor sentía. Debió pensar que era más fácil simplemente huir y dejar de lastimarme en lugar de enfrentar el dolor que me había causado. Me convencí de todas las excusas posibles que podía inventarle. Al final, me quedé sola, recuperándome de la violación sufrida durante mi relación, gritando, llorando, sin saber cómo hablar de lo que me había pasado. Pero aquí estoy ahora, intentando aprender. ¿Era ignorancia? ¿Una falta de comunicación habitual cada mes? Incluso eso sonaba ridículo. ¿Cómo podía hablarle de lo mismo todos los meses para que nunca lo oyera? ¿Le estaba poniendo demasiadas excusas? ¿Era demasiado complaciente y él buscaba aplastarme para conseguir lo que quería? Agresión siempre me pareció una palabra demasiado fuerte para describir esto. ¿Había una categoría más pequeña para describir el hecho de que me tocaran cuando no quería y me empujaran a tener sexo cuando no lo deseaba? ¿Existe una palabra para describir a tu pareja de años que habitualmente tiene sexo contigo cuando no dijiste que sí y no querías? ChatGPT dice: “El término para eso es ‘sexo coercitivo’ o ‘coerción sexual’ si hubo presión, culpabilización o manipulación. Si no hubo consentimiento, incluso dentro de una relación a largo plazo, se considera legal y éticamente violación o agresión sexual, según la jurisdicción”. Nunca he podido llamar a esto violación, pero estoy empezando a comprender que la violación no siempre es violenta y puede ser cometida por una pareja íntima que no fue físicamente abusiva. Nunca me golpeó ni se puso violento conmigo. Pero esto, fuera lo que fuera, vino acompañado de abuso emocional y aun así fue horrible. Me sentí muy irrespetada y violada. De algo estoy segura (por desgracia) es de que no estoy sola en esta experiencia. Agradezco que hayas leído esta historia, te sientas identificada o no.

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  • “Puede resultar muy difícil pedir ayuda cuando estás pasando por un momento difícil. La recuperación es un gran peso que hay que soportar, pero no es necesario que lo lleves tú solo”.

    Historia
    De un sobreviviente
    🇬🇧

    La vida mejora.

    Cuando tenía 7 años, empecé a sufrir abusos sexuales. No fue por parte de ningún familiar, sino del segundo marido de mi abuela. Todo terminó a los 12, cuando nos mudamos a pocos kilómetros y él dejó de visitarme. A los 17, estaba en terapia por otras cosas, y finalmente salió a la luz. Me ayudaron a decidir cómo se lo iba a contar a mi madre. También me dijeron que debía prepararme para que mi familia no me creyera. Pensé: «No conoces a mi familia. Todos se defienden». Bueno, eso pensé. Mi madre nunca quiso hablar de ello. Ahora entiendo que se debía a la culpa; ella tenía que lidiar con sus propias enfermedades mentales. Mi hermana, bueno, se puso en mi contra durante unos años. Diciendo que mentía, intenté arruinar el matrimonio de mi abuela con mis mentiras, amenazándome con golpearme. Mi hermana incluso intentó demostrar que mentía haciéndole cuidar a su bebé recién nacido mientras ella hacía la compra. Cuando este hombre murió, la cosa empeoró. Mi hermana y mi tía dijeron que no podían llorarlo por las mentiras que dije sobre él. Dijeron que era mala y que no querían que me acercara a su hija por si le hacía algo. Mis primos me preguntaban: "¿Qué te hizo exactamente?". Mi abuela decía: "No es un pedófilo". Todo esto casi me destruyó. Fue peor que el abuso sexual que sufrí de niña. Decidí que quería alejarme de mi familia. Así que me matriculé en la universidad a los 23 años, a los 27 me gradué y conseguí trabajo directamente. Había estado ahorrando para la universidad, así que logré mudarme a mi propia casa bastante rápido. Ahora, con 33 años, y mirando hacia atrás, a menudo pienso: "¿De verdad pasó todo eso?". Desde entonces, me he alejado más de mi familia. Hacerlo me ha ayudado a mantenerme alejada de su drama y solo visitarlos de vez en cuando. Ahora están mucho mejor, pero aún así prefiero mantener las distancias. Estoy bien mentalmente. Tengo buenos amigos y me he construido una buena vida. Mi consejo para cualquiera que vaya a... es: prepárate para que tu familia no te crea. Háblalo solo con personas de confianza y solo cuando quieras hablar de ello. No sientas la necesidad de dar explicaciones a nadie. Lo mejor que... El terapeuta dijo que, independientemente de lo que hicieras o dejaras de hacer, no era tu culpa. Eras solo un niño.

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    De un sobreviviente
    🇮🇪

    Atrapado en el baño durante 40 años

    Atrapado en el baño. Es posible ser amado. Cuando pasé siglos diciéndole a mi mamá y papá que estaría bien viajar a ciudad para un concierto, pensé que era adulto y espabilado. En realidad, era un joven ingenuo; mis padres accedieron a regañadientes siempre y cuando nos quedáramos con el tío de mi amigo; esto significaría que no tendríamos que viajar de regreso tarde. El concierto fue fantástico; volvimos a su piso y los demás se fueron a la cama. Me quedé despierto charlando con nombre; después de una media hora, comenzó a preguntarme si era virgen y a enseñarme revistas pornográficas. Intenté escaparme e irme a la cama; luego me atacó y me violó. Me encerré en el baño y esperé, pero seguía agitado; quería que durmiera en su cama. No tenía ni idea de que un hombre pudiera hacerle lo que le hizo a otro hombre. Dos semanas después volví a quedarme después de un partido de fútbol; esta vez intenté persuadir a mis padres de que no debía ir, pero no querían que la entrada se desperdiciara; me atacó y me violó de nuevo; finalmente logré encerrarme en el baño. Mentalmente me quedé en ese baño durante los siguientes 40 años, sin decir nada, sin pedir apoyo, 3 matrimonios fallidos, problemas con la bebida, dificultades para ser un buen padre. La primera persona a la que se lo conté después de 40 años fue a mi exesposa, y su respuesta fue: "No puedo amarte, me has violado al mantener esto en secreto". Esto fue devastador y me llevó a un declive a un lugar muy oscuro. Ahora, con el apoyo de mis hijos, mi nueva pareja, un fantástico psiquiatra y un terapeuta de organización de apoyo, me siento mejor y creo que puedo ser amado. Nunca es demasiado tarde para comenzar a sanar.

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  • La sanación no es lineal. Es diferente para cada persona. Es importante que seamos pacientes con nosotros mismos cuando surjan contratiempos en nuestro proceso. Perdónate por todo lo que pueda salir mal en el camino.

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    De un sobreviviente
    🇺🇸

    LA HISTORIA DE UNA VÍCTIMA SOBREVIVIENTE - Nombre

    LA HISTORIA DE UNA VÍCTIMA SOBREVIVIENTE - Nombre Tenía cuatro años cuando, al oír las voces alzadas de mis padres, miré por la esquina de la sala, como espectadora silenciosa de la mano de mi padre que impactaba contra la cara de mi madre, impulsándola por los aires hasta nuestra mesa de centro de estilo danés moderno. Con el impacto, la mesa y mi pequeña madre se rompieron en pedazos. Esa noche, mi padre manitas reparó la mesa. No lo sabía entonces, pero mi madre quedó destrozada para siempre. Aunque mi hermano mayor no presenció esta pelea tan desigual, sin duda los oyó discutir, seguido del golpe, los gritos de mi madre y el choque. Mi padre la dejó sobre los restos de la mesa, llorando, mientras el rímel negro le corría por la cara. Sin saber qué hacer y con miedo de decir una palabra, corrí a mi habitación. Minutos después, apareció en mi puerta. Sus ojos llorosos y enrojecidos, enmarcados por pestañas Maybelline, retocadas con maestría, y su boca brillaba con el color favorito de mi papá, el rojo intenso del labial Fire and Ice. Mientras buscaba mi osito de peluche para consolarme, me dijo: «Tu papá es un buen hombre y te quiere mucho. Voy a preparar la cena». Esa noche, como siempre, cenamos los cuatro en la mesa de la cocina, con las típicas bromas alrededor de la mesa de fórmica como si nada hubiera pasado, lo que me dejó aún más confundida con mi mamá y, sobre todo, con mi papá. Aunque nunca volví a ver a mi padre golpearla, cuando vi los moretones que salpicaban sus pálidos brazos, me sentí obligado a preguntar: "¿Qué es eso?". "Nada", decía mientras se bajaba las mangas para cubrir las marcas negras y azules, "Tu padre es un buen hombre y te quiere mucho". Mi padre mandaba en nuestra casa, una casa suburbana gris carbón, estilo Cape Cod, mientras que mi madre se quedaba en casa, cocinando, limpiando y criándonos mientras él trabajaba a tiempo completo. Al mando de nuestro hogar y nuestras finanzas, mi padre tenía todo lo que le prohibió a mi madre: un trabajo, tarjetas de crédito, un coche, acceso a cuentas bancarias y amigos. El mundo era suyo y suyo era nuestro. Él traía la compra a casa, mi madre cocinaba lo que él quería y nosotros lo comíamos. Tras graduarme de la preparatoria, me fui de casa para ir a la universidad, feliz de dejar atrás lo que presencié aquella tarde de domingo y las burlas de mis compañeros de preparatoria, como "¡Perro Feo!". A pesar de empezar una nueva vida, mis inseguridades sobre mi apariencia me siguieron hasta el otro lado del país. Como una de 25,000 estudiantes, acepté mis clases con entusiasmo, y lo primero: un trabajo a tiempo parcial y una cuenta bancaria, además de un estudiante alto, rubio, musculoso y de ojos azules que conocí en mi primer año. Aunque decía que era guapa, no le creí, ya que descubrí que las burlas despectivas de mis compañeros de preparatoria sobre mi apariencia me habían acompañado a la universidad, resonando en mi cabeza. Empezamos a salir y me sentí, afortunadamente, honrada de que alguien tan guapo se dignara a estar con alguien poco atractivo, pero al parecer, los polos opuestos se atraen. Y había una ventaja: este musculoso chico de campo era la luz física frente a los rasgos oscuros de mi padre, y a mi padre le gustaba. Nuestras citas estaban llenas de coqueteo, besos y su físico, que sentí por primera vez en un bar universitario. Durante la hora feliz, acompañados por mi hermano y mi compañero de piso, que se sentaba frente a nosotros, escuchamos música, reímos y charlamos de nada en particular. De repente, sentí su mano extendida en mi cara. La intensidad de su poderosa palma me hizo caer del taburete al suelo pegajoso y empapado de cerveza. Tirando del borde de la barra, me tambaleé hasta el baño de mujeres y me limpié el maquillaje empapado en lágrimas antes de volver con él y nuestros testigos silenciosos, un trío impávido enfrascado en una charla universitaria. Aunque sigo sintiendo la fuerza de su mano en mi cara mucho después de la graduación, hacía tiempo que había empezado a creer que mi chico de cabello dorado me amaba, tal como decía. Estuve enamorada de él desde la primera vez que lo vi, así que acepté su propuesta de matrimonio. Mi padre, todavía su mayor admirador, fue nuestro invitado más feliz a la boda. A pesar de su frugalidad, había pagado todo, incluyendo el vestido de novia princesa de tafetán blanco y miriñaque con el que siempre había soñado. Al regresar a casa de nuestra luna de miel en City, sus impredecibles arrebatos físicos continuaron. Con el tiempo, añadió algo nuevo: la agresión sexual, ignorando mis súplicas y gritos para que parara. Aunque sus acciones físicas siempre ocurrían al azar, empezó a darme una advertencia: el crujido de sus nudillos. No estaba preparada la primera vez, pero sí para la siguiente cuando oí el chasquido. Aunque me preparé para el golpe, me pilló desprevenida rodeándome el cuello con las manos, estrangulándome antes de levantarme con facilidad, golpeándome la cabeza contra la pared o cualquier estructura más cercana antes de soltarme, deslizándome hasta caer al suelo. Al igual que con sus bofetadas, sus manos alrededor de mi garganta no dejaron moretones visibles, así que guardé silencio y volví a la tranquilidad de cocinar, ver la televisión, jugar a juegos de mesa, pasear al perro y tener sexo. Cada domingo por la tarde, llamaba a mis padres. Mi papá siempre contestaba primero, listo para contarme las últimas novedades antes de pasarle la palabra a mi mamá. Nuestras charlas eran breves, la mayoría sobre un bufé al que iban o cómo me iba en el trabajo, pero cada una incluía un pasaje improvisado de su trillado guion, con un pequeño cambio: «Tu marido es un buen hombre y te quiere mucho». Un día entre semana, estaba limpiando nuestro apartamento mientras un programa de televisión sonaba de fondo. Cuando escuché a sobrevivientes de violencia doméstica detallar sus experiencias, que coincidían con las mías, dejé el trapo y me acerqué a la pantalla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras estas víctimas de abuso admitían temer por sus vidas y las de sus hijos. Por primera vez, me vi a mí misma y a mi mamá. Cuando los créditos finales del programa se congelaron en un número de teléfono de violencia doméstica, agarré un lápiz, garabateé el número en un bloc de notas, arranqué esa página y la metí en mi agenda. Si bien me sentí obligada a escribirlo, también quería mantenerlo fuera de mi vista, y lo hice. Pero no podía dejar de ver las imágenes de esas mujeres asustadas, una de las cuales era la doble de mi madre. Transportada de vuelta a esa memorable tarde de domingo de mi infancia, oí los gritos de mi madre, seguidos del momento en que la mesa se desmoronaba. Muchos meses después de la emisión de ese programa, durante una noche tranquila en casa, oí el crujido de nudillos, seguido de las manos de mi marido alrededor de mi garganta. Pero esta vez, la sujetó con más fuerza que nunca. Cuando finalmente me soltó, caí al suelo, ahogándome y farfullando mientras intentaba respirar. Se paró frente a mí gritando: "¡Llama a la policía, no me harán nada! ¡Si lo hago, sabrán que estás loca y se largarán de aquí, mentirosa! ¡Hazlo!". Me lanzó el teléfono; rebotó en mi hombro y cayó al suelo, donde permaneció junto a mí hasta que se dio la vuelta y se fue a la cama. Al día siguiente, en el trabajo, metí la mano en mi bolso, saqué mi agenda y desdoblé el papel. Entrecerrando los ojos para leer el número, ahora descolorido y apenas legible, marqué. No lo sabía entonces, pero esos diez dígitos me salvarían la vida. La línea directa me remitió a un refugio local para mujeres maltratadas donde podía obtener ayuda. En cuanto me senté en la oficina de la consejera, se me abrieron las puertas. Le conté detalladamente el pasatiempo de mi esposo y, al mismo tiempo, defendí sus acciones, ya que, a diferencia de las maniobras de mi padre, las de mi esposo no dejaban señales reveladoras, salvo en dos ocasiones: una cuando me golpeó en la cara con una percha de madera y otra cuando me empujó al suelo y mi cara impactó contra la alfombra, dejándome marcas de quemaduras. "Y", añadí con orgullo, "definitivamente no es como mi padre. Mi esposo no es controlador, celoso ni posesivo, y yo no me parezco en nada a mi madre. Soy independiente, tengo mi propio coche, título universitario, carrera y voy y vengo a mi antojo. Además, administro todas nuestras finanzas". Al escuchar mis palabras, escuché mi verdad. En pocas sesiones, comprendí que el abuso nunca es permisible. Ya sea que deje moretones visibles, huesos rotos o muebles, es abuso. Del mismo modo, incluso estando casado, la agresión sexual es un acto violento y abusivo. También aprendí que la violencia doméstica no siempre sigue una fórmula. No tiene por qué ir precedido de una fase de tensión creciente ni seguido de una disculpa, ya sean flores, dulces o la singular expresión de arrepentimiento y cargada de culpa de mi esposo después de arrancarme el pelo con saña: "Siento que me hayas obligado a hacer esto". Con cada sesión de terapia, a medida que ganaba confianza, también me sentía culpable, ya que estaba mejor que los residentes del refugio con niños que no tenían los recursos que yo tenía. Mi esposo no era celoso ni controlador, así que tenía libertad, dinero y más. Sentía que estaba robando ayuda que otros necesitaban mucho más que yo. Fue entonces cuando mi terapeuta me recordó los muchos abusos que había sufrido, los mismos que me llevaron a llamar a la línea directa. Me explicó que no todos los abusadores se ven ni actúan igual, ni tampoco sus víctimas. En la violencia doméstica y la agresión sexual, no hay una solución única para todos. Lo único que tienen en común es que está mal. Con el apoyo de mi consejero, le confié mi verdad a un amable compañero de trabajo que respondió con aceptación, un abrazo reconfortante y las palabras que tanto anhelaba: "Estoy aquí para ti". Mientras le daba las gracias entre sollozos, añadió: "Tienes que dejarlo. ¿Qué esperas?". Con una leve sonrisa, respondí: "Estoy esperando las flores y los dulces". Al día siguiente, en el trabajo, me dio una rosa de chocolate. "Aquí están tus malditas flores y dulces. ¡Ahora deja a ese cabrón! Aléjate de él, de aquí. Empezarás de nuevo, estarás bien, estarás mucho mejor". Con su apoyo, seguí su consejo y solicité empleos a 1.600 kilómetros de distancia. Después de programar y asistir a entrevistas, acepté una oferta para una oportunidad fabulosa en el estado de mi infancia, al que medio en broma me referí como "la escena del crimen original". Aunque mi esposo expresó su descontento con mi decisión de irme, en un fugaz momento de verdad, dijo que mientras yo probaba mis alas, él asistiría a terapia para que pudiéramos empezar de nuevo, en paz. Fue tan comprensivo, que incluso se ofreció a compartir el largo viaje conmigo, y como aún no estaba completamente segura de que pudiera hacerlo sola, acepté. Nuestro viaje fue sorprendentemente tranquilo hasta que dejó la primera caja en mi ático y me dio un regalo verbal de bienvenida: "No puedo creer que me dejes por este basurero". Esa noche, respiré aliviada al dejarlo en el aeropuerto. Empezar de cero en una casa de desconocidos era difícil, así que volví, en parte, a lo familiar, hablando con mi esposo cada noche. En casi todas las llamadas, me reprendía: "Podrías volver ahora, todos sabemos que lo harás y sabes que te quiero". Cuanto más lo decía, más me reafirmaba en que había tomado la decisión correcta. Como mi trabajo iba bien, decidí celebrar mi trigésimo cumpleaños en Country con una amiga de la universidad. A mi regreso, me esperaba un regalo: los papeles del divorcio, sin recibo, papel de regalo, cinta ni suficiente franqueo. Aceptando mi destino, pagué cuarenta y un centavos por el paquete. El retorno de mi inversión fue realmente enriquecedor, ya que me deleité al saber que estaría libre para siempre de su abuso. Con la finalización de nuestro divorcio, volví a la escuela, conseguí un puesto como diseñadora, compré un apartamento y fui voluntaria en un refugio local para mujeres maltratadas. Estaba a salvo y feliz, pero faltaba algo. Para encontrar esa pieza del rompecabezas, me inscribí en un sitio de citas en línea que me llevó a un hombre encantador y talentoso que, como yo, era creativo, era sincero y había presenciado violencia en su hogar de infancia. Él también estaba divorciado y, entre lágrimas, me contó que su matrimonio había terminado en infidelidad, un acto que rompió nuestras promesas y que acordamos no repetir jamás. La guinda del pastel fue su respuesta empática a mi pasado, pues antes de conocernos, había formado parte de la junta directiva del refugio local para mujeres maltratadas. Por primera vez, tuve una relación de apoyo mutuo y amor. En un largo fin de semana en Ciudad 2, me propuso matrimonio y, con alegría, ¡dije que sí! Al regresar a Ciudad 3, renovamos un apartamento y comenzamos a planear nuestra boda. Al vivir juntos, no necesitábamos regalos de boda, así que incluimos donaciones a la Línea Nacional de Atención sobre Violencia Doméstica con cada invitación. A solo cuatro meses de nuestra boda de Nochevieja y con los preparativos en la cabeza, noté que mi visión empeoraba. Pedí cita con mi oftalmólogo, quien me hizo algunas pruebas, y luego le susurré a su asistente, quien me dio las instrucciones para las pruebas. Dos días después, con mi prometido a mi lado, me diagnosticaron un tumor cerebral masivo que me desfiguró el rostro y que ya me había quitado la visión de un ojo. Tan ocupados con las reformas y planeando nuestro futuro, no nos dimos cuenta de que el tumor empujaba mi ojo hacia adelante. Me sometí a once horas de cirugía cerebral y reconstructiva facial de emergencia para salvarme la vida. Mi prometido me acompañó durante los diez días de hospitalización y a todas las citas y pruebas postoperatorias. Dado que el tumor me había afectado la vista, tenía graves problemas de equilibrio, pero conté con el apoyo físico de mi futuro esposo, quien me ayudó en cada paso del camino, ya que, por primera vez, dependía de un bastón. Habíamos sobrevivido a un tumor y a una cirugía que podría haberme dejado totalmente ciega, paralizada o muerta. Agradecidos y optimistas, continuamos con los planes de la boda. La luz al final del túnel se oscureció de nuevo cuando una cita médica de rutina para su diabetes tipo 1 resultó en un diagnóstico de leucemia. Afortunadamente, aún no requería tratamiento, así que, una vez más, mantuvimos nuestros planes programados. Nuestra boda fue una alegre celebración de amor y supervivencia. Como aún me estaba recuperando de la cirugía, elegimos una tranquila luna de miel en la playa de Country 2, tras lo cual regresamos a nuestro loft recién renovado de City 4. Disfrutamos de nuestras creaciones y proyectos profesionales, del tiempo libre juntos recorriendo la ciudad, sorprendiéndonos con regalos de viajes y joyas, y también dedicando tiempo a visitar a amigos y familiares. Además, continuamos con nuestro voluntariado: él formaba parte de la junta directiva de una organización benéfica para niños, mientras que yo tuve el honor de hablar en nombre de la NDVH. Poco después, realicé una formación exhaustiva y obtuve mi certificado de abogacía, lo que me permitió ser voluntaria en dos salas de emergencias de hospitales State, brindando apoyo y recursos a mujeres víctimas de violencia doméstica y agresión sexual. Nuestro matrimonio fue mutuamente gratificante y enriquecedor, uno que nuestros amigos admitían envidiar constantemente. Teníamos todo lo que cualquiera podría desear, y también algo que nadie quería. Una resonancia magnética de rutina reveló un crecimiento residual de un tumor cerebral. Tras semanas de radiación, sufrí constantes efectos secundarios: pérdida de memoria, fatiga e insomnio, todo lo cual afectó negativamente mi capacidad para trabajar y hacer voluntariado. Instintivamente, mi marido sabía que, como persona autosuficiente, mi nueva realidad era difícil de aceptar, pero también sabía lo que debía decir. «Trabajas dos días y estás muerta durante cinco. No es sano. Tienes que renunciar». Para amortiguar el golpe, añadió: «Estaremos bien, tú estarás mejor, más sana y tenemos dinero de sobra. Como siempre digo, «la preocupación es un desperdicio», así que, por favor, no te preocupes. Lo más importante es que nos tenemos el uno al otro». A regañadientes, admití que tenía razón y juntos admitimos que, por desgracia, tenía una discapacidad permanente. Después de dejar mi trabajo, me quedé en casa, escribiendo ensayos personales y haciendo ejercicio cuando podía. Detestaba admitir que tenía una discapacidad, pero sí sugerí que solicitara la prestación. Me respondió abrazándome y repitiendo: «No hace falta, tenemos dinero de sobra». Al día siguiente, camino al trabajo, me llamó. «Apunta el número de este agente inmobiliario. ¡Es una casa preciosa en East Hampton!». Ese fin de semana, fuimos en coche a Ciudad 5 y empezamos a buscar casa. En seis meses, compramos una casa de campo reluciente con piscina y tenis. Alternábamos nuestro tiempo entre Ciudad 4 y Ciudad 5. Con la compra de esa propiedad y sin haber vivido en mi apartamento durante más de dos años, lo vendimos y usamos las ganancias para el enganche, ya que él sugirió que compráramos una casa para mis padres, como había hecho con su exsuegra durante su primer matrimonio. Mis padres adoraban su nueva casa adosada en State 2. Mientras planeábamos un viaje romántico de aniversario, se publicó mi ensayo personal que narraba mi viaje desde el diagnóstico de un tumor cerebral hasta una boda idílica. Volamos a la Isla como lo habíamos planeado, donde descansamos al sol y chapoteamos en el mar. Pero nuestro regreso a casa no fue como lo habíamos planeado, ya que él comenzó a experimentar una fatiga repentina. Aunque ya había programado una fiesta para celebrar mi logro como escritor, dado su delicado estado de salud, le pedí que cancelara el evento, pero se negó. La celebración fue maravillosa y los invitados llamaron al día siguiente para agradecerme, seguidos de preguntas sobre su salud. Aún no le habíamos contado a nadie sobre su leucemia, ya que no queríamos que familiares y amigos se preocuparan, como ya lo habían hecho durante mi cirugía y radioterapia. Y quizás tampoco queríamos preocuparnos nosotros mismos. Cuando una visita a su hematólogo reveló nuestra última realidad, programamos quimioterapia. Como habíamos hecho con mi tumor y su recrecimiento, manejamos sus tratamientos con optimismo, apoyo y ánimo mutuos hasta que ocurrió lo inesperado. De la noche a la mañana, se transformó en alguien que no reconocí. Empezó a tomar decisiones precipitadas y unilaterales, como vender nuestro loft, la casa que habíamos comprado recientemente y haber hecho una oferta por una cooperativa en el barrio más elegante de City 4. A pesar de su inconsistencia, lo que seguía igual eran sus notas de amor matutinas. Sin embargo, sus llamadas de la tarde solo para escuchar mi voz se convertían en despotricaciones mordaces sobre nada en particular. Cada noche volvía a casa del trabajo, saludándome como siempre, con un beso y un abrazo. Pero cada vez que mencionaba su comportamiento tan cambiante, se negaba a hablar, alegando que todo estaba bien. Al verme sufrir emocionalmente, reservó una sesión de terapia matrimonial. A medida que la terapia avanzaba, volvimos a nuestros paseos por Park, películas, viajes, juegos de mesa y a hacer el amor. Celebramos el final de sus tratamientos con un viaje a City 6, donde me sorprendió con un collar de Tiffany. Pasábamos las noches disfrutando de cenas románticas, coqueteando juguetonamente en discotecas mientras escuchábamos música en vivo y hacíamos el amor apasionadamente. Pasábamos los días haciendo turismo, comprando y dando largos paseos por la playa. Aunque estábamos cerca, estábamos a kilómetros de distancia, incluso estando en la misma habitación de hotel. Como ambos habíamos acordado seguir el consejo de nuestro consejero matrimonial de abordar estas situaciones de inmediato, comenté que parecía estar distanciándose de mí, pero me interrumpió con un: "Prometí no volver a hacerlo y no lo volveré a hacer". El resto de nuestra escapada fue una mezcla de altibajos, con sus arrebatos de ira seguidos de declaraciones de amor. Confundida e inestable, física y emocionalmente, pensé que me estaba manipulando, pero el hombre que me apoyó antes, durante y después de mi diagnóstico de tumor cerebral, desfiguración, cirugía y radioterapia, que conocía íntimamente la magnitud de mi pérdida de memoria, que había defendido durante mucho tiempo a las víctimas de violencia doméstica, jamás cometería semejante crueldad. Mientras preparaba el equipaje para el vuelo de regreso, recordé la singular disculpa de mi exmarido. Quizás yo lo estaba obligando a hacer esto. Nuestro vuelo de regreso transcurrió sin incidentes hasta que su grave turbulencia emocional provocó un aterrizaje accidentado que continuó mucho después de desembarcar. Renunció abruptamente al trabajo que amaba, fundó una nueva empresa y envió una carta mordaz, llena de ira y acusaciones, a su exesposa, con quien se había divorciado amistosamente, difamándola con palabras de guerra. Orgullosamente me pidió que leyera la carta, pero ignoró mi opinión sobre su contenido y me aconsejó que no la enviara. En nuestra siguiente sesión de terapia, planeé hablar sobre sus decisiones más recientes y precipitadas, pero él tomó la iniciativa, señalándome mientras gritaba: "¡Eres una maldita zorra!". Su rostro estaba contorsionado por el odio mientras se levantaba y salía furioso de la habitación. Antes de que pudiera disculparme con nuestro terapeuta, regresó para repetir su guion ofensivo y dio un portazo al salir. Mientras me hundía en mi asiento, avergonzada, nuestra terapeuta me dijo: "¿Viste mi mano en el teléfono?". "No. Estaba tan humillada que no noté nada más que sus pisotones de vergüenza al salir por la puerta, aunque dudo que sienta vergüenza ni nada. Simplemente estoy muy avergonzada". Ella respondió: "No hiciste nada malo. Él sí. De hecho, le tenía tanto miedo que iba a llamar al 911". Temblé durante todo el viaje en taxi a casa, sola. Me recibió en la puerta, disculpándose y suplicándome perdón. Queriendo mantener al menos un atisbo de paz, lo perdoné. Al día siguiente, me desperté con una nota de amor, seguida de sus cariñosas llamadas telefónicas a lo largo del día. Esa misma tarde, me envió por correo electrónico mi tarjeta de embarque para su próximo viaje de negocios, que habíamos planeado con mucha ilusión. Momentos después, me dijo que no lo acompañaría a Ciudad 6. Necesitaba tiempo a solas y me pidió que no nos llamara, enviara mensajes ni correos electrónicos durante su ausencia. Estaba destrozada. Desde nuestra primera cita, no habíamos pasado un solo día sin contacto. Como no quería que se nos fuera la vida conyugal, accedí. Al día siguiente de su partida, llamé a JetBlue para que me abonaran el billete sin usar y el agente fue muy amable. Me dijo que, como mi billete había sido reasignado a otra persona, no podía abonarlo. Después, me dio voluntariamente el nombre del compañero de asiento de mi marido, información no deseada que me llevó a revisar los extractos de nuestras tarjetas de crédito y las facturas de teléfono. Tenía ante mí páginas y páginas de sus actividades: gastos de hotel, llamadas y mensajes, muchos de los cuales ocurrieron antes, durante y después de nuestra escapada a City 5. Facebook confirmó su amistad. Ella estaba casada y tenía hijos. Por sus deseos, no lo contacté durante su viaje, pero sí lo llamé cuando, mucho después de que aterrizara su vuelo, aún no había regresado a casa. "¿Dónde estás?" "Estoy en la oficina, poniéndome al día con lo que me perdí durante mi ausencia. Me quedaré aquí esta noche y lo terminaré todo". Desesperada por hablar con él y, con suerte, comentar mis descubrimientos involuntarios en persona, lo insté a cenar conmigo en un restaurante local. Finalmente, aceptó. Durante el postre, dije su nombre con indiferencia. Respondió rápidamente: "No tengo ni idea de quién es". Fue entonces cuando saqué mi bolso de verdades que me daba confianza y puse la prueba sobre la mesa. Con la cara enrojecida, dijo: "No la conozco; nunca he hablado con ella. Es todo un error. JetBlue, el Hotel Hudson, AmEx, AT&T y Facebook están equivocados. Los llamaré a todos mañana y lo aclararé todo". Ojalá fuera así, pero no podía negar lo que sabía que era cierto. El hombre que me declaraba su amor incondicional a diario, mi primer defensor en quien confié las decisiones de vida o muerte sobre tumores cerebrales, el hombre que, a su vez, me confió su cáncer, ambos viviendo en la enfermedad y en la salud antes del matrimonio, y él, un defensor de larga data de las mujeres maltratadas y de la NDVH, mentía. Estaba mareada durante el corto camino de regreso a casa. Una vez dentro de nuestro apartamento, gritó: "No me quedo aquí contigo. Estaré en contacto". Al abrir la puerta para irse, vio mi bastón en la esquina y dijo: "Claro, intenta que me compadezcan con eso. No funcionará". Después de mis tratamientos para el tumor, me esforcé por caminar sin ayuda, pero a veces, como después de volver a casa de un entrenamiento intenso, me veía tambalear un poco y me recordaba que usara mi bastón. Cuando JetBlue me descarriló con la realidad, perdí la confianza y el apetito, y en cuestión de días, había perdido tanto peso que volví a apoyarme en mi bastón. Mientras estaba en la puerta sollozando, volvió a gritar su defensa infundada: "¡Están todos equivocados! ¡Están equivocados! ¡Lo arreglaré todo! ¡Están equivocados!". Treinta minutos después de que cerrara la puerta de golpe, recibí un correo electrónico: "Lo pasé bien en la cena". Quince minutos después, otro: "Si fuera a hacer el tonto 1) sería excepcionalmente discreto y 2) no lo haría. No estoy permanentemente enojado, pero esto es una mancha negra para mí, veamos qué podemos hacer con esto...". Luego, otro correo electrónico en el que declaraba su amor eterno y su profundo arrepentimiento. Ansiosa por verlo la tarde siguiente en terapia para hablar sobre este reciente suceso, al menos reciente para mí, llegué temprano a nuestra cita. En la sala de espera, me quedé mirando la puerta esperando su llegada, que no llegó. Nuestra terapeuta me llamó, entré en su consultorio y me senté sin decir palabra. Con la mirada fija en el suelo, dijo: «Ha llamado. No volverá a terapia». Ante esta decisión abrupta y su inusual elección de mensajero, en cuanto llegué a casa, lo llamé para solicitar un formulario de autorización médica para poder reunirme con su hematólogo y comentar que tal vez su transformación se debía al cáncer o a la quimioterapia. Inmediatamente envió el formulario firmado por fax a su médico, me llamó con la fecha de la cita y me prometió que nos veríamos allí. Esa misma semana, estuve en otra sala de espera, mirando la puerta. De nuevo, no apareció. Regresé al consultorio y, tras saludarlo amablemente, le expliqué lo que me había pasado. Sea lo que sea, es temporal. Son la pareja más feliz que conozco. Profundamente enamorados, se apoyan mutuamente, siempre juntos. No se preocupen, todo saldrá bien. Me sentí aún más incómoda, pero a la vez reconfortada. Regresé a casa y encontré otro correo electrónico. «El dinero está a salvo. No lo llevaré a ningún lado. Fuera del país, no. Esconderlo, no. Por favor, no me presionen para hacer lo que se hará». Como no había mencionado el dinero, no sabía a qué se refería. Al acceder a nuestra cuenta bancaria conjunta, noté que, por primera vez desde que nos casamos, no había ingresado su nómina. Se había ido y, sin embargo, no como siempre me pedía que me encontrara con él en restaurantes de la zona, con su correo. Nuestras reuniones eran frías, pero siempre optimistas, así que seguí viéndolo. Después de cada reunión, me enviaba correos como: "Te quiero, cariño, bésame" y "Estabas guapísima anoche, como siempre". Anhelaba esas palabras, que antes eran comunes, pero ahora eran raras y habituales, seguidas de insultos. Y, sin embargo, cada mensaje me daba la esperanza de que tenía razón y que lo que yo sabía que era cierto estaba mal. Tras días de esos correos de "Te quiero", empezó a llamar para hablar de un acuerdo de separación formal, informándome de que ya no estábamos casados, de que esto era un negocio, de que le había costado todas sus fuerzas salir de nuestro apartamento y de que había sido infeliz desde el día que nos conocimos. Su siguiente correo me amenazaba con que si no aceptaba lo que él llamaba un acuerdo de separación mutuo y decidido, mi bienestar futuro se vería afectado negativamente y me demandaría por trato cruel e inhumano. Mis días y mis noches estaban llenos de sus mensajes supresores del apetito. Casi demacrada, estaba demasiado débil para hacer ejercicio y dejé de asistir a las clases de baile que tanto me gustaban, las que él solía disfrutar conmigo. Incapaz de ocultar mis huesos prominentes con ropa, estaba en un chequeo médico de rutina cuando mi médico me dijo: "¡Has perdido toda tu musculatura! Tienes que volver a entrenar". Regresé a las clases de baile que tanto me gustaban. En cuestión de minutos, estaba rodeada de mi profesora y alumnos, que me recibían con abrazos y sonrisas antes de informarme de que mi marido había empezado a asistir a clase con una mujer a la que había presentado como su novia. Empezaron a aparecer varias veces por semana en lo que habían sido mis clases habituales. Mi decisión de asistir a otras clases provocó un aumento de sus llamadas y amenazas, y después me notificó que se había mudado a la zona residencial para alejarse de mí. Lo había hecho y, sin embargo, no, porque, aunque vivía en otro barrio, seguía aparcando enfrente de nuestro apartamento. Después de dos meses de encontrarme con él incómodamente fuera de nuestro edificio, contraté a un abogado. Mi esposo, miembro de la junta directiva de un refugio para mujeres maltratadas mucho antes de conocernos, no ocultaba su desprecio por el maltrato físico de mi ex. También creía que mis tumores cerebrales se debían a que mi ex me agarraba del cuello, me levantaba y me golpeaba la cabeza contra las paredes y su camioneta. Y, sin embargo, se apropió de la lista de regalos de mi ex, aunque su paquete llegó sin franqueo. Estaba haciendo recados el día de mi cumpleaños cuando oí a un hombre llamarme. Al mirarlo, bajó la vista hacia un montón de papeles; el primero que vi fue una foto mía tomada en tiempos más felices. Me los entregó y dijo: «Te lo he notificado». No iba a extender la mano para aceptarlos, así que los dejó caer al suelo. Ante mí, en la bulliciosa acera de la calle, bajo el viento de noviembre, yacían veintitrés cargos de trato cruel e inhumano, mentiras que mi esposo luego admitió haber inventado. Como no teníamos hijos, no habría batalla por la custodia, así que sabía que nuestro divorcio sería rápido. A punto de ir a la primera cita judicial, mi abogado me llamó para decirme que la cita se había reprogramado porque mi esposo estaba fuera de la ciudad. Estaba disfrutando del sol de Island 2 otra vez, pero a diferencia de nuestra luna de miel, tenía un séquito: su novia, sus dos hijos, su abuela y nuestro dinero. Sus tácticas dilatorias se volvieron tan rutinarias como sus constantes y vengativas violaciones de las órdenes de manutención temporal del juez. Amigos y colegas que envidiaban nuestro matrimonio se quedaron atónitos con la forma en que me había tratado y con su solicitud de divorcio, ya que siempre les había dicho cuánto me quería y lo feliz que era. Y, para tranquilizarme, su exesposa me dijo que lo que había presenciado durante años era cierto: él había pagado diligentemente la manutención ordenada por el tribunal sin interrupciones ni quejas, así que ella sabía que haría lo mismo conmigo cuando se formalizara nuestro divorcio. Incluso sus amigos más cercanos dijeron, como él, que siempre me cuidaría. Después del juicio, mientras esperaba la decisión del juez, asistí a citas médicas y me sometí a pruebas de rutina, la última de las cuales reveló otro tumor cerebral, que amenazaba mi visión restante. Tras otra neurocirugía de emergencia, desperté en la UCI de Neurología, pero esta vez, temporalmente ciega, desfigurada y sola. No solo me había abandonado hacía mucho tiempo, sino que los amigos y familiares que habían estado presentes y me habían apoyado después de mi primera neurocirugía siguieron su ejemplo cuando más los necesitaba. Intenté recuperarme en paz, pero mis valientes esfuerzos se vieron interrumpidos y retrasados por agentes inmobiliarios que mostraban nuestro apartamento a posibles compradores. Esta fue la única orden judicial que cumplió: la publicación de nuestro condominio en Ciudad 7 y nuestra casa en Ciudad 5. El asunto de nuestra propiedad en Estado 2 se resolvió cuando recibí el paquete de cumpleaños de mis padres. Dirigido con la letra cursiva y controlada de mi padre, abrí la caja con entusiasmo y encontré un regalo único: el abridor de la puerta del garaje sin tarjeta, papel de regalo ni cintas. Al igual que mis amigos, que me abandonaron cuando mi esposo lo hizo, mis padres hicieron lo mismo, abandonando también la casa adosada de Florida. Una llamada al agente inmobiliario que nos vendió la propiedad reveló que se marcharon, dejándola vacía y a mí, vacía. Como mi esposo sabía de mi reciente cirugía cerebral, su regalo de recuperación fue violar las órdenes judiciales temporales para mis gastos médicos. Con dificultades para ver, sometida a dos cirugías más para corregir la desfiguración y sumida en un profundo dolor emocional y físico, mis médicos me recetaron fisioterapia, una gran cantidad de medicamentos y auxiliares de atención médica a domicilio, que eran cruciales. Pero sin recibir la manutención ordenada por el tribunal, no podía costear todos los cuidados necesarios, lo que me provocó más daños físicos. Basándose en la abundante evidencia médica presentada ante el tribunal, la jueza aceptó mi discapacidad. Inmediatamente, seguí su orden y solicité el Seguro de Incapacidad por Seguro Social (SSDI). Reconociendo que no podría sobrevivir con las prestaciones del SSDI como única fuente de ingresos, en su sentencia definitiva, mi exmarido recibió la orden judicial de pagar la manutención conyugal, el excedente de gastos médicos y mantenerme como única beneficiaria de su pensión y seguro de vida. Empecé de nuevo, pero mi segundo comienzo empezó y terminó simultáneamente con sus continuas violaciones de las órdenes judiciales. Necesariamente, regresé al tribunal con un abogado y una moción de desacato. De vuelta en la sala del tribunal de nuestra jueza de primera instancia, esta audiencia duró solo treinta minutos, durante los cuales revisó mis pruebas de atrasos acumulados en la manutención conyugal y la cancelación de mi seguro médico. Una vez más, la jueza le ordenó que cumpliera todas las órdenes judiciales y, una vez más, dijo que lo haría y, una vez más, no lo hizo. Contraté a otro abogado y presenté una segunda moción de desacato, que fue asignada a un juez diferente. En nuestra primera audiencia, la jueza le informó que las continuas violaciones podrían resultar en prisión. No quería que lo encerraran, pero como dictaminó la jueza de primera instancia, no podría sobrevivir sin que él cumpliera todas las órdenes judiciales. En lugar de creer la amenaza no tan disimulada del juez, sus violaciones continuaron, pero con un nuevo giro: la pluma. En los asuntos de sus cheques de manutención, que le faltaban o se atrasaban, empezó a escribir mensajes emocionalmente abusivos como "Dinero ensangrentado" y su favorito más común: "Maldita zorra malvada". Luego, arrugó los cheques hasta convertirlos en bolas que metía en sobres. Sus actos atroces e ilegales continuaron durante cuatro años más, tiempo suficiente para que el juez olvidara las acciones de ejecución de la orden judicial que le otorgaban. Con mis finanzas disminuyendo rápidamente, ya no podía permitirme una representación legal, así que me convertí en un tonto, representándome a mí mismo. Esta sería una mala decisión para cualquiera, pero especialmente para alguien cuya única formación jurídica hasta ese momento había sido los años previos en el tribunal de divorcios. A esto se suman mis problemas neurológicos permanentes que hacía tiempo que me impedían trabajar y mantenerme. Entre ellos, inflamación cerebral, pérdida de memoria y dolor nervioso, todo lo cual se intensificó. Mientras luchaba por presentar mociones, organizar documentos legales y asistir al tribunal, sufrí catástrofes catastróficas que resultaron en daños tan cuantiosos como las violaciones intencionalmente crueles de las órdenes judiciales por parte de él y las de una jueza que admitió repetidamente no haber revisado el caso ante ella. Una inundación masiva resultó en la pérdida de mis pertenencias y mi apartamento; recibí múltiples diagnósticos, incluyendo un tercer tumor cerebral, glaucoma, una hemorragia crónica de retina en mi único ojo utilizable, cataratas que requirieron cirugía inmediata, un quiste ovárico y tejido cicatricial quirúrgico previo que me causó un dolor insoportable. Todo esto mientras luchaba por seguir representándome a mí misma en el tribunal. Mientras tanto, para pagar tratamientos médicos críticos, pruebas, medicamentos, cirugías y la necesidad de alojamiento, acumulé deudas de tarjetas de crédito por primera vez en mi vida. Aunque mi póliza de seguro de inquilino cubría el reembolso por inundaciones, este se disipó rápidamente en necesidades básicas como comida, alojamiento, transporte al tribunal, seguro médico y más. Cuando pensé que había tocado fondo, empecé a recibir mensajes acosadores y a menudo profanos de direcciones de correo electrónico ingeniosas, incluyendo uno de Dirección de correo electrónico informándome que la feliz pareja se había casado y criaba a sus hijos en lo que había sido nuestra casa en Ciudad 8. A ese mensaje le siguió mi siguiente regalo de cumpleaños: una planta muerta con una etiqueta de floristería donde él escribió: "Te quiero". Denuncié constantemente sus acciones dañinas, acosadoras y abusivas a la jueza, quien, mirándolo fijamente, respondió: "Deja de hacer eso". Él le respondió afirmativamente, pero en cambio, incrementó sus ataques violentos por correo electrónico, además de añadir llamadas telefónicas infantiles. Durante los cinco años que pasamos ante esta jueza, ella optó por ignorar mis pruebas objetivas y documentadas de sus constantes violaciones de las órdenes judiciales, que incluían la suma total acumulada de sus atrasos en la manutención conyugal, al mismo tiempo que ignoró su antigua promesa de exigirle cuentas por sus infracciones. A pesar de su confesión judicial, respaldada con pruebas, de que violó la orden judicial original al reemplazarme con su novia como beneficiaria de su pensión y seguro de vida, la jueza hizo la vista gorda, lo que equivalió a aprobar esta violación. Finalmente, la jueza dictó su fallo, el cual ignoró mis años de pruebas fácticas que demostraban sus diez años de violación continua de las órdenes judiciales y que, lejos de sus afirmaciones infundadas de estar completamente en bancarrota, contaba con recursos suficientes para pagar la totalidad de la pensión alimenticia atrasada, que superaba el cuarto de millón de dólares. Al explicar su razonamiento para ignorar el estado de derecho, dijo: “Dadas las comorbilidades del demandante, le queda menos tiempo que a él, por lo que no necesitará la pensión alimenticia acumulada ni ningún otro beneficio estipulado en la sentencia de divorcio previamente dictada. Me quedé allí, conmocionada, al descubrir que una jueza de la Corte Suprema del Estado había basado una decisión legal en su predicción no médica de mi muerte inminente. Me alejé del sistema legal, aún más maltratada y magullada, con cicatrices tan invisibles como las causadas por el abuso sexual, emocional, físico y verbal de mi primer esposo. Esas dolorosas heridas permanecen tan invisibles como mi pérdida irreparable de la visión, el crecimiento continuo de tumores cerebrales, los tratamientos de radiación, el abandono de amigos y familiares, y de aquellos que dejó mi segundo esposo: abuso financiero y psicológico que, combinados, equivalen a abuso físico, ya que me dejaron aún más incapacitada, ya que no he podido obtener ni mantener un refugio, tratamiento médico, medicamentos ni otras necesidades básicas de supervivencia. Sola, con dolor y necesidad, vergonzosamente me convertí en... Dependía de la bondad de desconocidos, de alguien que generosamente me proporcionó refugio temporal y comida, manteniéndome con vida cuando alguien más murió: mi exmarido. Al parecer, la bola de cristal de nuestra jueza estaba tan agrietada como el estado de derecho que ella decidió romper. Un año y cinco meses después de que ella emitiera su fallo y modificara la sentencia de divorcio original, él ya no estaba. Pero yo no. Mi salud ha empeorado constantemente desde que hice mi Conexión Amorosa con mi segundo esposo, después de lo cual me invitó a "El Juego de las Citas" seguido de "El Juego de los Recién Casados". Creí haber ganado el premio de su amor, afecto y apoyo eternos. Pero cuando empezó a jugar a su juego de mesa favorito, el Monopoly Malévolo, perdí y seguí perdiendo desde que se declaró banquero y magnate inmobiliario, dueño de todas las propiedades y servicios públicos. Durante su juego ilegal e interminable, nunca fue a la cárcel, directa ni indirectamente, y nunca cobré $200.00 por pasar la salida ni los más de $250,000.00 acumulados en manutención conyugal. Me quedé con Con pocas preguntas sobre cómo y por qué sucedió todo esto, jugué a un juego propio: conectar los puntos. Una sola línea conectaba cada punto, formando un árbol genealógico con raíces podridas y ramas infectadas por la ascendencia. De niña, mi madre presenció el maltrato físico, económico y emocional que su esposo sufrió por parte de su madre, lo que la llevó a casarse con mi padre por la seguridad que siempre había deseado, solo para revivir lo que su madre había vivido. De igual manera, mi madre hizo todo lo posible por ignorar y ocultar el maltrato de su marido. Mi hermano optó por ignorar la verdad de los gritos de mi madre aquella lejana tarde de domingo. De igual manera, optó por ignorar el maltrato físico que me vio sufrir en aquel bar del campus, así como mis crecientes discapacidades y las pérdidas sustanciales derivadas del maltrato económico y psicológico de mi segundo marido. Mi padre era un buen hombre, y también lo era. Nos quería mucho a mí, a mi hermano y a mi madre, pero en última instancia, la amaba con locura. En cuanto a mis suegros, después de pagar cuarenta y un centavos para aceptar los papeles de divorcio de su hijo, con franqueo pagado, supe que mi primer... El padre de mi esposo había maltratado físicamente a su madre, lo que la llevó a sufrir dos crisis nerviosas. Cuando le conté cómo su hijo me maltrataba física y emocionalmente, me aconsejó que debería haber hecho lo mismo que ella con mi esposo y dejar de hacer lo que le molestaba. Al conocer al hombre que sería mi segundo esposo, me contó la verdad de haber sido traicionado por su esposa durante su matrimonio. Un año después, detalló la violencia doméstica perpetrada por su madre. Durante su infancia, su madre le preparó a su hermano un sándwich con un condimento único: vidrios rotos. Además, a menudo los maltrataba psicológicamente a él y a su esposo con su arma favorita, la manipulación psicológica, lo cual solo terminó cuando la internaron. Soy prueba viviente de que, al igual que con la discapacidad y la indigencia, la violencia doméstica no tiene que ser visible para existir; sin embargo, pocos creen en mi verdad de vivir esos traumas. En lugar de escuchar una palabra empática, la mayoría de las veces me dicen: "No pareces discapacitado, maltratado o sin hogar. Con el tiempo, he aprendido que existe una imagen generalizada y preconcebida de cómo es una víctima discapacitada y empobrecida que se convierte en sobreviviente de violencia doméstica, y desafortunadamente, esa imagen suele ser errónea. No todas las tragedias son visibles. No todos los que viven por debajo del umbral de pobreza viven en las calles, no todos los discapacitados están destrozados y sin sentido, y no todas las víctimas de violencia doméstica tienen huesos rotos, ojos morados o moretones. Cualquiera puede experimentar lo que yo experimenté, además de desafíos adicionales, ya sea rico, de clase media o pobre. La violencia doméstica puede ocurrir en cualquier lugar, en una granja del Medio Oeste, en una playa, en una ciudad bulliciosa o en la tranquilidad de la Ciudad, tal como me pasó a mí. Del mismo modo, los abusadores, las víctimas y los sobrevivientes de violencia doméstica provienen de todas partes, como en mi caso, de la Costa Este, Nueva Inglaterra y el Medio Oeste. Los abusadores se parecen a todos, en paquetes de diversos tamaños y formas, en bolsas o cajas de regalo, decorados con cintas y lazos o sin ningún adorno. Específicamente, vistos o no, sucediendo. Para cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento, la violencia doméstica siempre está mal y, con demasiada frecuencia, es totalmente errónea. Sin embargo, lo correcto sigue siendo lo mismo: las víctimas de violencia doméstica y agresión sexual necesitan ser escuchadas, apoyadas y creídas, en lugar de silenciadas, ignoradas y puestas en duda. Ser creídas proporciona sanación, validación, aliento, consuelo y esperanza que salvan vidas. En lugar de seguir demostrando quién soy a quienes no creen en mi verdad, me conformo con saber quién soy y, con eso, me valido, animo, apoyo y consuelo a mí misma y a los demás, ya que juzgar un libro por su portada solo conduce a páginas destrozadas, encuadernaciones rotas y personas destrozadas y rotas. Afortunadamente, he encontrado un pegamento y una esperanza permanentes, pero trágicamente, muchos no lo hacen.

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  • Mensaje de Sanación
    De un sobreviviente
    🇿🇦

    Para mí, la sanación es un proceso profundamente personal y multifacético que va más allá de la recuperación física. Implica reconectarse con uno mismo —emocional, mental y espiritualmente— tras experimentar algún tipo de dolor, trauma o perturbación. Se trata de volver a un estado de equilibrio y alineación, donde uno puede sentirse completo de nuevo, pero no necesariamente igual que antes. Sanar no significa borrar el dolor ni olvidar el pasado. Significa aprender a vivir con él, aceptarlo y, con el tiempo, transformarlo en algo que ya no te frene. La sanación implica autocompasión y la disposición a afrontar aspectos de uno mismo que se hayan evitado o ignorado. Se trata de ser capaz de procesar e integrar las emociones, pensamientos y experiencias, y de soltar patrones negativos que ya no sirven. Este proceso requiere vulnerabilidad y, a menudo, confianza en el sistema de apoyo que nos rodea, ya sea a través de terapia, relaciones u otras formas de orientación. La sanación también implica un profundo sentido de perdón, tanto hacia uno mismo como hacia los demás. Es reconocer que las personas, incluyéndote a ti mismo, cometen errores y aprender a avanzar con gracia, en lugar de quedar atrapado en el resentimiento o la culpa. También está profundamente conectado con el crecimiento. Sanar no significa volver a un estado anterior, sino emerger más fuerte, más sabio y más compasivo. Es un desarrollo continuo de autoconciencia, autocuidado y resiliencia. En esencia, sanar consiste en recuperar el control de tu vida y aprender a navegar por el mundo con una renovada sensación de paz, incluso en medio de sus desafíos. No es un punto final, sino un viaje con altibajos, donde continúas descubriendo nuevas facetas de ti mismo a lo largo del camino.

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  • Historia
    De un sobreviviente
    🇺🇬

    El mal vive aquí……

    Tengo 33 años y tres hijos (dos varones y una mujer). Mi primogénito es de mi relación anterior. Recién graduada conocí a este hombre con quien actualmente tengo dos hijos. Terminé la universidad con la esperanza de conseguir un trabajo para mantenerme a mí y a mi entonces único hijo, pero cada vez que intentaba buscar trabajo, mi esposo me desanimaba, diciendo que me explotarían y me darían miserias. Así que, ¿a quién le convenía quedarme en casa y ser esposa? Cedí y me quedé en casa, pero él siempre me peleaba por satisfacer mis necesidades. Recuerdo que le pedí bragas y sujetadores durante los últimos seis años y nada. Para todo lo que me da, primero debemos pelearnos, y él sabe muy bien que no tengo adónde ir porque me aisló de mi familia. Después de mudarme con él y mi hijo, empezó a tratarlo con tanta ira que lo golpeaba, lo maltrataba y lo insultaba, y todavía lo hace, demostrándole que no soy su padre y que solo favorezco a los hijos que tengo con él. El mío, con el que llegué, no merece nada bueno. Mientras estaba embarazada de su hijo, él estaba coqueteando con mi hermana y para entonces yo no estaba recibiendo ninguna ayuda financiera, así que opté por ir al alquiler de mi madre y después de un tiempo mi hermana me reveló el tipo de marido que tengo cuando lo confronté al respecto, era demasiado amargado y amenazó con quitarme a mis hijos. Cuando estaba embarazada de mi segundo hijo con él, lo conseguí con 15 chicas coqueteando y acostándose con todas. Estaba tan devastada que casi pierdo a mi hijo debido al estrés, me recompuse y lo dejé pasar por mi bien de mi bebé, pero juré que había terminado con este hombre, así que comencé a no prestarle demasiada atención y me concentré en criar a mis hijos mientras tanto, estaba atrapada, no tenía dinero propio y no tenía ningún pariente con quien contactar. Perseveré y me quedé para tener un techo sobre nuestras cabezas y para solicitar comida para mis hijos. En realidad perdí el apetito sexual hacia él por todas las cosas repugnantes que hace a mis espaldas, pero me obligaba a tener sexo y amenazaba con no darme nada si no lo satisfacía. Llegó un momento en que me violaba diciendo que era de su propiedad y que no podía vivir sin él porque no tenía dinero. Todo fue violencia verbal hasta mayo de este año 2024, cuando lo confronté por engañarme con mi prima y mensajes de él en una cabaña con otra chica. Me agarró del cuello, me estranguló y me golpeó tanto que empecé a escupir sangre... En este punto me dije a mí misma que debería irme y comenzar una nueva vida. De hecho, le dije que me iba y se rió de mí diciendo que no puedes irte, ¿qué vas a alimentar a tus hijos? Estuve empacando todo el día pensando que no podía dejar de encontrar dónde quedarme, pero la realidad me golpeó y definitivamente no tenía a dónde ir, así que desempaqué mis cosas y me quedé. Han sido meses y meses de abuso sexual, financiero, emocional y físico, pero no sé por dónde empezar con 3 niños, de hecho, he contemplado el suicidio tantas veces pensando que aliviaría el dolor.

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  • “La curación es diferente para cada persona, pero para mí se trata de escucharme a mí misma... Me aseguro de tomarme un tiempo cada semana para ponerme a mí en primer lugar y practicar el autocuidado”.

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    🇺🇸

    Nunca se sintió realmente real (COCSA)

    Tenía cinco años cuando sucedió. Mi abusadora también era una niña de cinco años. Recuerdo que pensé que mi historia no era válida porque ella es exactamente igual que yo. Con el tiempo, investigué y comencé a darme cuenta y recordar cada vez más sobre los recuerdos de mi abuso. Si te sientes afectado o tienes desencadenantes relacionados con la agresión/abuso sexual, te aconsejo que no leas la siguiente parte. Al principio, olvidé todo lo que sucedió. Recuerdo que tenía unos 11 años cuando me di cuenta de lo que había sucedido. Los recuerdos comenzaron a regresar gradualmente. Ella era mi amiga. Éramos niñas normales de cinco años, siempre jugaba con ella en su casa. En cada cita para jugar, me llevaba a su cuarto de juegos. Cerraba la puerta con llave y bajaba las persianas. Luego, me hacía acostar en un pequeño colchón en el suelo. Lo llamaba un juego. Decía que ella era la doctora y que yo era la paciente. Una vez que estaba en el colchón, se subía encima de mí. Me tocaba por debajo de la ropa. Ella miraba debajo de mi ropa. Me quitaba la ropa. Recuerdo que solo esperaba, deseaba y rezaba para que pronto terminara. Si se lo preguntan, usaba uniforme escolar la mayor parte del tiempo cuando esto sucedía. Esto continuó durante casi todo el año cuando tenía cinco años. Cuando recordé y me di cuenta de lo que me había sucedido, no lo creí. Pensé que estaba exagerando. Pensé que me lo estaba inventando. ¿Cómo podía alguien de la misma edad y género que yo abusar sexualmente de mí? Solo había visto casos de niñas abusadas por hombres mayores. Entonces, ¿cómo podía una niña ser agredida por otra niña? Han pasado algunos años desde que recordé los eventos por primera vez. Me he vuelto más sabia y descubrí que hay muchas formas de agresión. Cuando descubrí por primera vez qué era COCSA, me sentí tan aceptada. Fue tan validante saber que estos recuerdos que me han destruido durante años y años... son reales y son válidos.

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    🇮🇪

    Mi historia

    Fui violada a los 18 años, justo después de mi examen de fin de estudios. El hombre que me violó era mi expareja. Había sido físicamente abusivo, lo que me llevó a terminar la relación. Poco después, se puso en contacto conmigo y me pidió que nos viéramos para intercambiar objetos que habíamos dejado en casa de los demás. Acepté, sin darle demasiada importancia. Quedamos en una cita y quedamos en tomar un café en un sitio que frecuentábamos a menudo como pareja. Sin embargo, llegó horas tarde y, al mirar atrás, fue una gran señal de alerta. Me subí al coche con él y condujo hasta un lugar apartado, me incapacitó y me violó. Nunca olvidaré la sensación de intentar soltarme y finalmente darme cuenta de que no era lo suficientemente fuerte. Duró casi cuatro horas y me violaron oral, vaginal y analmente. También usó un objeto extraño durante su ataque. Después, me soltó y caminé durante horas en la oscuridad para llegar a casa. No se lo dije a nadie durante días. La única atención médica que busqué fue la píldora del día después. Después de unos tres días, empecé a aceptar lo que me había pasado y a aceptar que no estaba bien. Que yo no estaba bien. Busqué ayuda en la SATU de Ubicación y elegí la "Opción 3", que permitía tomar y almacenar muestras sin la presencia de la policía. No tengo palabras para describir la atención que recibí en la SATU. Son unos ángeles. Más tarde, sufrí un aborto espontáneo en una etapa relativamente avanzada del embarazo, tras enterarme bastante tarde. Finalmente, denuncié a la policía y arrestaron a mi agresor, aunque en ese momento decidí que no era lo suficientemente fuerte como para permitir que el caso llegara a los tribunales. Sufrí muchísimo en ese momento, con síntomas que ahora entiendo que eran TEPT y depresión, e incluso consideré quitarme la vida. Pero busqué apoyo y conocí a una psicoterapeuta maravillosa. Más tarde, repetí el examen final de estudios y logré acceder a la universidad, donde he recibido un apoyo excepcional. Tuve la suerte de acceder a un apoyo que marcó una gran diferencia para mí, y mi mensaje para cualquiera que lea esto y que haya sido afectado por violencia sexual es que esto mejora y se puede superar.

    Estimado lector, esta historia contiene lenguaje autolesivo que puede resultar molesto o incomodo para algunos.

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  • “Siempre está bien pedir ayuda”

    Historia
    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Esto me pasó a mí

    Cuando tenía 20 años, estaba en la universidad y acepté vivir con un conocido llamado name durante el verano mientras yo trabajaba en un trabajo de verano. name tenía varios hábitos inquietantes que siempre me molestaban. Tendía a meterse en mi burbuja personal, no en mi espacio personal, con demasiada frecuencia. También tenía la costumbre de parecer perderse en mitad de la noche al volver a su habitación desde el baño. Una noche, name abrió mi puerta y estaba de pie en mi habitación cuando me desperté y le dije: ¿Qué pasa name? Dijo: oh, debo haberme perdido o confundido al volver a mi habitación desde el baño, lo siento. Después de eso, comencé a cerrar mi puerta con llave por la noche y hubo varias veces que me desperté y noté que name estaba probando el pomo de mi puerta en mitad de la noche. Y pensé, ¿qué pasa con eso? Pero no me preocupé demasiado. Un viernes volví a casa de mi trabajo de verano y name estaba sentado junto a la piscina frente al apartamento con una jarra de lo que él describió como piñas coladas. Me invitó a sentarme y tomar algo. Me sirvió un vaso de piña colada y dijo: esta es mi mezcla especial de piña colada. Quiero que la pruebes. Así que nos sentamos allí y yo estaba sorbiendo su piña colada y llevo más o menos la mitad y me preguntó cómo me sentía. Pensé que era un poco fuerte y se lo dije. Pero name solo dijo bébela, bébela, quiero que tomes otra. Dije que no sé name. Esto se siente terriblemente fuerte y me siento un poco raro. name dijo vamos, esta es mi mezcla especial de piña colada. La hice solo para ti. Tienes que terminarla. Tienes que tomar otra. Me sentiré insultado si no lo haces. No sé name, dije. Me siento un poco raro. Pero name se me puso en la cara, me sirvió otro vaso y me dijo que tenía que tomar otro. Estas son mis piñas coladas especiales. Las hice solo para ti. Tienes que tomar otro. Entonces name me sirvió otro vaso de piña colada, tomó mi vaso vacío y me dijo que lo tomara. Así que intenté beber un poco más. Llegué a la mitad del segundo vaso de piña colada y le dije a name que no me sentía bien. Necesito subir a mi habitación. Intenté levantarme pero tenía problemas. name se ofreció a ayudarme a levantarme, me rodeó con un brazo y me ayudó a subir las escaleras hasta el apartamento. Cuando entramos, le dije a name que creía que necesitaba irme a la cama, que simplemente no me sentía bien en absoluto. name me llevó a mi habitación, me puso en la cama y me dijo que tomara, que le ayudaría a quitarse la ropa. Así que empezó a quitarme la ropa y luego me quitó la ropa interior. Entonces se bajó los pantalones y tuvo una gran erección. Dije name ¿qué pasa? Simplemente comenzó a masturbarse. Mi cabeza daba vueltas, estaba completamente fuera de mí, y comencé a masturbarme también. Entonces me empujó sobre la cama. Dije name, ¿qué pasa? Intenté levantarme de la cama y darme la vuelta y él estaba tratando de penetrarme analmente con su pene. Grité name para, para. No soy una chica, grité. ¡Para! Pero no podía mantener los ojos abiertos y simplemente me desplomé en la cama. Lo siguiente que supe fue que estaba luchando por respirar y estaba muy oscuro. Estaba boca arriba y algo estaba en mi boca. No sabía si era goma, un trozo de carne o piel. Pero empujaba hacia arriba y hacia abajo en mi boca y golpeaba la parte posterior de mi garganta y tenía arcadas. Y el pelo rozaba mis labios. Estaba empezando a correrme rápidamente. De repente me di cuenta de que name estaba encima de mí y su pene estaba en mi boca. Empecé a gritar. Puede que lo haya mordido. Empecé a agitarme y lo empujé lejos de mí. Salté y me di cuenta de que estaba en su habitación y no sabía cómo llegué allí. Estaba gritando y corrí a mi habitación. Cerré la puerta con llave y empecé a rebuscar a tientas buscando mi ropa y las llaves de mi coche. name estaba probando el pomo de mi puerta otra vez. Le grité que parara, que se alejara de mi puerta, que me dejara en paz. Está triste, estaba tratando de ver cómo estaba para asegurarse de que estaba bien. Grité ¿qué quieres decir con bien? ¿Qué crees que acaba de pasar? ¿Qué crees que acaba de pasar? Esto no está bien, grité. Y luego grité ¡Aléjate de mi puerta, voy a pasar! ¡Atrás! Abrí la puerta de golpe y name estaba allí de pie. Grité ¡atrás! y lo rocé al pasar y me dirigí a la puerta principal. Bajé corriendo las escaleras, pasé la piscina y salí a mi coche. Me subí y lo arranqué lo más rápido que pude. Aceleré y salí corriendo del aparcamiento a la calle. Iba demasiado rápido y no sabía adónde iba. No sabía qué hacer. Pero iba en dirección al campus. Así que seguí conduciendo. Y entonces giré en la calle donde estaba mi antigua residencia. Había un campo de atletismo al final de la calle y pensé que tal vez aparcaría allí e intentaría pensar. Pero mientras conducía por la calle, vi la luz encendida en un apartamento adosado donde se alojaba una mujer que conocía. Así que aparqué delante de su casa, me acerqué a su puerta y empecé a tocar el timbre y a llamar a la puerta. Vino a la puerta en bata y le preguntó a nombre 2 qué pasaba. Le dije que nombre me acababa de atacar. Me dijo que entrara y le contara lo que había pasado. Yo estaba de pie en su sala de estar temblando y llorando y probablemente no tenía mucho sentido. Así que me dijo que entrara en su habitación y me hizo acostarme en su cama donde simplemente me quedé acostada y lloré y sollocé. Intentó preguntarme qué pasó. Entre sollozos intenté decirle que name me atacó. name me atacó sexualmente. Dijo que no creía que name fuera gay. name tenía novia. Me preguntó si pensaba que podría ser gay. Dije que no lo creía y que no entendía lo que había pasado. Le dije que pensé que me había drogado. Solo lloré y lloré y lloré, y no tenía mucho sentido. Así que en un momento me tapó con una manta, se acostó ella misma y apagó la luz. Lloré hasta quedarme dormida. Empecé a moverme cuando estaba amaneciendo afuera. No sabía dónde estaba. Estaba tratando de entender qué estaba pasando. ¿Había tenido un sueño terrible? ¿Fue una pesadilla? Pero cuando abrí los ojos, vi que no estaba en mi habitación, sino en la cama de una mujer. Estaba dormida, pero era evidente que no había sido una pesadilla, era real. Intenté darle un codazo y le dije que tenía que levantarme e ir a buscar mis cosas. Tenía que encontrar un nuevo lugar donde quedarme. Entonces se movió aturdida y dijo: «Lo siento, tengo que volver a dormir, no puedo ayudar ahora mismo». Así que me levanté y fui a mi coche. Me quedé sentado en el coche pensando qué hacer. No me sentía seguro volviendo solo al apartamento. Pensé que tal vez necesitaba algún tipo de arma para protegerme. Lo primero que pensé fue que tenía que averiguar cómo comprar un arma. No sabía cómo hacerlo. Tenía que averiguarlo. Pero luego pensé que si conseguía un arma, probablemente acabaría disparándole y acabaría en una celda y mi vida se acabaría, o me dispararía a mí mismo y mi vida se acabaría. Entonces pensé en un cuchillo, quizás debería conseguir un cuchillo. Pero luego pensé que podría usarlo contra él, matarlo y terminar en la cárcel. Así que me decidí por un bate de béisbol. Tenía que encontrar una tienda de artículos deportivos o una que vendiera bates de béisbol. Conduje hasta el centro comercial local y esperé afuera de unos grandes almacenes que sabía que tenían un departamento de artículos deportivos. Tuve que esperar hasta que abrieran a las 9 en punto. Luego, cuando abrieron, entré y compré un bate de béisbol de madera pesado. Esto es lo que usaría para volver al apartamento a recoger mis cosas y protegerme. Así que conduje hasta el apartamento, aparqué mi coche y caminé hasta la puerta del apartamento sosteniendo mi bate de béisbol en mi mano derecha todo el tiempo y giré la llave en la cerradura y name estaba allí parado en la sala de estar. Levanté la pelota de béisbol y dije name ¡atrás! ¡Atrás! ¡Necesito recoger mis cosas! name hizo un gesto con las manos para indicar que estaba bien y dijo que todo estaba bien. Le grité ¡no está bien! Retrocede y déjame recoger mis cosas. Ya no me quedo aquí. Así que fui a mi habitación, cerré la puerta con llave y dejé el bate para poder empacar mis cosas. Tenía un baúl universitario sencillo y una mochila, y los llené con todas mis cosas. En un momento dado, name estaba manoseando el pomo de la puerta otra vez. Le grité que se largara. Dijo que solo quería asegurarse de que estaba bien. Le grité ¡no estoy bien! ¡lo que hiciste anoche no estuvo bien! ¡ya no vivo aquí! name dijo que está bien, que ya no tienes que vivir aquí. Supongo que encontraré a alguien más. Le grité ¿qué quieres decir con que crees que encontrarás a alguien más? ¿Qué crees que pasó anoche? Entonces grité ¡atrás, apártate de mi puerta! ¡Voy a pasar! Intenté recoger mis cosas y mi bate de béisbol y abrí la puerta. Volví a levantar el bate de béisbol y le dije: "¡nombre, retrocede!". Él hacía señas con las manos como si todo estuviera bien, todo bien. Pero le grité que retrocediera y me dejara pasar. Así que llevé mis cosas a la puerta, sujetando el bate todo el tiempo y vigilando por encima del hombro para asegurarme de que no se acercara. Luego abrí la puerta, saqué mis cosas y la cerré. Recogí mis cosas y bajé las escaleras, mirando por encima del hombro para asegurarme de que no me seguían. Pasé por la piscina y salí hacia mi coche. Cargué el coche, me subí y empecé a conducir. No estaba seguro de adónde ir ni qué hacer. Necesitaba encontrar un sitio donde quedarme. Así que conduje hasta el campus a buscar un ejemplar del periódico estudiantil, que solía tener anuncios de apartamentos en alquiler. Creo que había un anuncio de una fraternidad que alquilaba habitaciones para el verano. No me entusiasmaba la idea, pero necesitaba un sitio donde quedarme. Necesitaba seguir trabajando en mi trabajo de verano y ganando dinero para poder volver y terminar la escuela el año siguiente. Así que fui en coche a la fraternidad y hablé con el representante estudiantil, quien me dijo que podían alquilarme una habitación. No estaba claro si tendría la habitación para mí solo todo el verano, pero sí podían alquilarme una. Así que recogí mis cosas y me mudé. Esa noche no me sentí cómodo. No podía cerrar la puerta con llave y no paraba de pensar en nombre, preocupándome de que alguien entrara en mitad de la noche. Además, había gente de la fraternidad que se pasaba la mitad de la noche haciendo tonterías subiendo y bajando las escaleras, haciendo ruido, y me costaba dormir. Y también me quedaba en la cama todas las noches pensando en lo que me había pasado y preguntándome qué significaba. ¿Cómo había pasado esto? ¿Soy gay? ¿Significa esto que soy gay? No sentía que pudiera contarle nada a nadie. Pasé los siguientes meses aislándome socialmente. No veía a ningún amigo. Y no hablaba con nadie. No podía contarle a nadie lo que me había pasado. Intenté fingir que no me había pasado nada. Me lo repetía una y otra vez: «Esto no ha pasado». Sentía que si me repetía una y otra vez que esto no había pasado, quizá no sentiría que había pasado. Quizá podría fingir que no había pasado. Quizá podría borrarlo de mi mente. Y seguía pensando que esa era la única manera de superarlo: fingir que no había pasado. Si me repetía una y otra vez que no había pasado, quizá no sentiría que había pasado y quizá todo estaría bien. Y así lo superé. Con el tiempo, volví a abrirme socialmente. Un par de meses después, uno de mis amigos me dijo que era gay. También me dijo que estaba interesado en mí. Yo seguía haciéndome preguntas sobre mi propia sexualidad. No sabía qué significaba la agresión sexual sobre mí. No sabía qué significaba sobre mi sexualidad. Acabé liando una vez con mi amigo gay. Pero no me sentía cómodo. Poco a poco, fui avanzando. Finalmente conseguí mi propio apartamento. Conocí a mi novia de la universidad en el último año. Terminé la universidad y seguí viviendo. Un par de años después, cuando me mudé al otro lado del país, mi teléfono sonó una mañana. Era nombre. Y no paraba de repetir: «Quiero volver a hacer eso contigo». «Quiero volver a hacer eso contigo», dijo. Estaba en shock. Colgué. ¿Cómo consiguió mi número? ¿Cómo me localizó? Pasé un par de días reviviendo mentalmente lo que me había pasado, pero luego empecé a reaccionar. Todavía no le había contado nada a nadie sobre lo que me había pasado y no iba a hacerlo. Iba a ignorarlo. Un año después, fui a ver a un dermatólogo por verrugas venéreas. Me preguntó si tenía relaciones homosexuales. Dijo que solo había visto verrugas venéreas en personas que tenían relaciones homosexuales. Esto es muy doloroso y me trajo recuerdos incómodos. Pero simplemente le dije que no, que no soy gay. Bueno, tuve que soportar una serie de dolorosos tratamientos químicos de peeling de piel que duraron meses. Cada vez que veía a este médico, me preguntaba si era gay. Dijo que la pregunta no era un juicio, que no me estaba juzgando. Pero simplemente le dije que no, que no soy gay. No podía contarle a este hombre lo que me pasó. Y lo saqué de mi mente, intenté sacarlo de mi mente. Intenté seguir con mi vida. Pero he soportado muchos eventos desencadenantes y he sufrido flashbacks desde entonces. Durante los exámenes físicos periódicos, cosas como los exámenes de próstata, el médico hurgando por el ano me desencadena y me deja deprimida y miserable. He evitado cosas que me gustan, como nadar, porque no soporto usar los vestuarios donde otros hombres están en un estado de desnudez. Cuando veo hombres desnudos, mi ansiedad se dispara. Ahora estoy trabajando con un terapeuta tratando de procesar lo que me pasó. Fui agredida sexualmente hace 45 años. Por más que intento olvidarlo, nunca lo he logrado.

    Estimado lector, esta historia contiene lenguaje autolesivo que puede resultar molesto o incomodo para algunos.

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  • Bienvenido a Our Wave.

    Este es un espacio donde sobrevivientes de trauma y abuso comparten sus historias junto a aliados que los apoyan. Estas historias nos recuerdan que existe esperanza incluso en tiempos difíciles. Nunca estás solo en tu experiencia. La sanación es posible para todos.

    ¿Cuál cree que es el lugar adecuado para empezar hoy?
    Mensaje de Esperanza
    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Siempre existe la opción de irse o quedarse.

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  • Mensaje de Sanación
    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Será necesario hacer un cambio pronto.

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  • Historia
    De un sobreviviente
    🇨🇦

    Name, solo tenía 6 años

    Tenía alrededor de 6 años, cierro los ojos y es cómo si volviera a vivir en carne propia el recuerdo, me acuerdo del ruido de la televisión, el olor del desayuno que estaba comiendo, yo solo estaba viendo caricaturas. El, un hombre de alrededor 50 años me cargó y me acomodó en sus piernas, y deslizó su mano por debajo de mis panties, TENÍA 6 AÑOS y ahí empezó mi historia de abusó sexual, una historia que me hubiese gustado no tener que experimentar. Yo hablé ya que mi mamá siempre me había enseñado a que nadie podía tocar mis partes pero en ese entonces mi mamá no tenía los recursos, vivíamos en casa de una prima (la hija de mi abusador) y nadie me creyó, dijeron que era mi imaginación. Otros sucesos pasaron cometidos por la misma persona, me arrebató mi inocencia y me rompió en pedacitos… pese a que yo hablé la primera vez, las otras veces me quedé callada porque nadie me creyó, nadie me protegió y nadie me escuchó más que mi mamá pero en ese entonces ella estaba luchando con un problema de alcoholismo y toda la familia nos dio la espalda. Después de un tiempo dejé de ver a mi abusador pero a los 8 años me volvió a pasar pero esta vez por el esposo de mi tía (la hermana de mi mamá) ellos han sido casados desde que mi tía tiene 16 años hasta el presente. Fuimos de visita a casa de mi tía, era diciembre entonces mi mamá salió con mi tía a comprar cosas para la navidad, yo, mi hermano y mi primo (hijo de mi tía) nos quedamos al cuidado del esposo de mi tía, el en ese entonces era oficial de la policía. Yo estaba jugando con mi primo y mi hermano cuando él me llamó, él estaba sentado en la mesedora viendo las noticias cuando me sentó en sus piernas y yo inmediatamente me paralice puesto que la última vez que alguien me sentó en sus piernas me manoseo, esta vez fue diferente, solo me acaricio las piernas y yo solo sentí cómo algo duro me rozaba mis glúteos, me paralicé y no sabía que hacer, hasta que tuve la fuerza y me bajé. Nunca hablé de mi segundo abusador y nunca lo he hecho, yo ya no vivo en Colombia pero cuando voy me toca actuar cómo si nada aunque por dentro sienta tantas cosas. Por mucho tiempo reprimí todo lo que me pasó, siempre decía que no me afectó y ahora a mis 22 años me está atormentando. Estoy comprometida con el amor de mi vida, siento que ha sido un regalo que Dios y la vida me dio después de tanto tormento pero hay veces que cuando vamos a tener intimidad y me toca siento una rabia en mi, ese tipo de rabia que te dan ganas de pegarle un puño en la cara a esa persona, y no lo entiendo, el no me ha hecho nada? El solo me ha ayudado y me ha tratado con amor y me ha demostrado lo mucho que me respeta y me ama, siempre quise evadir el tema y reprimirlo, no hablar de ello y pretender cómo que no me afectó pero ya llegué a un punto donde me dan unos ataques de ira que ni yo me reconozco, donde termino lastimándome a mí misma o sacando esa ira en mi prometido, hace unas noches por fin en medio de una ataque de ira donde terminé azotandome la cabeza en la pared solo repetía “no me deja en paz, me persigue, sácalo de mi cabeza” estaba en un estado de crisis y mi prometido solo pudo sujetarme en sus brazos mientras me preguntaba quién me perseguía y fue la primera vez que dije su nombre en voz alta, “Name, el hombre que me violo y me robo mi inocencia no sale de mi cabeza” no podía hablar, las lágrimas y gritos de desesperación eran más que las palabras, en ese momento me di cuenta que no importa cuánto allá crecido aquella niña de 6 años sigue dentro de mi, está enojada, está triste y rota. Mi pareja es abogado entonces el fue quien me habló sobre me too movement, me dijo que me hiciera justicia y lo denunciara pero que si no me sentía lista por miedo que navegara las opciones que me too ofrece y que quizá empezara por contar mi historia, por unos días habría la página y solo me quedaba paralizada, pero hoy me anime, ya no merezco ser prisionera de un dolor que no fue mi culpa aunque por mucho tiempo he sentido que lo es, me siento perdida y no quiero que mi pasado defina mi presente, la vida me está dando oportunidades bonitas pero mi abusó sexual no me deja avanzar, cómo me saco esta rabia que siento por dentro? Porque me volví un ser tan agrio y amargo, porque me enojo por todo? Porque no puedo disfrutar la intimidad con mi pareja si es delicado conmigo? Parece que entre más delicado es más rabia siento por dentro. Me siento muy sola y perdida. Quiero este dolor fuera de mi

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    De un sobreviviente
    🇦🇺

    Justicia por violación marital

    Antes de mudarme a California, viví en Pakistán. Esta historia es de 2008. Mi madre me convenció de casarme con un hombre acomodado, a pesar de que yo quería casarme con alguien que me había gustado en la universidad. El hombre con el que me casé tenía un carácter muy amable y respetuoso. Le conté la situación, pero me dijo que me enamoraría de él si le daba tiempo a la relación. Acepté con la condición de que durmiera en una habitación aparte y que no hubiera intimidad mientras yo decidía si lo aceptaba o me divorciaba. Poco a poco, intentó conquistarme. Primero, pidiéndome que me besara los pies, luego masajeándome las piernas y los hombros. Un día, como siempre, me pidió que me besara los pies mientras veía la televisión. Lo pillé mirando hacia abajo desde mi camisón. Me molesté. Se disculpó, pero luego me pidió que me masajeara los hombros. Acepté. Mientras me masajeaba los hombros, me levantó los brazos y me lamió las axilas. Me molesté mucho. Lo aparté y corrí al baño. Cuando salí, me agarró, me empujó al dormitorio, me obligó a subirme a la cama, me ató las muñecas y ató la cuerda a una silla cerca de la cama. Le rogué que parara y me resistí con todas mis fuerzas, pero me penetró. Empecé a llorar. Se disculpó, pidió perdón, pero no pudo haber perdón. Mi tía (en la policía) lo arrestó. Pedí el máximo castigo posible para él. Le dieron 10,5 años de prisión rigurosa, 200 latigazos y también me pagó una gran multa. Participé personalmente en azotarlo. Más tarde lo perdoné y su sentencia fue conmutada por latigazos. Finalmente nos divorciamos, pero me sentí satisfecha de que se hiciera justicia en este caso y finalmente me casé con mi amor de la universidad.

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  • Mensaje de Sanación
    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Creo que Dios me ha dado una segunda oportunidad y no la voy a desperdiciar. Soy muy feliz y tengo paz en mi hogar. La gente siente lástima por mí porque no tengo contacto con mi familia, pero lo que no entienden es que tengo paz. La paz es mucho más importante que la familia después de lo que he pasado. Tengo un perro de servicio para protegerme de ellos. Es una pitbull y me protege muchísimo. Así que si vienen por mí, más vale que sea con un arma porque es la única manera de que me atrapen. También tengo un gato y ahora es mi familia. Dios me ha bendecido inmensamente desde que dejé el abuso. La Biblia dice que Dios te dará el doble de lo que has perdido debido al abuso. Puedo dar fe de eso. Tengo un hermoso apartamento que es un edificio seguro, así que no puedes entrar a menos que tengas una llave. Vivo en un segundo piso, así que no pueden entrar a robarme. Mi exmarido y mi hija entraron a mi otra casa, robaron mis dos bulldogs ingleses y los mataron solo para hacerme daño. He tenido que mudarme cinco veces porque me siguen encontrando. No ayuda que si buscas el nombre de alguien en Google, puedas averiguar dónde vive. Además de enseñarle al sistema legal sobre el abuso, internet también necesita aprender cómo la gente lo usa no para bien, sino para abusar. Dios me ha bendecido con un coche precioso, una GMC Acadia Denali. Si alguno de ellos lo supiera, se pondría furioso porque su objetivo era destruirme. Dios no iba a permitir que eso sucediera.

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    De un sobreviviente
    🇬🇧

    La vida mejora.

    Cuando tenía 7 años, empecé a sufrir abusos sexuales. No fue por parte de ningún familiar, sino del segundo marido de mi abuela. Todo terminó a los 12, cuando nos mudamos a pocos kilómetros y él dejó de visitarme. A los 17, estaba en terapia por otras cosas, y finalmente salió a la luz. Me ayudaron a decidir cómo se lo iba a contar a mi madre. También me dijeron que debía prepararme para que mi familia no me creyera. Pensé: «No conoces a mi familia. Todos se defienden». Bueno, eso pensé. Mi madre nunca quiso hablar de ello. Ahora entiendo que se debía a la culpa; ella tenía que lidiar con sus propias enfermedades mentales. Mi hermana, bueno, se puso en mi contra durante unos años. Diciendo que mentía, intenté arruinar el matrimonio de mi abuela con mis mentiras, amenazándome con golpearme. Mi hermana incluso intentó demostrar que mentía haciéndole cuidar a su bebé recién nacido mientras ella hacía la compra. Cuando este hombre murió, la cosa empeoró. Mi hermana y mi tía dijeron que no podían llorarlo por las mentiras que dije sobre él. Dijeron que era mala y que no querían que me acercara a su hija por si le hacía algo. Mis primos me preguntaban: "¿Qué te hizo exactamente?". Mi abuela decía: "No es un pedófilo". Todo esto casi me destruyó. Fue peor que el abuso sexual que sufrí de niña. Decidí que quería alejarme de mi familia. Así que me matriculé en la universidad a los 23 años, a los 27 me gradué y conseguí trabajo directamente. Había estado ahorrando para la universidad, así que logré mudarme a mi propia casa bastante rápido. Ahora, con 33 años, y mirando hacia atrás, a menudo pienso: "¿De verdad pasó todo eso?". Desde entonces, me he alejado más de mi familia. Hacerlo me ha ayudado a mantenerme alejada de su drama y solo visitarlos de vez en cuando. Ahora están mucho mejor, pero aún así prefiero mantener las distancias. Estoy bien mentalmente. Tengo buenos amigos y me he construido una buena vida. Mi consejo para cualquiera que vaya a... es: prepárate para que tu familia no te crea. Háblalo solo con personas de confianza y solo cuando quieras hablar de ello. No sientas la necesidad de dar explicaciones a nadie. Lo mejor que... El terapeuta dijo que, independientemente de lo que hicieras o dejaras de hacer, no era tu culpa. Eras solo un niño.

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    De un sobreviviente
    🇿🇦

    Para mí, la sanación es un proceso profundamente personal y multifacético que va más allá de la recuperación física. Implica reconectarse con uno mismo —emocional, mental y espiritualmente— tras experimentar algún tipo de dolor, trauma o perturbación. Se trata de volver a un estado de equilibrio y alineación, donde uno puede sentirse completo de nuevo, pero no necesariamente igual que antes. Sanar no significa borrar el dolor ni olvidar el pasado. Significa aprender a vivir con él, aceptarlo y, con el tiempo, transformarlo en algo que ya no te frene. La sanación implica autocompasión y la disposición a afrontar aspectos de uno mismo que se hayan evitado o ignorado. Se trata de ser capaz de procesar e integrar las emociones, pensamientos y experiencias, y de soltar patrones negativos que ya no sirven. Este proceso requiere vulnerabilidad y, a menudo, confianza en el sistema de apoyo que nos rodea, ya sea a través de terapia, relaciones u otras formas de orientación. La sanación también implica un profundo sentido de perdón, tanto hacia uno mismo como hacia los demás. Es reconocer que las personas, incluyéndote a ti mismo, cometen errores y aprender a avanzar con gracia, en lugar de quedar atrapado en el resentimiento o la culpa. También está profundamente conectado con el crecimiento. Sanar no significa volver a un estado anterior, sino emerger más fuerte, más sabio y más compasivo. Es un desarrollo continuo de autoconciencia, autocuidado y resiliencia. En esencia, sanar consiste en recuperar el control de tu vida y aprender a navegar por el mundo con una renovada sensación de paz, incluso en medio de sus desafíos. No es un punto final, sino un viaje con altibajos, donde continúas descubriendo nuevas facetas de ti mismo a lo largo del camino.

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    Nunca se sintió realmente real (COCSA)

    Tenía cinco años cuando sucedió. Mi abusadora también era una niña de cinco años. Recuerdo que pensé que mi historia no era válida porque ella es exactamente igual que yo. Con el tiempo, investigué y comencé a darme cuenta y recordar cada vez más sobre los recuerdos de mi abuso. Si te sientes afectado o tienes desencadenantes relacionados con la agresión/abuso sexual, te aconsejo que no leas la siguiente parte. Al principio, olvidé todo lo que sucedió. Recuerdo que tenía unos 11 años cuando me di cuenta de lo que había sucedido. Los recuerdos comenzaron a regresar gradualmente. Ella era mi amiga. Éramos niñas normales de cinco años, siempre jugaba con ella en su casa. En cada cita para jugar, me llevaba a su cuarto de juegos. Cerraba la puerta con llave y bajaba las persianas. Luego, me hacía acostar en un pequeño colchón en el suelo. Lo llamaba un juego. Decía que ella era la doctora y que yo era la paciente. Una vez que estaba en el colchón, se subía encima de mí. Me tocaba por debajo de la ropa. Ella miraba debajo de mi ropa. Me quitaba la ropa. Recuerdo que solo esperaba, deseaba y rezaba para que pronto terminara. Si se lo preguntan, usaba uniforme escolar la mayor parte del tiempo cuando esto sucedía. Esto continuó durante casi todo el año cuando tenía cinco años. Cuando recordé y me di cuenta de lo que me había sucedido, no lo creí. Pensé que estaba exagerando. Pensé que me lo estaba inventando. ¿Cómo podía alguien de la misma edad y género que yo abusar sexualmente de mí? Solo había visto casos de niñas abusadas por hombres mayores. Entonces, ¿cómo podía una niña ser agredida por otra niña? Han pasado algunos años desde que recordé los eventos por primera vez. Me he vuelto más sabia y descubrí que hay muchas formas de agresión. Cuando descubrí por primera vez qué era COCSA, me sentí tan aceptada. Fue tan validante saber que estos recuerdos que me han destruido durante años y años... son reales y son válidos.

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  • “Tú eres el autor de tu propia historia. Tu historia es tuya y solo tuya a pesar de tus experiencias”.

    “Estos momentos, mi quebrantamiento, se han transformado en una misión. Mi voz solía ayudar a otros. Mis experiencias tenían un impacto. Ahora elijo ver poder, fuerza e incluso belleza en mi historia”.

    “Para mí, sanar significa que todas estas cosas que sucedieron no tienen por qué definirme”.

    Creemos en ti. Eres fuerte.

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    ¿Cómo llamo a esto?

    Empecé a salir con él en la universidad. Recuerdo que me llamó la atención el día que lo conocí: su risa, su curiosidad por el mundo y su sonrisa al hablar. Nos conocimos durante horas tomando el té y empezamos a salir al final de mi último año. Yo iba a la facultad de medicina en una ciudad a cuatro horas de distancia y estábamos decididos a que la distancia funcionara. Fue mi primer novio, y después de que la COVID-19 mermara la experiencia universitaria, estaba emocionada de haber encontrado a mi media naranja. Fui increíblemente feliz al principio de nuestra relación, pudiendo hacer cosas por primera vez con un novio y experimentando lo que era ser deseada y amada románticamente. Las sensaciones eran embriagadoras. En mi ingenuidad de una primera relación, sobre todo de mi primera relación seria a los 21 años, no cuestioné seriamente los comportamientos que vi en mi pareja. Tómalo como resultado de mi limitada exposición a relaciones sanas en la infancia o de mi miedo a admitir que algo andaba mal. La parte más extraña para mí, como alguien nueva en las relaciones, era gestionar mi propia relación con el sexo. Disfrutaba del sexo, sobre todo con alguien a quien amaba, y estaba convencida de que siempre debía ser capaz de satisfacer sexualmente a mi pareja, ya que ahora éramos exclusivos y yo era su novia. Apreciaba saber que me deseaban, y mi pareja disfrutaba de la intimidad conmigo. Esto funcionó durante un tiempo, hasta que empecé a necesitar establecer límites y priorizar mi necesidad de dormir y mi capacidad para desenvolverme bien en el ambiente de alta presión de la facultad de medicina. Esta es la historia de una noche que ocurrió tantas veces que no pude contarlas en mi relación, tan a menudo que sabía que iba a ocurrir cada vez que él venía de visita. Había noches en las que necesitaba dormir temprano porque necesitaba dormir bien antes de un examen o estar bien descansada para otro día de prácticas en el hospital. Serían sobre las 10:30 p. m., me preparaba para ir a la cama, sabiendo que dormiría unas 7 horas decentes si me acostaba a las 11. Él estaría trabajando o terminando su trabajo, y yo le recordaba que necesitaba dormir para poder descansar lo suficiente para el día siguiente. Su trabajo le consumía mucho tiempo y solía trabajar hasta tarde, así que nunca lo presionaba para que se acostara cuando tenía algo que hacer. Sin embargo, lo único que le recordaba era que quería estar dormida a las 11. Si quieres tener un momento íntimo, por favor, termina pronto porque necesito dormir. Me cepillaba los dientes, me metía en la cama y él decía que estaba terminando. Hacía todo lo posible por mantenerme despierta hasta las 11, navegando por TikTok o Instagram, esperando que la luz azul hiciera su trabajo. 10:55. Cierra su portátil y se dirige al baño. Intento mantenerme despierta. 11:05. 11:10. 11:15. 11:20. Escucho la cisterna del inodoro y la ducha abrirse. Ya no puedo luchar contra mi agotamiento, tal vez sea la frustración, el estrés de estudiar, o simplemente el agotamiento de cocinar, limpiar, empacar almuerzos y desayunos y hacer la cena para dos personas siendo estudiante de medicina. Me duermo. 11:45. Me despierta él deslizándose en la cama y me doy vuelta para acurrucarme en su pecho. Me atrae para abrazarme, me acaricia la espalda y me besa la cabeza. "¿Quizás quieras tener un momento sexy?", me pregunta. Esta es una pregunta que conozco muy bien en esta situación exacta que ha jugado demasiadas veces para contar en nuestra relación. Respondo como siempre lo hago, convenciéndome de que esta vez, voy a mantenerme firme. “Cariño, es muy tarde y te dije que necesitaba dormir, no quiero tener sexo, estoy muy cansada”. “¡No pasa nada! Entonces, ¿quizás podemos hacer algo más que sexo?”. La danza entre nosotros ha empezado, y sé que necesito dormir de verdad, pero que se va a quedar callado y distante al día siguiente si sigo negándome. Me digo a mí misma que necesito priorizar mi sueño ahora mismo, y que se le pasará no tener sexo en una noche. Me desconcierta que piense que hacerle una mamada es menos agotador que tener sexo y que, de alguna manera, todavía está bien pedirla cuando le dije que estaba muy cansada y necesitaba dormir. “Cariño, por favor, estoy muy cansada, no tengo energía para hacerte una mamada”. “No pasa nada, podemos hacerlo por la mañana entonces”. Odio hacer compromisos que no puedo cumplir y odio que alguien me haga lo mismo. Mi respuesta es un reflejo de eso, y en retrospectiva, no fue la mejor decisión para terminar con esta danza de una vez. "Tengo que levantarme a las 6, no me levantaré antes y tampoco creo que te despiertes tan temprano". Se queda callado un momento. "¿Podríamos besarnos?". Entiendo que su lenguaje de amor es el contacto físico y, en este punto, la culpa me abruma. El chico que amo ha viajado horas para venir a verme y pasar tiempo conmigo, y aquí estoy yo intentando dormir en lugar de hacerlo sentir amado. Sé que la lógica es errónea, pero siempre quise que se sintiera amado y supiera cuánto lo amé. Si pudiera besarlo un poco, quitarle algo de sueño, estaría bien. Este chico me amaba y yo lo amaba, podría pasar un rato besándolo y recordándole que también lo encuentro atractivo y deseable. Levantaría la barbilla y lo besaría, suave, delicadamente, con la mayor pasión posible para alguien medio dormido. Intentaría igualar su intensidad, con el sueño y el cansancio agobiándome. Finalmente, el cansancio me alcanzaba y dejaba de mover tanto la boca. "¡Cariño! ¡Intento besarte pero no pareces tener muchas ganas!", dice. "Lo siento, guapo, es que estoy muy cansado, te amo". Deja escapar un suspiro y toma mi mano que está sobre su pecho. Toma mi mano y la coloca justo donde la quiere. Está duro. Una sensación de pavor me invade. Amo a este chico, de verdad, y me halaga que me desee. Pero ahora mismo estoy tan somnolienta y agotada. Mueve mi mano contra sí mismo. Usa la otra mano y busca mi cintura. Desliza sus manos dentro y me toca. "Creo que alguien me desea", dice. Por supuesto que lo encuentro atractivo. Es que estoy tan cansada ahora mismo y no quiero hacer nada más que dormir. Me besa con más pasión. Me toca con más agresividad. Hace que lo toque con más agresividad. El agotamiento ha vencido mi determinación de no permitir que esto vuelva a suceder. "Por favor, estoy muy cansada". Mi súplica no obtiene respuesta mientras me quita la ropa interior y la suya. Sé que, llegados a este punto, es más fácil y rápido acabar con esto que seguir luchando por mí misma y rechazar sus insinuaciones. Siempre que había rechazado sus insinuaciones sexuales, me enfrentaba a la crueldad. Le rogaba que dijera algo mientras me disculpaba profusamente, y él guardaba silencio. Si era por la mañana, le explicaba que tenía dolor y le pedía que resolviéramos nuestros días juntos. Se negaba a participar, ponía los ojos en blanco y volvía a dormirse. Se levantaba después de las 10 de la mañana, asegurándose de que no pudiera hacer nada de lo que quería hacer con él esa mañana. Una vez me agotó y, a regañadientes, le di mi consentimiento cuando tenía dolor, pidiéndole que fuera suave. El dolor fue intenso en cuanto me penetró, y grité. Me disculpé efusivamente, pero él permaneció en silencio, incluso mientras le rogaba que dijera algo. No me di cuenta de que esto era evasivo y abuso emocional. Ahora que lo pienso, nunca podía tener un período en paz cuando estaba con él. Si me quedaba en la cama gimiendo de dolor, a veces me consolaba un poco. Pero siempre terminaba con la misma broma, incluso después de que le había expresado innumerables veces cuánto me molestaba. "¿Sabes qué te haría sentir mucho mejor los cólicos?". Se refería al sexo. Siempre se refería al sexo. Incluso cuando le expliqué el dolor insoportable que estaba experimentando, él quería sexo. Incluso después de explicarle que me molestaba que siguiera con la misma broma, expliqué cómo me hacía sentir que no entendía la cantidad de dolor que sentía. Él solo quería sexo. Nunca importaba si yo tenía dolor. Se reía cuando lloraba por lo molesta que me había puesto esa broma. Mi corazón ingenuo estaba convencido de que la risa era inocente. La mayoría de esas veces no cedía hasta que teníamos sexo, o yo le daba placer de alguna otra manera. 12:10. Busca un condón, y antes de que me dé cuenta, estamos teniendo sexo. Estoy haciendo todo lo posible para terminar con esto lo antes posible. Me muevo como él quiere que lo toque como él quiere que lo haga. Todo el tiempo pensando para mí misma, "por favor, termina, estoy muy cansada y necesito dormir". 12:30. Terminó. Intento contener las lágrimas mientras me dirijo al baño. ¿Cómo dejé que esto volviera a suceder? Hablé con él sobre esto otra vez la semana pasada. Le dije que necesitaba que respetara mi hora de dormir, ¿no? Le pedí que por favor no insistiera cuando dijera que no quería tener sexo. Le pedí que por favor no me tomara la mano y me obligara a tocarte. Verbalizó que lo entendía, dijo que solo quería tener sexo si lo hacía. ¿Qué estaba haciendo mal para que esto siguiera sucediendo incluso después de haber hablado con él al respecto? Vuelvo a la cama, él está acurrucado de espaldas a mí, empezando a quedarse dormido. Sé que le gusta tener sexo antes de acostarse para conciliar el sueño, le ayuda a superar los "zoomies antes de dormir", como él los llama. Me acuesto a su lado y las lágrimas empiezan a rodar silenciosamente por mis mejillas. ¿Así se supone que es ser una pareja exclusiva? ¿Rara vez voy a poder dormir cuando quiero porque necesito estar ahí para que tenga sexo antes de dormir, como a él le gusta? ¿Siempre van a ignorar mis súplicas de que me deje en paz? Si vivimos juntos, nos casamos, ¿así será el resto de mi vida? Un pensamiento me llega al estómago. ¿Esto es una agresión? 12:45. Por fin tengo la oportunidad de dormir tranquila. Mi esperanza de dormir 7 horas se ha reducido a 5. Supongo que estaré aturdida y agotada trabajando en el hospital otra vez. Este era mi novio, el chico con el que he estado durante años. Dice que me quiere. Yo lo quiero. Se preocupa por mí, me compra la comida, me compra regalos de cumpleaños. Sale a cenar y viene a visitarme cuando estoy en la escuela. Me ayuda a arreglar el coche y mis aparatos. Nos cepillamos los dientes juntos casi todas las noches antes de dormir. Es mi mejor amigo. Algunos amigos dicen que nos vemos bien juntos y bromeamos mucho. ¿Podría una persona así agredirme? Desde luego, no dije que sí. Al principio le dije que no y que no quería tener sexo, pero no estoy segura de si lo dije o si le pedí que parara cuando agarró un condón. Estaba demasiado cansada para oponer resistencia, solo quería acabar de una vez. No era la primera vez. Pasaba casi todos los meses que venía a visitarme. Intentaba hablar con él a menudo, pero él lo llamaba peleas y decía que le gustaba tener sexo antes de dormir y a primera hora de la mañana, y que le costaba terminar el trabajo antes para que las cosas no pasaran tan tarde. Se cerró cuando saqué el tema y dijo que ese era su lenguaje de amor y que lo hacía sentir amado. Quería que se sintiera amado, pero no a costa de mi falta de sueño. A menudo iniciaba el sexo para que se sintiera amado, y en un momento que propiciara mi necesidad de dormir. Pero no importaba cuántas veces tuviéramos sexo antes de que me relajara, él siempre quería sexo al acostarse porque le ayudaba a conciliar el sueño más fácilmente. Hablamos de hacer tiempo para el sexo, de planificar. Estuvo de acuerdo cuando lo hablamos, pero nunca lo hicimos. ¿Qué me quedaba? No importaba de qué habláramos, ocurría lo mismo. Hablé con alguien cercano a él sobre mi angustia porque quería entender todo lo posible para replantear mis sentimientos y, con suerte, comprenderlo mejor y sentirme menos herida. “Es un chico de 23 años que ve a su novia una vez al mes, ¿qué esperabas? Estás siendo irracional” “Entonces tal vez no deberían dormir en la misma cama” “Si no puedes satisfacer sus necesidades, entonces necesitas hablarlo con él” “Y qué si te engaña, es solo sexo, sigue eligiendo estar contigo, ¿verdad?” ¿Era yo la chica que lo estaba privando de felicidad? ¿No le estaba dando el tipo de sexo que quería a la hora que quería? No pensé que fuera una persona maliciosa. La explicación más amable que se me ocurrió fue que su cerebro se apagaba cuando estaba de humor, y le costaba pensar en mucho más que en su deseo de sexo. Su lóbulo frontal olvidó considerar que tal vez sus acciones me estaban lastimando, y vio convencerme como un desafío. Después de todo, yo era su novia y deberíamos tener intimidad juntos, y hubo muchas veces en que lo disfruté. En ese momento, solo podía pensar en hacer zoomies para dormir. Sin embargo, hay una razón por la que somos humanos, no conejitos: tenemos un razonamiento cognitivo avanzado y no creo que la idiotez sea una excusa. Me amaba, ¿verdad? ¿Por qué querría lastimarme? Estos pensamientos son la razón por la que me quedé tanto tiempo. No pretendía lastimarme, simplemente era joven y tonto, y estaba trabajando en desarrollar su inteligencia emocional. Estaba convencida de que crecería con el tiempo y que cuanto más habláramos, poco a poco lo entendería. Pero no lo hizo. ¿Estaba siendo impaciente? En resumen, nuestra relación se desmoronó cuando salió a la luz lo enojado que estaba por las veces que me negaba a tener sexo cuando estaba cansada, y sus deseos de estar con alguien más excitante sexualmente que yo, alguien con pechos más grandes y curvas más llenas, como el porno que veía varias veces al día. Afloraron los sentimientos y las preguntas de todas las veces que me presionaron para tener sexo. Sentía que estos sentimientos y situaciones de presión eran la razón por la que era tan reservada con él sexualmente y no siempre me sentía cómoda, y quería resolverlo con él para poder ser más excitante sexualmente para él. Hablé con él sobre estas situaciones. "Creo que eso fue una forma de agresión. Me presionaron para tener sexo cuando no quería y me hizo sentir incómoda". "Nunca quise agredirte, lamento que te sintieras así. Aunque puedo entender cómo lo interpretaste". Quería ver si mudarnos juntos arreglaría las cosas. La idea de pasar cada noche así me aterrorizaba. "Podemos tener dos habitaciones diferentes para que eso no pase", sugirió. ¿Por qué no podía simplemente respetar mis límites? Quería poder acurrucarme en la cama con mi pareja al final de un largo día y sentirme cómoda sin la preocupación que tenía que proporcionar sexualmente cuando estaba agotada. “Agradecería poder hablar de esto contigo porque me he sentido violada en esta relación y estoy en una situación muy difícil”. Le dije que ya no quería más cuando me gritó por teléfono. Iba a buscar terapia de pareja. Dijo que estaba haciendo una profunda introspección sobre sus sentimientos. Me envió una carta diciendo que no quería estar conmigo unos días después porque estaba discutiendo y enfadada con él. “Esto es demasiado, y no tengo tiempo para lidiar con esto y resolver estas cosas contigo. Mi trabajo es una extensión de mí, mi prioridad, y necesito concentrarme en eso... No quiero que salgas de esto sintiéndote como si hubieras sido maltratada durante tres años”. El chico que decía amarme incondicionalmente había encontrado su condición. Sus argumentos eran válidos; cada uno tiene derecho a sus propias prioridades. Sin embargo, me di cuenta de que después de tres años juntos, todavía no me respetaba ni se preocupaba por mí lo suficiente como para asumir la responsabilidad y ayudarme a hablar sobre el trauma que había sufrido en nuestra relación. Siempre es difícil aceptar que hemos lastimado a alguien a quien amamos, y quiero pensar que su tendencia a evitarlo lo puso en modo de lucha o huida cuando escuchó cuánto dolor sentía. Debió pensar que era más fácil simplemente huir y dejar de lastimarme en lugar de enfrentar el dolor que me había causado. Me convencí de todas las excusas posibles que podía inventarle. Al final, me quedé sola, recuperándome de la violación sufrida durante mi relación, gritando, llorando, sin saber cómo hablar de lo que me había pasado. Pero aquí estoy ahora, intentando aprender. ¿Era ignorancia? ¿Una falta de comunicación habitual cada mes? Incluso eso sonaba ridículo. ¿Cómo podía hablarle de lo mismo todos los meses para que nunca lo oyera? ¿Le estaba poniendo demasiadas excusas? ¿Era demasiado complaciente y él buscaba aplastarme para conseguir lo que quería? Agresión siempre me pareció una palabra demasiado fuerte para describir esto. ¿Había una categoría más pequeña para describir el hecho de que me tocaran cuando no quería y me empujaran a tener sexo cuando no lo deseaba? ¿Existe una palabra para describir a tu pareja de años que habitualmente tiene sexo contigo cuando no dijiste que sí y no querías? ChatGPT dice: “El término para eso es ‘sexo coercitivo’ o ‘coerción sexual’ si hubo presión, culpabilización o manipulación. Si no hubo consentimiento, incluso dentro de una relación a largo plazo, se considera legal y éticamente violación o agresión sexual, según la jurisdicción”. Nunca he podido llamar a esto violación, pero estoy empezando a comprender que la violación no siempre es violenta y puede ser cometida por una pareja íntima que no fue físicamente abusiva. Nunca me golpeó ni se puso violento conmigo. Pero esto, fuera lo que fuera, vino acompañado de abuso emocional y aun así fue horrible. Me sentí muy irrespetada y violada. De algo estoy segura (por desgracia) es de que no estoy sola en esta experiencia. Agradezco que hayas leído esta historia, te sientas identificada o no.

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  • “Puede resultar muy difícil pedir ayuda cuando estás pasando por un momento difícil. La recuperación es un gran peso que hay que soportar, pero no es necesario que lo lleves tú solo”.

    La sanación no es lineal. Es diferente para cada persona. Es importante que seamos pacientes con nosotros mismos cuando surjan contratiempos en nuestro proceso. Perdónate por todo lo que pueda salir mal en el camino.

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    De un sobreviviente
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    El mal vive aquí……

    Tengo 33 años y tres hijos (dos varones y una mujer). Mi primogénito es de mi relación anterior. Recién graduada conocí a este hombre con quien actualmente tengo dos hijos. Terminé la universidad con la esperanza de conseguir un trabajo para mantenerme a mí y a mi entonces único hijo, pero cada vez que intentaba buscar trabajo, mi esposo me desanimaba, diciendo que me explotarían y me darían miserias. Así que, ¿a quién le convenía quedarme en casa y ser esposa? Cedí y me quedé en casa, pero él siempre me peleaba por satisfacer mis necesidades. Recuerdo que le pedí bragas y sujetadores durante los últimos seis años y nada. Para todo lo que me da, primero debemos pelearnos, y él sabe muy bien que no tengo adónde ir porque me aisló de mi familia. Después de mudarme con él y mi hijo, empezó a tratarlo con tanta ira que lo golpeaba, lo maltrataba y lo insultaba, y todavía lo hace, demostrándole que no soy su padre y que solo favorezco a los hijos que tengo con él. El mío, con el que llegué, no merece nada bueno. Mientras estaba embarazada de su hijo, él estaba coqueteando con mi hermana y para entonces yo no estaba recibiendo ninguna ayuda financiera, así que opté por ir al alquiler de mi madre y después de un tiempo mi hermana me reveló el tipo de marido que tengo cuando lo confronté al respecto, era demasiado amargado y amenazó con quitarme a mis hijos. Cuando estaba embarazada de mi segundo hijo con él, lo conseguí con 15 chicas coqueteando y acostándose con todas. Estaba tan devastada que casi pierdo a mi hijo debido al estrés, me recompuse y lo dejé pasar por mi bien de mi bebé, pero juré que había terminado con este hombre, así que comencé a no prestarle demasiada atención y me concentré en criar a mis hijos mientras tanto, estaba atrapada, no tenía dinero propio y no tenía ningún pariente con quien contactar. Perseveré y me quedé para tener un techo sobre nuestras cabezas y para solicitar comida para mis hijos. En realidad perdí el apetito sexual hacia él por todas las cosas repugnantes que hace a mis espaldas, pero me obligaba a tener sexo y amenazaba con no darme nada si no lo satisfacía. Llegó un momento en que me violaba diciendo que era de su propiedad y que no podía vivir sin él porque no tenía dinero. Todo fue violencia verbal hasta mayo de este año 2024, cuando lo confronté por engañarme con mi prima y mensajes de él en una cabaña con otra chica. Me agarró del cuello, me estranguló y me golpeó tanto que empecé a escupir sangre... En este punto me dije a mí misma que debería irme y comenzar una nueva vida. De hecho, le dije que me iba y se rió de mí diciendo que no puedes irte, ¿qué vas a alimentar a tus hijos? Estuve empacando todo el día pensando que no podía dejar de encontrar dónde quedarme, pero la realidad me golpeó y definitivamente no tenía a dónde ir, así que desempaqué mis cosas y me quedé. Han sido meses y meses de abuso sexual, financiero, emocional y físico, pero no sé por dónde empezar con 3 niños, de hecho, he contemplado el suicidio tantas veces pensando que aliviaría el dolor.

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  • “La curación es diferente para cada persona, pero para mí se trata de escucharme a mí misma... Me aseguro de tomarme un tiempo cada semana para ponerme a mí en primer lugar y practicar el autocuidado”.

    “Siempre está bien pedir ayuda”

    Mensaje de Sanación
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    poder seguir adelante y pasar un poco la pagina

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    No tengo recuerdos claros y siento mucha culpa

    Mi historia es un poco larga. Cuando tenía 15 años o 16 años, vino a mi mente el recuerdo de cosas que habían ocurrido cuando yo tenía entre 4 y 5 años. Dos tíos abusaron de mí. Los recuerdos sobre esto nunca han sido claros y ahora, muchos años después, todo se ha vuelto más lejano y confuso y he dudado varias veces de mí misma y de mi historia. Hay otras cosas que pasaron en mi infancia que sí recuerdo con más claridad: cuando tenía entre 7 y 8 años, vi a mis papás teniendo relaciones sexuales a mi lado (esa noche me había pasado a dormir con ellos en su cama). Tiempo después, se repitió la situación, pero con mi padrastro y mi mamá. También cuando tenía entre 7 y 8 años, estaba revisando unos CD'S en el DVD que había en la casa para marcarlos según el género musical o según la película que fuera. Uno de los CD'S, era una película porno. Como casi siempre, me encontraba sola en mi casa, entonces la vi completa. No recuerdo si me masturbé. Sé que desde muy niña me frotaba con peluches, muñecas y otros objetos, aunque sin mucha conciencia de lo que hacía, pero estaba presente el miedo a ser vista. Hay algo que me atormenta en este momento: cuando tenía 6 o 7 años, mi prima (ella un año mayor) y yo jugábamos a imitar algunas posiciones de un libro de kamasutra que había en su casa. También tengo leves recuerdos de una vez que, mientras nos bañábamos, frotamos nuestras partes íntimas. No sé si esto se dio en el marco de una curiosidad bilateral y por el contenido del libro al que habíamos estado expuestas o si fui yo quien generó la situación y la persuadió a ella de hacerlo o si la manipulé. No recuerdo que haya sido así, pero me da miedo que sí. ¿Y si imité lo que hacía mis tíos conmigo o lo que vi en contenido al que estuve expuesta? Siento miedo, culpa y vergüenza. Además, hace medio año, recordé que cuando tenía 10 años y cargué a mi hermanita en mi piernas (que estaba como de un mes), sentí un estímulo placentero en mi zona íntima por el contacto. Cuando esta imagen vino a mí (tampoco fue clara, como mis otros recuerdos) sentí culpa, pero no escaló a más porque entendí que fue una reacción física y nada más. Pero luego no podía dejar de pensar en ello y me cuestionaba si había prologando o intensificado el contacto y sentí muchísima culpa, asco y vergüenza. Fue tan fuerte, que tuve un episodio de TOC y siento que aún no he podido salir de ahí, porque ahora me inundan las dudas sobre lo sucedido con mi prima.

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    Esa noche mi hermano me tocó.

    No sé si lo que me hizo mi hermano se puede clasificar como abuso sexual. Me estaba quedando a dormir en su casa. Era tarde por la noche y estábamos viendo una película. En un momento dado, me preguntó si podía empezar a acurrucarme. De hecho, acepté, ya que somos muy cercanos y ambos disfrutamos del afecto físico. Mientras hacíamos cucharita, metió la mano debajo de mi camisa. No dijo nada, y yo tampoco. A medida que avanzaba la noche, alternaba entre caricias, besos en la cabeza o en un lado de la cara, y palabras de cariño. Le acaricié el brazo distraídamente porque me sentía incómoda allí tumbada. Finalmente, me preguntó "¿está bien?", refiriéndose a su mano subiendo lentamente por mi estómago. Le estaba dando el beneficio de la duda y seguía pensando que la acción era platónica, además de que me sentía bien, además de que soy tímida y me cuesta la confrontación, así que mi cerebro piensa que decir "no" a la gente es provocarla, así que dije "sí". En realidad no quería decirlo. No creo que quisiera decir "no", claro. No creo que quisiera decir nada en absoluto. Estaba cansada. Los dos lo estábamos. Sus caricias progresaron suavemente hasta el punto de acariciar la parte inferior de mis pechos. Fue entonces cuando empecé a cuestionar sus intenciones. Volvió a preguntar "¿está bien?". Volví a decir "sí". Cuando terminó la película, me asusté. La había estado usando para distraerme de lo que estaba pasando, y temía que, al no haber distracción, centrara toda su atención en mí e intentara hacer algo; así que me incorporé. Me apretó ligeramente la parte inferior del pecho mientras lo hacía, quizá a propósito, quizá por reflejo. Cuando se dio cuenta de que me estaba alejando de verdad, retiró las manos, dijo: "Lo siento. Tu hermano es un bicho raro", y se levantó para ducharse. Creo que en ese momento empecé a entrar en pánico. Fue lo que confirmó mis sospechas de que sus caricias realmente tenían una intención sexual. Había estado intentando engañarme a mí misma creyendo que eran afecto inocente, pero esas palabras me obligaban a afrontar la realidad de mi situación. Recuerdo que no paraba de hablar de temas sin sentido mientras desayunábamos porque temía que sacara a relucir lo que acababa de pasar y quisiera hablar de ello. No quería hablar de ello. Quería fingir que nunca había pasado. Todavía lo intento. Pero me atormenta. Él y su esposa (que habían estado durmiendo plácidamente en su habitación toda la noche) se fueron temprano por la mañana de luna de miel (yo estaba allí para cuidar la casa y había ido la noche anterior para pasar el rato con ellos antes de que se fueran). Una vez sola, me fui a dormir tranquilamente a su cama (con su permiso e insistencia, ya que no había otras camas en el apartamento). Mientras intentaba dormirme, aún podía sentir sus manos sobre mí, como una caricia fantasma. Me derrumbé en ese mismo instante. Me sentí culpable y asquerosa por no haberlo parado y por haberlo disfrutado también. Sentía que tal vez yo era la rara, y tal vez yo la que estaba convirtiendo esta interacción en algo inapropiado. Las semanas siguientes, intenté reprimir mis sentimientos. Unos días antes de Navidad, estaba en un avión con mi madre, a punto de empezar nuestras vacaciones. Estaba cerca de la regla y tenía los pechos sensibles. Eso desencadenó algo en mí y de repente lloré ahí mismo, en público. Ese dolor vago me recordó la sensación de aquel apretón que me dio en el pecho. Mi madre me vio a punto de llorar, pero mentí y le dije que era solo porque estaba cerca de la regla y me sentía deprimida (llevó un tiempo luchando contra la depresión, y ella lo sabía). Durante el viaje, tuve flashbacks aleatorios de esa noche, a veces incluso acompañados de náuseas. Sentía que estaba exagerando mi reacción mental, ya que no me habían violado y no debería estar traumatizada por un contacto que apenas puede considerarse íntimo. Al volver a casa, hice algo de lo que no sé si me arrepiento: hablé con él. Le envié un mensaje largo (vive en otra ciudad, lo que me dio más seguridad al confrontarlo) del que apenas recuerdo nada, salvo que mencionaba "esa noche" y cuánto me había afectado. Me derrumbé al escribirlo, y probablemente no era muy coherente. Mi hermano me envió muchas respuestas cortas en ráfagas rápidas al verlo. Se disculpó profusamente. Dijo "No sé qué me pasa", "Buscaré ayuda psicológica", entre muchas cosas que no recuerdo. Eso me asustó un poco. ¿Para qué necesitaba ayuda psicológica? ¿Estaba admitiendo que tenía impulsos que no podía controlar? Pero no dije nada al respecto. Tenía miedo de acusarlo, y me aseguré de aclarar que yo también era culpable por no poner límites. Ambos nos respondíamos sin pensar. Estábamos en pánico y llenos de adrenalina. Tenía miedo de perderlo. Era mi único vínculo en la ciudad donde vivíamos (muy lejos de la nuestra, donde viven nuestros padres y mis amigos). No quería molestarlo, porque es una persona muy sensible y ya me sentía culpable por cómo reaccionaba. Resolvimos el asunto por mensaje. Pero no lo hicimos. En absoluto. Fingí que sí, pero seguía atormentada por las dudas y la paranoia. Más que las caricias, lo que me atormentaba eran sus palabras: "Lo siento. Tu hermano es un bicho raro". Me conmovieron profundamente. Solo quería negar lo sucedido, pero esas palabras no me lo permitieron. La historia continúa hasta el día de hoy, pero no quiero escribir demasiado sobre las consecuencias de "esa noche", ya que escribiría demasiado y quiero centrarme en si fue un caso de abuso. En este punto, me siento un poco más centrada y capaz de aceptar que lo sucedido tuvo un trasfondo sexual. Todavía me siento avergonzada y culpable. Consentí algunas caricias. No estoy segura de si quería, pero lo hice. Normalmente, eso me haría pensar que fue un encuentro consentido y que ahora simplemente me arrepiento, pero hay muchos factores que también contribuyen a mi creencia de que esto también podría ser un caso de abuso. En primer lugar, mi hermano tenía 38 años en ese momento. Yo tenía 20, lo cual sí, es una adulta, pero aun así; él es mi hermano mucho mayor. Ya era casi un adulto cuando yo nací. Ha sido una figura de autoridad toda mi vida, aunque le gusta fingir que no lo es. Es un poco despistado en cuanto a lo que es apropiado o no en contextos sociales, pero creo que alguien de su edad debería saber que no debe meter la mano bajo la camisa de su hermana pequeña y subir tanto por su cuerpo que sus dedos rocen su areola. En segundo lugar, soy neurodivergente, aunque no se lo dije en ese momento. Sin embargo, cuando se lo conté, me dijo que ya sospechaba. A pesar de eso, siempre he sido callada y retraída, así que me molesta que empezara a tocarme bajo la apariencia de afecto inocente y luego esperara que yo pudiera expresar mi incomodidad cuando la situación se intensificara sin que él especificara qué iba a pasar. Tampoco creo que su forma de buscar consentimiento fuera nada productiva. Solo me preguntó si dos caricias específicas estaban bien, y solo después de empezar a hacerlas. No pidió permiso explícito para nada, salvo para los abrazos al principio. Lo que quiero decir es que yo era vulnerable. Soy joven, inexperta, autista, y él siempre ha sido un apoyo emocional y casi una figura paterna para mí. No sé cómo puede ser tan ingenuo como para pensar que no tiene ningún poder sobre mí. Quizás sí lo sabe, pero no estaba pensando en ese momento. Sigo sin entender por qué me tocaría así. Me consuela un poco pensar que quizás no tenía ningún control sobre ello después de todo. Pero no lo sé. Quizás sí. Soy adulta, después de todo. Y creo que se habría detenido si se lo hubiera dicho. Pero definitivamente nunca di mi consentimiento entusiasta. Me siento traicionada. Me siento perdida. Me siento enojada. Me siento triste. Llevo meses evitando pensar en ello. Esta noche, todo me volvió a la mente y me derrumbé de nuevo. De verdad que no sé qué hacer. No quiero contarle a nadie cercano lo que pasó porque me da vergüenza. Y desde luego no quiero contárselo a mis padres. En cierto modo, quiero cortar lazos con él, pero al mismo tiempo no lo hago porque creo que está arrepentido y no quiero entristecerlo. No puedo evitar ser ingenua. No sé si eso me reconforta o me avergüenza.

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    Atrapado en el baño durante 40 años

    Atrapado en el baño. Es posible ser amado. Cuando pasé siglos diciéndole a mi mamá y papá que estaría bien viajar a ciudad para un concierto, pensé que era adulto y espabilado. En realidad, era un joven ingenuo; mis padres accedieron a regañadientes siempre y cuando nos quedáramos con el tío de mi amigo; esto significaría que no tendríamos que viajar de regreso tarde. El concierto fue fantástico; volvimos a su piso y los demás se fueron a la cama. Me quedé despierto charlando con nombre; después de una media hora, comenzó a preguntarme si era virgen y a enseñarme revistas pornográficas. Intenté escaparme e irme a la cama; luego me atacó y me violó. Me encerré en el baño y esperé, pero seguía agitado; quería que durmiera en su cama. No tenía ni idea de que un hombre pudiera hacerle lo que le hizo a otro hombre. Dos semanas después volví a quedarme después de un partido de fútbol; esta vez intenté persuadir a mis padres de que no debía ir, pero no querían que la entrada se desperdiciara; me atacó y me violó de nuevo; finalmente logré encerrarme en el baño. Mentalmente me quedé en ese baño durante los siguientes 40 años, sin decir nada, sin pedir apoyo, 3 matrimonios fallidos, problemas con la bebida, dificultades para ser un buen padre. La primera persona a la que se lo conté después de 40 años fue a mi exesposa, y su respuesta fue: "No puedo amarte, me has violado al mantener esto en secreto". Esto fue devastador y me llevó a un declive a un lugar muy oscuro. Ahora, con el apoyo de mis hijos, mi nueva pareja, un fantástico psiquiatra y un terapeuta de organización de apoyo, me siento mejor y creo que puedo ser amado. Nunca es demasiado tarde para comenzar a sanar.

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    🇺🇸

    LA HISTORIA DE UNA VÍCTIMA SOBREVIVIENTE - Nombre

    LA HISTORIA DE UNA VÍCTIMA SOBREVIVIENTE - Nombre Tenía cuatro años cuando, al oír las voces alzadas de mis padres, miré por la esquina de la sala, como espectadora silenciosa de la mano de mi padre que impactaba contra la cara de mi madre, impulsándola por los aires hasta nuestra mesa de centro de estilo danés moderno. Con el impacto, la mesa y mi pequeña madre se rompieron en pedazos. Esa noche, mi padre manitas reparó la mesa. No lo sabía entonces, pero mi madre quedó destrozada para siempre. Aunque mi hermano mayor no presenció esta pelea tan desigual, sin duda los oyó discutir, seguido del golpe, los gritos de mi madre y el choque. Mi padre la dejó sobre los restos de la mesa, llorando, mientras el rímel negro le corría por la cara. Sin saber qué hacer y con miedo de decir una palabra, corrí a mi habitación. Minutos después, apareció en mi puerta. Sus ojos llorosos y enrojecidos, enmarcados por pestañas Maybelline, retocadas con maestría, y su boca brillaba con el color favorito de mi papá, el rojo intenso del labial Fire and Ice. Mientras buscaba mi osito de peluche para consolarme, me dijo: «Tu papá es un buen hombre y te quiere mucho. Voy a preparar la cena». Esa noche, como siempre, cenamos los cuatro en la mesa de la cocina, con las típicas bromas alrededor de la mesa de fórmica como si nada hubiera pasado, lo que me dejó aún más confundida con mi mamá y, sobre todo, con mi papá. Aunque nunca volví a ver a mi padre golpearla, cuando vi los moretones que salpicaban sus pálidos brazos, me sentí obligado a preguntar: "¿Qué es eso?". "Nada", decía mientras se bajaba las mangas para cubrir las marcas negras y azules, "Tu padre es un buen hombre y te quiere mucho". Mi padre mandaba en nuestra casa, una casa suburbana gris carbón, estilo Cape Cod, mientras que mi madre se quedaba en casa, cocinando, limpiando y criándonos mientras él trabajaba a tiempo completo. Al mando de nuestro hogar y nuestras finanzas, mi padre tenía todo lo que le prohibió a mi madre: un trabajo, tarjetas de crédito, un coche, acceso a cuentas bancarias y amigos. El mundo era suyo y suyo era nuestro. Él traía la compra a casa, mi madre cocinaba lo que él quería y nosotros lo comíamos. Tras graduarme de la preparatoria, me fui de casa para ir a la universidad, feliz de dejar atrás lo que presencié aquella tarde de domingo y las burlas de mis compañeros de preparatoria, como "¡Perro Feo!". A pesar de empezar una nueva vida, mis inseguridades sobre mi apariencia me siguieron hasta el otro lado del país. Como una de 25,000 estudiantes, acepté mis clases con entusiasmo, y lo primero: un trabajo a tiempo parcial y una cuenta bancaria, además de un estudiante alto, rubio, musculoso y de ojos azules que conocí en mi primer año. Aunque decía que era guapa, no le creí, ya que descubrí que las burlas despectivas de mis compañeros de preparatoria sobre mi apariencia me habían acompañado a la universidad, resonando en mi cabeza. Empezamos a salir y me sentí, afortunadamente, honrada de que alguien tan guapo se dignara a estar con alguien poco atractivo, pero al parecer, los polos opuestos se atraen. Y había una ventaja: este musculoso chico de campo era la luz física frente a los rasgos oscuros de mi padre, y a mi padre le gustaba. Nuestras citas estaban llenas de coqueteo, besos y su físico, que sentí por primera vez en un bar universitario. Durante la hora feliz, acompañados por mi hermano y mi compañero de piso, que se sentaba frente a nosotros, escuchamos música, reímos y charlamos de nada en particular. De repente, sentí su mano extendida en mi cara. La intensidad de su poderosa palma me hizo caer del taburete al suelo pegajoso y empapado de cerveza. Tirando del borde de la barra, me tambaleé hasta el baño de mujeres y me limpié el maquillaje empapado en lágrimas antes de volver con él y nuestros testigos silenciosos, un trío impávido enfrascado en una charla universitaria. Aunque sigo sintiendo la fuerza de su mano en mi cara mucho después de la graduación, hacía tiempo que había empezado a creer que mi chico de cabello dorado me amaba, tal como decía. Estuve enamorada de él desde la primera vez que lo vi, así que acepté su propuesta de matrimonio. Mi padre, todavía su mayor admirador, fue nuestro invitado más feliz a la boda. A pesar de su frugalidad, había pagado todo, incluyendo el vestido de novia princesa de tafetán blanco y miriñaque con el que siempre había soñado. Al regresar a casa de nuestra luna de miel en City, sus impredecibles arrebatos físicos continuaron. Con el tiempo, añadió algo nuevo: la agresión sexual, ignorando mis súplicas y gritos para que parara. Aunque sus acciones físicas siempre ocurrían al azar, empezó a darme una advertencia: el crujido de sus nudillos. No estaba preparada la primera vez, pero sí para la siguiente cuando oí el chasquido. Aunque me preparé para el golpe, me pilló desprevenida rodeándome el cuello con las manos, estrangulándome antes de levantarme con facilidad, golpeándome la cabeza contra la pared o cualquier estructura más cercana antes de soltarme, deslizándome hasta caer al suelo. Al igual que con sus bofetadas, sus manos alrededor de mi garganta no dejaron moretones visibles, así que guardé silencio y volví a la tranquilidad de cocinar, ver la televisión, jugar a juegos de mesa, pasear al perro y tener sexo. Cada domingo por la tarde, llamaba a mis padres. Mi papá siempre contestaba primero, listo para contarme las últimas novedades antes de pasarle la palabra a mi mamá. Nuestras charlas eran breves, la mayoría sobre un bufé al que iban o cómo me iba en el trabajo, pero cada una incluía un pasaje improvisado de su trillado guion, con un pequeño cambio: «Tu marido es un buen hombre y te quiere mucho». Un día entre semana, estaba limpiando nuestro apartamento mientras un programa de televisión sonaba de fondo. Cuando escuché a sobrevivientes de violencia doméstica detallar sus experiencias, que coincidían con las mías, dejé el trapo y me acerqué a la pantalla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras estas víctimas de abuso admitían temer por sus vidas y las de sus hijos. Por primera vez, me vi a mí misma y a mi mamá. Cuando los créditos finales del programa se congelaron en un número de teléfono de violencia doméstica, agarré un lápiz, garabateé el número en un bloc de notas, arranqué esa página y la metí en mi agenda. Si bien me sentí obligada a escribirlo, también quería mantenerlo fuera de mi vista, y lo hice. Pero no podía dejar de ver las imágenes de esas mujeres asustadas, una de las cuales era la doble de mi madre. Transportada de vuelta a esa memorable tarde de domingo de mi infancia, oí los gritos de mi madre, seguidos del momento en que la mesa se desmoronaba. Muchos meses después de la emisión de ese programa, durante una noche tranquila en casa, oí el crujido de nudillos, seguido de las manos de mi marido alrededor de mi garganta. Pero esta vez, la sujetó con más fuerza que nunca. Cuando finalmente me soltó, caí al suelo, ahogándome y farfullando mientras intentaba respirar. Se paró frente a mí gritando: "¡Llama a la policía, no me harán nada! ¡Si lo hago, sabrán que estás loca y se largarán de aquí, mentirosa! ¡Hazlo!". Me lanzó el teléfono; rebotó en mi hombro y cayó al suelo, donde permaneció junto a mí hasta que se dio la vuelta y se fue a la cama. Al día siguiente, en el trabajo, metí la mano en mi bolso, saqué mi agenda y desdoblé el papel. Entrecerrando los ojos para leer el número, ahora descolorido y apenas legible, marqué. No lo sabía entonces, pero esos diez dígitos me salvarían la vida. La línea directa me remitió a un refugio local para mujeres maltratadas donde podía obtener ayuda. En cuanto me senté en la oficina de la consejera, se me abrieron las puertas. Le conté detalladamente el pasatiempo de mi esposo y, al mismo tiempo, defendí sus acciones, ya que, a diferencia de las maniobras de mi padre, las de mi esposo no dejaban señales reveladoras, salvo en dos ocasiones: una cuando me golpeó en la cara con una percha de madera y otra cuando me empujó al suelo y mi cara impactó contra la alfombra, dejándome marcas de quemaduras. "Y", añadí con orgullo, "definitivamente no es como mi padre. Mi esposo no es controlador, celoso ni posesivo, y yo no me parezco en nada a mi madre. Soy independiente, tengo mi propio coche, título universitario, carrera y voy y vengo a mi antojo. Además, administro todas nuestras finanzas". Al escuchar mis palabras, escuché mi verdad. En pocas sesiones, comprendí que el abuso nunca es permisible. Ya sea que deje moretones visibles, huesos rotos o muebles, es abuso. Del mismo modo, incluso estando casado, la agresión sexual es un acto violento y abusivo. También aprendí que la violencia doméstica no siempre sigue una fórmula. No tiene por qué ir precedido de una fase de tensión creciente ni seguido de una disculpa, ya sean flores, dulces o la singular expresión de arrepentimiento y cargada de culpa de mi esposo después de arrancarme el pelo con saña: "Siento que me hayas obligado a hacer esto". Con cada sesión de terapia, a medida que ganaba confianza, también me sentía culpable, ya que estaba mejor que los residentes del refugio con niños que no tenían los recursos que yo tenía. Mi esposo no era celoso ni controlador, así que tenía libertad, dinero y más. Sentía que estaba robando ayuda que otros necesitaban mucho más que yo. Fue entonces cuando mi terapeuta me recordó los muchos abusos que había sufrido, los mismos que me llevaron a llamar a la línea directa. Me explicó que no todos los abusadores se ven ni actúan igual, ni tampoco sus víctimas. En la violencia doméstica y la agresión sexual, no hay una solución única para todos. Lo único que tienen en común es que está mal. Con el apoyo de mi consejero, le confié mi verdad a un amable compañero de trabajo que respondió con aceptación, un abrazo reconfortante y las palabras que tanto anhelaba: "Estoy aquí para ti". Mientras le daba las gracias entre sollozos, añadió: "Tienes que dejarlo. ¿Qué esperas?". Con una leve sonrisa, respondí: "Estoy esperando las flores y los dulces". Al día siguiente, en el trabajo, me dio una rosa de chocolate. "Aquí están tus malditas flores y dulces. ¡Ahora deja a ese cabrón! Aléjate de él, de aquí. Empezarás de nuevo, estarás bien, estarás mucho mejor". Con su apoyo, seguí su consejo y solicité empleos a 1.600 kilómetros de distancia. Después de programar y asistir a entrevistas, acepté una oferta para una oportunidad fabulosa en el estado de mi infancia, al que medio en broma me referí como "la escena del crimen original". Aunque mi esposo expresó su descontento con mi decisión de irme, en un fugaz momento de verdad, dijo que mientras yo probaba mis alas, él asistiría a terapia para que pudiéramos empezar de nuevo, en paz. Fue tan comprensivo, que incluso se ofreció a compartir el largo viaje conmigo, y como aún no estaba completamente segura de que pudiera hacerlo sola, acepté. Nuestro viaje fue sorprendentemente tranquilo hasta que dejó la primera caja en mi ático y me dio un regalo verbal de bienvenida: "No puedo creer que me dejes por este basurero". Esa noche, respiré aliviada al dejarlo en el aeropuerto. Empezar de cero en una casa de desconocidos era difícil, así que volví, en parte, a lo familiar, hablando con mi esposo cada noche. En casi todas las llamadas, me reprendía: "Podrías volver ahora, todos sabemos que lo harás y sabes que te quiero". Cuanto más lo decía, más me reafirmaba en que había tomado la decisión correcta. Como mi trabajo iba bien, decidí celebrar mi trigésimo cumpleaños en Country con una amiga de la universidad. A mi regreso, me esperaba un regalo: los papeles del divorcio, sin recibo, papel de regalo, cinta ni suficiente franqueo. Aceptando mi destino, pagué cuarenta y un centavos por el paquete. El retorno de mi inversión fue realmente enriquecedor, ya que me deleité al saber que estaría libre para siempre de su abuso. Con la finalización de nuestro divorcio, volví a la escuela, conseguí un puesto como diseñadora, compré un apartamento y fui voluntaria en un refugio local para mujeres maltratadas. Estaba a salvo y feliz, pero faltaba algo. Para encontrar esa pieza del rompecabezas, me inscribí en un sitio de citas en línea que me llevó a un hombre encantador y talentoso que, como yo, era creativo, era sincero y había presenciado violencia en su hogar de infancia. Él también estaba divorciado y, entre lágrimas, me contó que su matrimonio había terminado en infidelidad, un acto que rompió nuestras promesas y que acordamos no repetir jamás. La guinda del pastel fue su respuesta empática a mi pasado, pues antes de conocernos, había formado parte de la junta directiva del refugio local para mujeres maltratadas. Por primera vez, tuve una relación de apoyo mutuo y amor. En un largo fin de semana en Ciudad 2, me propuso matrimonio y, con alegría, ¡dije que sí! Al regresar a Ciudad 3, renovamos un apartamento y comenzamos a planear nuestra boda. Al vivir juntos, no necesitábamos regalos de boda, así que incluimos donaciones a la Línea Nacional de Atención sobre Violencia Doméstica con cada invitación. A solo cuatro meses de nuestra boda de Nochevieja y con los preparativos en la cabeza, noté que mi visión empeoraba. Pedí cita con mi oftalmólogo, quien me hizo algunas pruebas, y luego le susurré a su asistente, quien me dio las instrucciones para las pruebas. Dos días después, con mi prometido a mi lado, me diagnosticaron un tumor cerebral masivo que me desfiguró el rostro y que ya me había quitado la visión de un ojo. Tan ocupados con las reformas y planeando nuestro futuro, no nos dimos cuenta de que el tumor empujaba mi ojo hacia adelante. Me sometí a once horas de cirugía cerebral y reconstructiva facial de emergencia para salvarme la vida. Mi prometido me acompañó durante los diez días de hospitalización y a todas las citas y pruebas postoperatorias. Dado que el tumor me había afectado la vista, tenía graves problemas de equilibrio, pero conté con el apoyo físico de mi futuro esposo, quien me ayudó en cada paso del camino, ya que, por primera vez, dependía de un bastón. Habíamos sobrevivido a un tumor y a una cirugía que podría haberme dejado totalmente ciega, paralizada o muerta. Agradecidos y optimistas, continuamos con los planes de la boda. La luz al final del túnel se oscureció de nuevo cuando una cita médica de rutina para su diabetes tipo 1 resultó en un diagnóstico de leucemia. Afortunadamente, aún no requería tratamiento, así que, una vez más, mantuvimos nuestros planes programados. Nuestra boda fue una alegre celebración de amor y supervivencia. Como aún me estaba recuperando de la cirugía, elegimos una tranquila luna de miel en la playa de Country 2, tras lo cual regresamos a nuestro loft recién renovado de City 4. Disfrutamos de nuestras creaciones y proyectos profesionales, del tiempo libre juntos recorriendo la ciudad, sorprendiéndonos con regalos de viajes y joyas, y también dedicando tiempo a visitar a amigos y familiares. Además, continuamos con nuestro voluntariado: él formaba parte de la junta directiva de una organización benéfica para niños, mientras que yo tuve el honor de hablar en nombre de la NDVH. Poco después, realicé una formación exhaustiva y obtuve mi certificado de abogacía, lo que me permitió ser voluntaria en dos salas de emergencias de hospitales State, brindando apoyo y recursos a mujeres víctimas de violencia doméstica y agresión sexual. Nuestro matrimonio fue mutuamente gratificante y enriquecedor, uno que nuestros amigos admitían envidiar constantemente. Teníamos todo lo que cualquiera podría desear, y también algo que nadie quería. Una resonancia magnética de rutina reveló un crecimiento residual de un tumor cerebral. Tras semanas de radiación, sufrí constantes efectos secundarios: pérdida de memoria, fatiga e insomnio, todo lo cual afectó negativamente mi capacidad para trabajar y hacer voluntariado. Instintivamente, mi marido sabía que, como persona autosuficiente, mi nueva realidad era difícil de aceptar, pero también sabía lo que debía decir. «Trabajas dos días y estás muerta durante cinco. No es sano. Tienes que renunciar». Para amortiguar el golpe, añadió: «Estaremos bien, tú estarás mejor, más sana y tenemos dinero de sobra. Como siempre digo, «la preocupación es un desperdicio», así que, por favor, no te preocupes. Lo más importante es que nos tenemos el uno al otro». A regañadientes, admití que tenía razón y juntos admitimos que, por desgracia, tenía una discapacidad permanente. Después de dejar mi trabajo, me quedé en casa, escribiendo ensayos personales y haciendo ejercicio cuando podía. Detestaba admitir que tenía una discapacidad, pero sí sugerí que solicitara la prestación. Me respondió abrazándome y repitiendo: «No hace falta, tenemos dinero de sobra». Al día siguiente, camino al trabajo, me llamó. «Apunta el número de este agente inmobiliario. ¡Es una casa preciosa en East Hampton!». Ese fin de semana, fuimos en coche a Ciudad 5 y empezamos a buscar casa. En seis meses, compramos una casa de campo reluciente con piscina y tenis. Alternábamos nuestro tiempo entre Ciudad 4 y Ciudad 5. Con la compra de esa propiedad y sin haber vivido en mi apartamento durante más de dos años, lo vendimos y usamos las ganancias para el enganche, ya que él sugirió que compráramos una casa para mis padres, como había hecho con su exsuegra durante su primer matrimonio. Mis padres adoraban su nueva casa adosada en State 2. Mientras planeábamos un viaje romántico de aniversario, se publicó mi ensayo personal que narraba mi viaje desde el diagnóstico de un tumor cerebral hasta una boda idílica. Volamos a la Isla como lo habíamos planeado, donde descansamos al sol y chapoteamos en el mar. Pero nuestro regreso a casa no fue como lo habíamos planeado, ya que él comenzó a experimentar una fatiga repentina. Aunque ya había programado una fiesta para celebrar mi logro como escritor, dado su delicado estado de salud, le pedí que cancelara el evento, pero se negó. La celebración fue maravillosa y los invitados llamaron al día siguiente para agradecerme, seguidos de preguntas sobre su salud. Aún no le habíamos contado a nadie sobre su leucemia, ya que no queríamos que familiares y amigos se preocuparan, como ya lo habían hecho durante mi cirugía y radioterapia. Y quizás tampoco queríamos preocuparnos nosotros mismos. Cuando una visita a su hematólogo reveló nuestra última realidad, programamos quimioterapia. Como habíamos hecho con mi tumor y su recrecimiento, manejamos sus tratamientos con optimismo, apoyo y ánimo mutuos hasta que ocurrió lo inesperado. De la noche a la mañana, se transformó en alguien que no reconocí. Empezó a tomar decisiones precipitadas y unilaterales, como vender nuestro loft, la casa que habíamos comprado recientemente y haber hecho una oferta por una cooperativa en el barrio más elegante de City 4. A pesar de su inconsistencia, lo que seguía igual eran sus notas de amor matutinas. Sin embargo, sus llamadas de la tarde solo para escuchar mi voz se convertían en despotricaciones mordaces sobre nada en particular. Cada noche volvía a casa del trabajo, saludándome como siempre, con un beso y un abrazo. Pero cada vez que mencionaba su comportamiento tan cambiante, se negaba a hablar, alegando que todo estaba bien. Al verme sufrir emocionalmente, reservó una sesión de terapia matrimonial. A medida que la terapia avanzaba, volvimos a nuestros paseos por Park, películas, viajes, juegos de mesa y a hacer el amor. Celebramos el final de sus tratamientos con un viaje a City 6, donde me sorprendió con un collar de Tiffany. Pasábamos las noches disfrutando de cenas románticas, coqueteando juguetonamente en discotecas mientras escuchábamos música en vivo y hacíamos el amor apasionadamente. Pasábamos los días haciendo turismo, comprando y dando largos paseos por la playa. Aunque estábamos cerca, estábamos a kilómetros de distancia, incluso estando en la misma habitación de hotel. Como ambos habíamos acordado seguir el consejo de nuestro consejero matrimonial de abordar estas situaciones de inmediato, comenté que parecía estar distanciándose de mí, pero me interrumpió con un: "Prometí no volver a hacerlo y no lo volveré a hacer". El resto de nuestra escapada fue una mezcla de altibajos, con sus arrebatos de ira seguidos de declaraciones de amor. Confundida e inestable, física y emocionalmente, pensé que me estaba manipulando, pero el hombre que me apoyó antes, durante y después de mi diagnóstico de tumor cerebral, desfiguración, cirugía y radioterapia, que conocía íntimamente la magnitud de mi pérdida de memoria, que había defendido durante mucho tiempo a las víctimas de violencia doméstica, jamás cometería semejante crueldad. Mientras preparaba el equipaje para el vuelo de regreso, recordé la singular disculpa de mi exmarido. Quizás yo lo estaba obligando a hacer esto. Nuestro vuelo de regreso transcurrió sin incidentes hasta que su grave turbulencia emocional provocó un aterrizaje accidentado que continuó mucho después de desembarcar. Renunció abruptamente al trabajo que amaba, fundó una nueva empresa y envió una carta mordaz, llena de ira y acusaciones, a su exesposa, con quien se había divorciado amistosamente, difamándola con palabras de guerra. Orgullosamente me pidió que leyera la carta, pero ignoró mi opinión sobre su contenido y me aconsejó que no la enviara. En nuestra siguiente sesión de terapia, planeé hablar sobre sus decisiones más recientes y precipitadas, pero él tomó la iniciativa, señalándome mientras gritaba: "¡Eres una maldita zorra!". Su rostro estaba contorsionado por el odio mientras se levantaba y salía furioso de la habitación. Antes de que pudiera disculparme con nuestro terapeuta, regresó para repetir su guion ofensivo y dio un portazo al salir. Mientras me hundía en mi asiento, avergonzada, nuestra terapeuta me dijo: "¿Viste mi mano en el teléfono?". "No. Estaba tan humillada que no noté nada más que sus pisotones de vergüenza al salir por la puerta, aunque dudo que sienta vergüenza ni nada. Simplemente estoy muy avergonzada". Ella respondió: "No hiciste nada malo. Él sí. De hecho, le tenía tanto miedo que iba a llamar al 911". Temblé durante todo el viaje en taxi a casa, sola. Me recibió en la puerta, disculpándose y suplicándome perdón. Queriendo mantener al menos un atisbo de paz, lo perdoné. Al día siguiente, me desperté con una nota de amor, seguida de sus cariñosas llamadas telefónicas a lo largo del día. Esa misma tarde, me envió por correo electrónico mi tarjeta de embarque para su próximo viaje de negocios, que habíamos planeado con mucha ilusión. Momentos después, me dijo que no lo acompañaría a Ciudad 6. Necesitaba tiempo a solas y me pidió que no nos llamara, enviara mensajes ni correos electrónicos durante su ausencia. Estaba destrozada. Desde nuestra primera cita, no habíamos pasado un solo día sin contacto. Como no quería que se nos fuera la vida conyugal, accedí. Al día siguiente de su partida, llamé a JetBlue para que me abonaran el billete sin usar y el agente fue muy amable. Me dijo que, como mi billete había sido reasignado a otra persona, no podía abonarlo. Después, me dio voluntariamente el nombre del compañero de asiento de mi marido, información no deseada que me llevó a revisar los extractos de nuestras tarjetas de crédito y las facturas de teléfono. Tenía ante mí páginas y páginas de sus actividades: gastos de hotel, llamadas y mensajes, muchos de los cuales ocurrieron antes, durante y después de nuestra escapada a City 5. Facebook confirmó su amistad. Ella estaba casada y tenía hijos. Por sus deseos, no lo contacté durante su viaje, pero sí lo llamé cuando, mucho después de que aterrizara su vuelo, aún no había regresado a casa. "¿Dónde estás?" "Estoy en la oficina, poniéndome al día con lo que me perdí durante mi ausencia. Me quedaré aquí esta noche y lo terminaré todo". Desesperada por hablar con él y, con suerte, comentar mis descubrimientos involuntarios en persona, lo insté a cenar conmigo en un restaurante local. Finalmente, aceptó. Durante el postre, dije su nombre con indiferencia. Respondió rápidamente: "No tengo ni idea de quién es". Fue entonces cuando saqué mi bolso de verdades que me daba confianza y puse la prueba sobre la mesa. Con la cara enrojecida, dijo: "No la conozco; nunca he hablado con ella. Es todo un error. JetBlue, el Hotel Hudson, AmEx, AT&T y Facebook están equivocados. Los llamaré a todos mañana y lo aclararé todo". Ojalá fuera así, pero no podía negar lo que sabía que era cierto. El hombre que me declaraba su amor incondicional a diario, mi primer defensor en quien confié las decisiones de vida o muerte sobre tumores cerebrales, el hombre que, a su vez, me confió su cáncer, ambos viviendo en la enfermedad y en la salud antes del matrimonio, y él, un defensor de larga data de las mujeres maltratadas y de la NDVH, mentía. Estaba mareada durante el corto camino de regreso a casa. Una vez dentro de nuestro apartamento, gritó: "No me quedo aquí contigo. Estaré en contacto". Al abrir la puerta para irse, vio mi bastón en la esquina y dijo: "Claro, intenta que me compadezcan con eso. No funcionará". Después de mis tratamientos para el tumor, me esforcé por caminar sin ayuda, pero a veces, como después de volver a casa de un entrenamiento intenso, me veía tambalear un poco y me recordaba que usara mi bastón. Cuando JetBlue me descarriló con la realidad, perdí la confianza y el apetito, y en cuestión de días, había perdido tanto peso que volví a apoyarme en mi bastón. Mientras estaba en la puerta sollozando, volvió a gritar su defensa infundada: "¡Están todos equivocados! ¡Están equivocados! ¡Lo arreglaré todo! ¡Están equivocados!". Treinta minutos después de que cerrara la puerta de golpe, recibí un correo electrónico: "Lo pasé bien en la cena". Quince minutos después, otro: "Si fuera a hacer el tonto 1) sería excepcionalmente discreto y 2) no lo haría. No estoy permanentemente enojado, pero esto es una mancha negra para mí, veamos qué podemos hacer con esto...". Luego, otro correo electrónico en el que declaraba su amor eterno y su profundo arrepentimiento. Ansiosa por verlo la tarde siguiente en terapia para hablar sobre este reciente suceso, al menos reciente para mí, llegué temprano a nuestra cita. En la sala de espera, me quedé mirando la puerta esperando su llegada, que no llegó. Nuestra terapeuta me llamó, entré en su consultorio y me senté sin decir palabra. Con la mirada fija en el suelo, dijo: «Ha llamado. No volverá a terapia». Ante esta decisión abrupta y su inusual elección de mensajero, en cuanto llegué a casa, lo llamé para solicitar un formulario de autorización médica para poder reunirme con su hematólogo y comentar que tal vez su transformación se debía al cáncer o a la quimioterapia. Inmediatamente envió el formulario firmado por fax a su médico, me llamó con la fecha de la cita y me prometió que nos veríamos allí. Esa misma semana, estuve en otra sala de espera, mirando la puerta. De nuevo, no apareció. Regresé al consultorio y, tras saludarlo amablemente, le expliqué lo que me había pasado. Sea lo que sea, es temporal. Son la pareja más feliz que conozco. Profundamente enamorados, se apoyan mutuamente, siempre juntos. No se preocupen, todo saldrá bien. Me sentí aún más incómoda, pero a la vez reconfortada. Regresé a casa y encontré otro correo electrónico. «El dinero está a salvo. No lo llevaré a ningún lado. Fuera del país, no. Esconderlo, no. Por favor, no me presionen para hacer lo que se hará». Como no había mencionado el dinero, no sabía a qué se refería. Al acceder a nuestra cuenta bancaria conjunta, noté que, por primera vez desde que nos casamos, no había ingresado su nómina. Se había ido y, sin embargo, no como siempre me pedía que me encontrara con él en restaurantes de la zona, con su correo. Nuestras reuniones eran frías, pero siempre optimistas, así que seguí viéndolo. Después de cada reunión, me enviaba correos como: "Te quiero, cariño, bésame" y "Estabas guapísima anoche, como siempre". Anhelaba esas palabras, que antes eran comunes, pero ahora eran raras y habituales, seguidas de insultos. Y, sin embargo, cada mensaje me daba la esperanza de que tenía razón y que lo que yo sabía que era cierto estaba mal. Tras días de esos correos de "Te quiero", empezó a llamar para hablar de un acuerdo de separación formal, informándome de que ya no estábamos casados, de que esto era un negocio, de que le había costado todas sus fuerzas salir de nuestro apartamento y de que había sido infeliz desde el día que nos conocimos. Su siguiente correo me amenazaba con que si no aceptaba lo que él llamaba un acuerdo de separación mutuo y decidido, mi bienestar futuro se vería afectado negativamente y me demandaría por trato cruel e inhumano. Mis días y mis noches estaban llenos de sus mensajes supresores del apetito. Casi demacrada, estaba demasiado débil para hacer ejercicio y dejé de asistir a las clases de baile que tanto me gustaban, las que él solía disfrutar conmigo. Incapaz de ocultar mis huesos prominentes con ropa, estaba en un chequeo médico de rutina cuando mi médico me dijo: "¡Has perdido toda tu musculatura! Tienes que volver a entrenar". Regresé a las clases de baile que tanto me gustaban. En cuestión de minutos, estaba rodeada de mi profesora y alumnos, que me recibían con abrazos y sonrisas antes de informarme de que mi marido había empezado a asistir a clase con una mujer a la que había presentado como su novia. Empezaron a aparecer varias veces por semana en lo que habían sido mis clases habituales. Mi decisión de asistir a otras clases provocó un aumento de sus llamadas y amenazas, y después me notificó que se había mudado a la zona residencial para alejarse de mí. Lo había hecho y, sin embargo, no, porque, aunque vivía en otro barrio, seguía aparcando enfrente de nuestro apartamento. Después de dos meses de encontrarme con él incómodamente fuera de nuestro edificio, contraté a un abogado. Mi esposo, miembro de la junta directiva de un refugio para mujeres maltratadas mucho antes de conocernos, no ocultaba su desprecio por el maltrato físico de mi ex. También creía que mis tumores cerebrales se debían a que mi ex me agarraba del cuello, me levantaba y me golpeaba la cabeza contra las paredes y su camioneta. Y, sin embargo, se apropió de la lista de regalos de mi ex, aunque su paquete llegó sin franqueo. Estaba haciendo recados el día de mi cumpleaños cuando oí a un hombre llamarme. Al mirarlo, bajó la vista hacia un montón de papeles; el primero que vi fue una foto mía tomada en tiempos más felices. Me los entregó y dijo: «Te lo he notificado». No iba a extender la mano para aceptarlos, así que los dejó caer al suelo. Ante mí, en la bulliciosa acera de la calle, bajo el viento de noviembre, yacían veintitrés cargos de trato cruel e inhumano, mentiras que mi esposo luego admitió haber inventado. Como no teníamos hijos, no habría batalla por la custodia, así que sabía que nuestro divorcio sería rápido. A punto de ir a la primera cita judicial, mi abogado me llamó para decirme que la cita se había reprogramado porque mi esposo estaba fuera de la ciudad. Estaba disfrutando del sol de Island 2 otra vez, pero a diferencia de nuestra luna de miel, tenía un séquito: su novia, sus dos hijos, su abuela y nuestro dinero. Sus tácticas dilatorias se volvieron tan rutinarias como sus constantes y vengativas violaciones de las órdenes de manutención temporal del juez. Amigos y colegas que envidiaban nuestro matrimonio se quedaron atónitos con la forma en que me había tratado y con su solicitud de divorcio, ya que siempre les había dicho cuánto me quería y lo feliz que era. Y, para tranquilizarme, su exesposa me dijo que lo que había presenciado durante años era cierto: él había pagado diligentemente la manutención ordenada por el tribunal sin interrupciones ni quejas, así que ella sabía que haría lo mismo conmigo cuando se formalizara nuestro divorcio. Incluso sus amigos más cercanos dijeron, como él, que siempre me cuidaría. Después del juicio, mientras esperaba la decisión del juez, asistí a citas médicas y me sometí a pruebas de rutina, la última de las cuales reveló otro tumor cerebral, que amenazaba mi visión restante. Tras otra neurocirugía de emergencia, desperté en la UCI de Neurología, pero esta vez, temporalmente ciega, desfigurada y sola. No solo me había abandonado hacía mucho tiempo, sino que los amigos y familiares que habían estado presentes y me habían apoyado después de mi primera neurocirugía siguieron su ejemplo cuando más los necesitaba. Intenté recuperarme en paz, pero mis valientes esfuerzos se vieron interrumpidos y retrasados por agentes inmobiliarios que mostraban nuestro apartamento a posibles compradores. Esta fue la única orden judicial que cumplió: la publicación de nuestro condominio en Ciudad 7 y nuestra casa en Ciudad 5. El asunto de nuestra propiedad en Estado 2 se resolvió cuando recibí el paquete de cumpleaños de mis padres. Dirigido con la letra cursiva y controlada de mi padre, abrí la caja con entusiasmo y encontré un regalo único: el abridor de la puerta del garaje sin tarjeta, papel de regalo ni cintas. Al igual que mis amigos, que me abandonaron cuando mi esposo lo hizo, mis padres hicieron lo mismo, abandonando también la casa adosada de Florida. Una llamada al agente inmobiliario que nos vendió la propiedad reveló que se marcharon, dejándola vacía y a mí, vacía. Como mi esposo sabía de mi reciente cirugía cerebral, su regalo de recuperación fue violar las órdenes judiciales temporales para mis gastos médicos. Con dificultades para ver, sometida a dos cirugías más para corregir la desfiguración y sumida en un profundo dolor emocional y físico, mis médicos me recetaron fisioterapia, una gran cantidad de medicamentos y auxiliares de atención médica a domicilio, que eran cruciales. Pero sin recibir la manutención ordenada por el tribunal, no podía costear todos los cuidados necesarios, lo que me provocó más daños físicos. Basándose en la abundante evidencia médica presentada ante el tribunal, la jueza aceptó mi discapacidad. Inmediatamente, seguí su orden y solicité el Seguro de Incapacidad por Seguro Social (SSDI). Reconociendo que no podría sobrevivir con las prestaciones del SSDI como única fuente de ingresos, en su sentencia definitiva, mi exmarido recibió la orden judicial de pagar la manutención conyugal, el excedente de gastos médicos y mantenerme como única beneficiaria de su pensión y seguro de vida. Empecé de nuevo, pero mi segundo comienzo empezó y terminó simultáneamente con sus continuas violaciones de las órdenes judiciales. Necesariamente, regresé al tribunal con un abogado y una moción de desacato. De vuelta en la sala del tribunal de nuestra jueza de primera instancia, esta audiencia duró solo treinta minutos, durante los cuales revisó mis pruebas de atrasos acumulados en la manutención conyugal y la cancelación de mi seguro médico. Una vez más, la jueza le ordenó que cumpliera todas las órdenes judiciales y, una vez más, dijo que lo haría y, una vez más, no lo hizo. Contraté a otro abogado y presenté una segunda moción de desacato, que fue asignada a un juez diferente. En nuestra primera audiencia, la jueza le informó que las continuas violaciones podrían resultar en prisión. No quería que lo encerraran, pero como dictaminó la jueza de primera instancia, no podría sobrevivir sin que él cumpliera todas las órdenes judiciales. En lugar de creer la amenaza no tan disimulada del juez, sus violaciones continuaron, pero con un nuevo giro: la pluma. En los asuntos de sus cheques de manutención, que le faltaban o se atrasaban, empezó a escribir mensajes emocionalmente abusivos como "Dinero ensangrentado" y su favorito más común: "Maldita zorra malvada". Luego, arrugó los cheques hasta convertirlos en bolas que metía en sobres. Sus actos atroces e ilegales continuaron durante cuatro años más, tiempo suficiente para que el juez olvidara las acciones de ejecución de la orden judicial que le otorgaban. Con mis finanzas disminuyendo rápidamente, ya no podía permitirme una representación legal, así que me convertí en un tonto, representándome a mí mismo. Esta sería una mala decisión para cualquiera, pero especialmente para alguien cuya única formación jurídica hasta ese momento había sido los años previos en el tribunal de divorcios. A esto se suman mis problemas neurológicos permanentes que hacía tiempo que me impedían trabajar y mantenerme. Entre ellos, inflamación cerebral, pérdida de memoria y dolor nervioso, todo lo cual se intensificó. Mientras luchaba por presentar mociones, organizar documentos legales y asistir al tribunal, sufrí catástrofes catastróficas que resultaron en daños tan cuantiosos como las violaciones intencionalmente crueles de las órdenes judiciales por parte de él y las de una jueza que admitió repetidamente no haber revisado el caso ante ella. Una inundación masiva resultó en la pérdida de mis pertenencias y mi apartamento; recibí múltiples diagnósticos, incluyendo un tercer tumor cerebral, glaucoma, una hemorragia crónica de retina en mi único ojo utilizable, cataratas que requirieron cirugía inmediata, un quiste ovárico y tejido cicatricial quirúrgico previo que me causó un dolor insoportable. Todo esto mientras luchaba por seguir representándome a mí misma en el tribunal. Mientras tanto, para pagar tratamientos médicos críticos, pruebas, medicamentos, cirugías y la necesidad de alojamiento, acumulé deudas de tarjetas de crédito por primera vez en mi vida. Aunque mi póliza de seguro de inquilino cubría el reembolso por inundaciones, este se disipó rápidamente en necesidades básicas como comida, alojamiento, transporte al tribunal, seguro médico y más. Cuando pensé que había tocado fondo, empecé a recibir mensajes acosadores y a menudo profanos de direcciones de correo electrónico ingeniosas, incluyendo uno de Dirección de correo electrónico informándome que la feliz pareja se había casado y criaba a sus hijos en lo que había sido nuestra casa en Ciudad 8. A ese mensaje le siguió mi siguiente regalo de cumpleaños: una planta muerta con una etiqueta de floristería donde él escribió: "Te quiero". Denuncié constantemente sus acciones dañinas, acosadoras y abusivas a la jueza, quien, mirándolo fijamente, respondió: "Deja de hacer eso". Él le respondió afirmativamente, pero en cambio, incrementó sus ataques violentos por correo electrónico, además de añadir llamadas telefónicas infantiles. Durante los cinco años que pasamos ante esta jueza, ella optó por ignorar mis pruebas objetivas y documentadas de sus constantes violaciones de las órdenes judiciales, que incluían la suma total acumulada de sus atrasos en la manutención conyugal, al mismo tiempo que ignoró su antigua promesa de exigirle cuentas por sus infracciones. A pesar de su confesión judicial, respaldada con pruebas, de que violó la orden judicial original al reemplazarme con su novia como beneficiaria de su pensión y seguro de vida, la jueza hizo la vista gorda, lo que equivalió a aprobar esta violación. Finalmente, la jueza dictó su fallo, el cual ignoró mis años de pruebas fácticas que demostraban sus diez años de violación continua de las órdenes judiciales y que, lejos de sus afirmaciones infundadas de estar completamente en bancarrota, contaba con recursos suficientes para pagar la totalidad de la pensión alimenticia atrasada, que superaba el cuarto de millón de dólares. Al explicar su razonamiento para ignorar el estado de derecho, dijo: “Dadas las comorbilidades del demandante, le queda menos tiempo que a él, por lo que no necesitará la pensión alimenticia acumulada ni ningún otro beneficio estipulado en la sentencia de divorcio previamente dictada. Me quedé allí, conmocionada, al descubrir que una jueza de la Corte Suprema del Estado había basado una decisión legal en su predicción no médica de mi muerte inminente. Me alejé del sistema legal, aún más maltratada y magullada, con cicatrices tan invisibles como las causadas por el abuso sexual, emocional, físico y verbal de mi primer esposo. Esas dolorosas heridas permanecen tan invisibles como mi pérdida irreparable de la visión, el crecimiento continuo de tumores cerebrales, los tratamientos de radiación, el abandono de amigos y familiares, y de aquellos que dejó mi segundo esposo: abuso financiero y psicológico que, combinados, equivalen a abuso físico, ya que me dejaron aún más incapacitada, ya que no he podido obtener ni mantener un refugio, tratamiento médico, medicamentos ni otras necesidades básicas de supervivencia. Sola, con dolor y necesidad, vergonzosamente me convertí en... Dependía de la bondad de desconocidos, de alguien que generosamente me proporcionó refugio temporal y comida, manteniéndome con vida cuando alguien más murió: mi exmarido. Al parecer, la bola de cristal de nuestra jueza estaba tan agrietada como el estado de derecho que ella decidió romper. Un año y cinco meses después de que ella emitiera su fallo y modificara la sentencia de divorcio original, él ya no estaba. Pero yo no. Mi salud ha empeorado constantemente desde que hice mi Conexión Amorosa con mi segundo esposo, después de lo cual me invitó a "El Juego de las Citas" seguido de "El Juego de los Recién Casados". Creí haber ganado el premio de su amor, afecto y apoyo eternos. Pero cuando empezó a jugar a su juego de mesa favorito, el Monopoly Malévolo, perdí y seguí perdiendo desde que se declaró banquero y magnate inmobiliario, dueño de todas las propiedades y servicios públicos. Durante su juego ilegal e interminable, nunca fue a la cárcel, directa ni indirectamente, y nunca cobré $200.00 por pasar la salida ni los más de $250,000.00 acumulados en manutención conyugal. Me quedé con Con pocas preguntas sobre cómo y por qué sucedió todo esto, jugué a un juego propio: conectar los puntos. Una sola línea conectaba cada punto, formando un árbol genealógico con raíces podridas y ramas infectadas por la ascendencia. De niña, mi madre presenció el maltrato físico, económico y emocional que su esposo sufrió por parte de su madre, lo que la llevó a casarse con mi padre por la seguridad que siempre había deseado, solo para revivir lo que su madre había vivido. De igual manera, mi madre hizo todo lo posible por ignorar y ocultar el maltrato de su marido. Mi hermano optó por ignorar la verdad de los gritos de mi madre aquella lejana tarde de domingo. De igual manera, optó por ignorar el maltrato físico que me vio sufrir en aquel bar del campus, así como mis crecientes discapacidades y las pérdidas sustanciales derivadas del maltrato económico y psicológico de mi segundo marido. Mi padre era un buen hombre, y también lo era. Nos quería mucho a mí, a mi hermano y a mi madre, pero en última instancia, la amaba con locura. En cuanto a mis suegros, después de pagar cuarenta y un centavos para aceptar los papeles de divorcio de su hijo, con franqueo pagado, supe que mi primer... El padre de mi esposo había maltratado físicamente a su madre, lo que la llevó a sufrir dos crisis nerviosas. Cuando le conté cómo su hijo me maltrataba física y emocionalmente, me aconsejó que debería haber hecho lo mismo que ella con mi esposo y dejar de hacer lo que le molestaba. Al conocer al hombre que sería mi segundo esposo, me contó la verdad de haber sido traicionado por su esposa durante su matrimonio. Un año después, detalló la violencia doméstica perpetrada por su madre. Durante su infancia, su madre le preparó a su hermano un sándwich con un condimento único: vidrios rotos. Además, a menudo los maltrataba psicológicamente a él y a su esposo con su arma favorita, la manipulación psicológica, lo cual solo terminó cuando la internaron. Soy prueba viviente de que, al igual que con la discapacidad y la indigencia, la violencia doméstica no tiene que ser visible para existir; sin embargo, pocos creen en mi verdad de vivir esos traumas. En lugar de escuchar una palabra empática, la mayoría de las veces me dicen: "No pareces discapacitado, maltratado o sin hogar. Con el tiempo, he aprendido que existe una imagen generalizada y preconcebida de cómo es una víctima discapacitada y empobrecida que se convierte en sobreviviente de violencia doméstica, y desafortunadamente, esa imagen suele ser errónea. No todas las tragedias son visibles. No todos los que viven por debajo del umbral de pobreza viven en las calles, no todos los discapacitados están destrozados y sin sentido, y no todas las víctimas de violencia doméstica tienen huesos rotos, ojos morados o moretones. Cualquiera puede experimentar lo que yo experimenté, además de desafíos adicionales, ya sea rico, de clase media o pobre. La violencia doméstica puede ocurrir en cualquier lugar, en una granja del Medio Oeste, en una playa, en una ciudad bulliciosa o en la tranquilidad de la Ciudad, tal como me pasó a mí. Del mismo modo, los abusadores, las víctimas y los sobrevivientes de violencia doméstica provienen de todas partes, como en mi caso, de la Costa Este, Nueva Inglaterra y el Medio Oeste. Los abusadores se parecen a todos, en paquetes de diversos tamaños y formas, en bolsas o cajas de regalo, decorados con cintas y lazos o sin ningún adorno. Específicamente, vistos o no, sucediendo. Para cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento, la violencia doméstica siempre está mal y, con demasiada frecuencia, es totalmente errónea. Sin embargo, lo correcto sigue siendo lo mismo: las víctimas de violencia doméstica y agresión sexual necesitan ser escuchadas, apoyadas y creídas, en lugar de silenciadas, ignoradas y puestas en duda. Ser creídas proporciona sanación, validación, aliento, consuelo y esperanza que salvan vidas. En lugar de seguir demostrando quién soy a quienes no creen en mi verdad, me conformo con saber quién soy y, con eso, me valido, animo, apoyo y consuelo a mí misma y a los demás, ya que juzgar un libro por su portada solo conduce a páginas destrozadas, encuadernaciones rotas y personas destrozadas y rotas. Afortunadamente, he encontrado un pegamento y una esperanza permanentes, pero trágicamente, muchos no lo hacen.

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    De un sobreviviente
    🇮🇪

    Mi historia

    Fui violada a los 18 años, justo después de mi examen de fin de estudios. El hombre que me violó era mi expareja. Había sido físicamente abusivo, lo que me llevó a terminar la relación. Poco después, se puso en contacto conmigo y me pidió que nos viéramos para intercambiar objetos que habíamos dejado en casa de los demás. Acepté, sin darle demasiada importancia. Quedamos en una cita y quedamos en tomar un café en un sitio que frecuentábamos a menudo como pareja. Sin embargo, llegó horas tarde y, al mirar atrás, fue una gran señal de alerta. Me subí al coche con él y condujo hasta un lugar apartado, me incapacitó y me violó. Nunca olvidaré la sensación de intentar soltarme y finalmente darme cuenta de que no era lo suficientemente fuerte. Duró casi cuatro horas y me violaron oral, vaginal y analmente. También usó un objeto extraño durante su ataque. Después, me soltó y caminé durante horas en la oscuridad para llegar a casa. No se lo dije a nadie durante días. La única atención médica que busqué fue la píldora del día después. Después de unos tres días, empecé a aceptar lo que me había pasado y a aceptar que no estaba bien. Que yo no estaba bien. Busqué ayuda en la SATU de Ubicación y elegí la "Opción 3", que permitía tomar y almacenar muestras sin la presencia de la policía. No tengo palabras para describir la atención que recibí en la SATU. Son unos ángeles. Más tarde, sufrí un aborto espontáneo en una etapa relativamente avanzada del embarazo, tras enterarme bastante tarde. Finalmente, denuncié a la policía y arrestaron a mi agresor, aunque en ese momento decidí que no era lo suficientemente fuerte como para permitir que el caso llegara a los tribunales. Sufrí muchísimo en ese momento, con síntomas que ahora entiendo que eran TEPT y depresión, e incluso consideré quitarme la vida. Pero busqué apoyo y conocí a una psicoterapeuta maravillosa. Más tarde, repetí el examen final de estudios y logré acceder a la universidad, donde he recibido un apoyo excepcional. Tuve la suerte de acceder a un apoyo que marcó una gran diferencia para mí, y mi mensaje para cualquiera que lea esto y que haya sido afectado por violencia sexual es que esto mejora y se puede superar.

    Estimado lector, esta historia contiene lenguaje autolesivo que puede resultar molesto o incomodo para algunos.

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    De un sobreviviente
    🇺🇸

    Esto me pasó a mí

    Cuando tenía 20 años, estaba en la universidad y acepté vivir con un conocido llamado name durante el verano mientras yo trabajaba en un trabajo de verano. name tenía varios hábitos inquietantes que siempre me molestaban. Tendía a meterse en mi burbuja personal, no en mi espacio personal, con demasiada frecuencia. También tenía la costumbre de parecer perderse en mitad de la noche al volver a su habitación desde el baño. Una noche, name abrió mi puerta y estaba de pie en mi habitación cuando me desperté y le dije: ¿Qué pasa name? Dijo: oh, debo haberme perdido o confundido al volver a mi habitación desde el baño, lo siento. Después de eso, comencé a cerrar mi puerta con llave por la noche y hubo varias veces que me desperté y noté que name estaba probando el pomo de mi puerta en mitad de la noche. Y pensé, ¿qué pasa con eso? Pero no me preocupé demasiado. Un viernes volví a casa de mi trabajo de verano y name estaba sentado junto a la piscina frente al apartamento con una jarra de lo que él describió como piñas coladas. Me invitó a sentarme y tomar algo. Me sirvió un vaso de piña colada y dijo: esta es mi mezcla especial de piña colada. Quiero que la pruebes. Así que nos sentamos allí y yo estaba sorbiendo su piña colada y llevo más o menos la mitad y me preguntó cómo me sentía. Pensé que era un poco fuerte y se lo dije. Pero name solo dijo bébela, bébela, quiero que tomes otra. Dije que no sé name. Esto se siente terriblemente fuerte y me siento un poco raro. name dijo vamos, esta es mi mezcla especial de piña colada. La hice solo para ti. Tienes que terminarla. Tienes que tomar otra. Me sentiré insultado si no lo haces. No sé name, dije. Me siento un poco raro. Pero name se me puso en la cara, me sirvió otro vaso y me dijo que tenía que tomar otro. Estas son mis piñas coladas especiales. Las hice solo para ti. Tienes que tomar otro. Entonces name me sirvió otro vaso de piña colada, tomó mi vaso vacío y me dijo que lo tomara. Así que intenté beber un poco más. Llegué a la mitad del segundo vaso de piña colada y le dije a name que no me sentía bien. Necesito subir a mi habitación. Intenté levantarme pero tenía problemas. name se ofreció a ayudarme a levantarme, me rodeó con un brazo y me ayudó a subir las escaleras hasta el apartamento. Cuando entramos, le dije a name que creía que necesitaba irme a la cama, que simplemente no me sentía bien en absoluto. name me llevó a mi habitación, me puso en la cama y me dijo que tomara, que le ayudaría a quitarse la ropa. Así que empezó a quitarme la ropa y luego me quitó la ropa interior. Entonces se bajó los pantalones y tuvo una gran erección. Dije name ¿qué pasa? Simplemente comenzó a masturbarse. Mi cabeza daba vueltas, estaba completamente fuera de mí, y comencé a masturbarme también. Entonces me empujó sobre la cama. Dije name, ¿qué pasa? Intenté levantarme de la cama y darme la vuelta y él estaba tratando de penetrarme analmente con su pene. Grité name para, para. No soy una chica, grité. ¡Para! Pero no podía mantener los ojos abiertos y simplemente me desplomé en la cama. Lo siguiente que supe fue que estaba luchando por respirar y estaba muy oscuro. Estaba boca arriba y algo estaba en mi boca. No sabía si era goma, un trozo de carne o piel. Pero empujaba hacia arriba y hacia abajo en mi boca y golpeaba la parte posterior de mi garganta y tenía arcadas. Y el pelo rozaba mis labios. Estaba empezando a correrme rápidamente. De repente me di cuenta de que name estaba encima de mí y su pene estaba en mi boca. Empecé a gritar. Puede que lo haya mordido. Empecé a agitarme y lo empujé lejos de mí. Salté y me di cuenta de que estaba en su habitación y no sabía cómo llegué allí. Estaba gritando y corrí a mi habitación. Cerré la puerta con llave y empecé a rebuscar a tientas buscando mi ropa y las llaves de mi coche. name estaba probando el pomo de mi puerta otra vez. Le grité que parara, que se alejara de mi puerta, que me dejara en paz. Está triste, estaba tratando de ver cómo estaba para asegurarse de que estaba bien. Grité ¿qué quieres decir con bien? ¿Qué crees que acaba de pasar? ¿Qué crees que acaba de pasar? Esto no está bien, grité. Y luego grité ¡Aléjate de mi puerta, voy a pasar! ¡Atrás! Abrí la puerta de golpe y name estaba allí de pie. Grité ¡atrás! y lo rocé al pasar y me dirigí a la puerta principal. Bajé corriendo las escaleras, pasé la piscina y salí a mi coche. Me subí y lo arranqué lo más rápido que pude. Aceleré y salí corriendo del aparcamiento a la calle. Iba demasiado rápido y no sabía adónde iba. No sabía qué hacer. Pero iba en dirección al campus. Así que seguí conduciendo. Y entonces giré en la calle donde estaba mi antigua residencia. Había un campo de atletismo al final de la calle y pensé que tal vez aparcaría allí e intentaría pensar. Pero mientras conducía por la calle, vi la luz encendida en un apartamento adosado donde se alojaba una mujer que conocía. Así que aparqué delante de su casa, me acerqué a su puerta y empecé a tocar el timbre y a llamar a la puerta. Vino a la puerta en bata y le preguntó a nombre 2 qué pasaba. Le dije que nombre me acababa de atacar. Me dijo que entrara y le contara lo que había pasado. Yo estaba de pie en su sala de estar temblando y llorando y probablemente no tenía mucho sentido. Así que me dijo que entrara en su habitación y me hizo acostarme en su cama donde simplemente me quedé acostada y lloré y sollocé. Intentó preguntarme qué pasó. Entre sollozos intenté decirle que name me atacó. name me atacó sexualmente. Dijo que no creía que name fuera gay. name tenía novia. Me preguntó si pensaba que podría ser gay. Dije que no lo creía y que no entendía lo que había pasado. Le dije que pensé que me había drogado. Solo lloré y lloré y lloré, y no tenía mucho sentido. Así que en un momento me tapó con una manta, se acostó ella misma y apagó la luz. Lloré hasta quedarme dormida. Empecé a moverme cuando estaba amaneciendo afuera. No sabía dónde estaba. Estaba tratando de entender qué estaba pasando. ¿Había tenido un sueño terrible? ¿Fue una pesadilla? Pero cuando abrí los ojos, vi que no estaba en mi habitación, sino en la cama de una mujer. Estaba dormida, pero era evidente que no había sido una pesadilla, era real. Intenté darle un codazo y le dije que tenía que levantarme e ir a buscar mis cosas. Tenía que encontrar un nuevo lugar donde quedarme. Entonces se movió aturdida y dijo: «Lo siento, tengo que volver a dormir, no puedo ayudar ahora mismo». Así que me levanté y fui a mi coche. Me quedé sentado en el coche pensando qué hacer. No me sentía seguro volviendo solo al apartamento. Pensé que tal vez necesitaba algún tipo de arma para protegerme. Lo primero que pensé fue que tenía que averiguar cómo comprar un arma. No sabía cómo hacerlo. Tenía que averiguarlo. Pero luego pensé que si conseguía un arma, probablemente acabaría disparándole y acabaría en una celda y mi vida se acabaría, o me dispararía a mí mismo y mi vida se acabaría. Entonces pensé en un cuchillo, quizás debería conseguir un cuchillo. Pero luego pensé que podría usarlo contra él, matarlo y terminar en la cárcel. Así que me decidí por un bate de béisbol. Tenía que encontrar una tienda de artículos deportivos o una que vendiera bates de béisbol. Conduje hasta el centro comercial local y esperé afuera de unos grandes almacenes que sabía que tenían un departamento de artículos deportivos. Tuve que esperar hasta que abrieran a las 9 en punto. Luego, cuando abrieron, entré y compré un bate de béisbol de madera pesado. Esto es lo que usaría para volver al apartamento a recoger mis cosas y protegerme. Así que conduje hasta el apartamento, aparqué mi coche y caminé hasta la puerta del apartamento sosteniendo mi bate de béisbol en mi mano derecha todo el tiempo y giré la llave en la cerradura y name estaba allí parado en la sala de estar. Levanté la pelota de béisbol y dije name ¡atrás! ¡Atrás! ¡Necesito recoger mis cosas! name hizo un gesto con las manos para indicar que estaba bien y dijo que todo estaba bien. Le grité ¡no está bien! Retrocede y déjame recoger mis cosas. Ya no me quedo aquí. Así que fui a mi habitación, cerré la puerta con llave y dejé el bate para poder empacar mis cosas. Tenía un baúl universitario sencillo y una mochila, y los llené con todas mis cosas. En un momento dado, name estaba manoseando el pomo de la puerta otra vez. Le grité que se largara. Dijo que solo quería asegurarse de que estaba bien. Le grité ¡no estoy bien! ¡lo que hiciste anoche no estuvo bien! ¡ya no vivo aquí! name dijo que está bien, que ya no tienes que vivir aquí. Supongo que encontraré a alguien más. Le grité ¿qué quieres decir con que crees que encontrarás a alguien más? ¿Qué crees que pasó anoche? Entonces grité ¡atrás, apártate de mi puerta! ¡Voy a pasar! Intenté recoger mis cosas y mi bate de béisbol y abrí la puerta. Volví a levantar el bate de béisbol y le dije: "¡nombre, retrocede!". Él hacía señas con las manos como si todo estuviera bien, todo bien. Pero le grité que retrocediera y me dejara pasar. Así que llevé mis cosas a la puerta, sujetando el bate todo el tiempo y vigilando por encima del hombro para asegurarme de que no se acercara. Luego abrí la puerta, saqué mis cosas y la cerré. Recogí mis cosas y bajé las escaleras, mirando por encima del hombro para asegurarme de que no me seguían. Pasé por la piscina y salí hacia mi coche. Cargué el coche, me subí y empecé a conducir. No estaba seguro de adónde ir ni qué hacer. Necesitaba encontrar un sitio donde quedarme. Así que conduje hasta el campus a buscar un ejemplar del periódico estudiantil, que solía tener anuncios de apartamentos en alquiler. Creo que había un anuncio de una fraternidad que alquilaba habitaciones para el verano. No me entusiasmaba la idea, pero necesitaba un sitio donde quedarme. Necesitaba seguir trabajando en mi trabajo de verano y ganando dinero para poder volver y terminar la escuela el año siguiente. Así que fui en coche a la fraternidad y hablé con el representante estudiantil, quien me dijo que podían alquilarme una habitación. No estaba claro si tendría la habitación para mí solo todo el verano, pero sí podían alquilarme una. Así que recogí mis cosas y me mudé. Esa noche no me sentí cómodo. No podía cerrar la puerta con llave y no paraba de pensar en nombre, preocupándome de que alguien entrara en mitad de la noche. Además, había gente de la fraternidad que se pasaba la mitad de la noche haciendo tonterías subiendo y bajando las escaleras, haciendo ruido, y me costaba dormir. Y también me quedaba en la cama todas las noches pensando en lo que me había pasado y preguntándome qué significaba. ¿Cómo había pasado esto? ¿Soy gay? ¿Significa esto que soy gay? No sentía que pudiera contarle nada a nadie. Pasé los siguientes meses aislándome socialmente. No veía a ningún amigo. Y no hablaba con nadie. No podía contarle a nadie lo que me había pasado. Intenté fingir que no me había pasado nada. Me lo repetía una y otra vez: «Esto no ha pasado». Sentía que si me repetía una y otra vez que esto no había pasado, quizá no sentiría que había pasado. Quizá podría fingir que no había pasado. Quizá podría borrarlo de mi mente. Y seguía pensando que esa era la única manera de superarlo: fingir que no había pasado. Si me repetía una y otra vez que no había pasado, quizá no sentiría que había pasado y quizá todo estaría bien. Y así lo superé. Con el tiempo, volví a abrirme socialmente. Un par de meses después, uno de mis amigos me dijo que era gay. También me dijo que estaba interesado en mí. Yo seguía haciéndome preguntas sobre mi propia sexualidad. No sabía qué significaba la agresión sexual sobre mí. No sabía qué significaba sobre mi sexualidad. Acabé liando una vez con mi amigo gay. Pero no me sentía cómodo. Poco a poco, fui avanzando. Finalmente conseguí mi propio apartamento. Conocí a mi novia de la universidad en el último año. Terminé la universidad y seguí viviendo. Un par de años después, cuando me mudé al otro lado del país, mi teléfono sonó una mañana. Era nombre. Y no paraba de repetir: «Quiero volver a hacer eso contigo». «Quiero volver a hacer eso contigo», dijo. Estaba en shock. Colgué. ¿Cómo consiguió mi número? ¿Cómo me localizó? Pasé un par de días reviviendo mentalmente lo que me había pasado, pero luego empecé a reaccionar. Todavía no le había contado nada a nadie sobre lo que me había pasado y no iba a hacerlo. Iba a ignorarlo. Un año después, fui a ver a un dermatólogo por verrugas venéreas. Me preguntó si tenía relaciones homosexuales. Dijo que solo había visto verrugas venéreas en personas que tenían relaciones homosexuales. Esto es muy doloroso y me trajo recuerdos incómodos. Pero simplemente le dije que no, que no soy gay. Bueno, tuve que soportar una serie de dolorosos tratamientos químicos de peeling de piel que duraron meses. Cada vez que veía a este médico, me preguntaba si era gay. Dijo que la pregunta no era un juicio, que no me estaba juzgando. Pero simplemente le dije que no, que no soy gay. No podía contarle a este hombre lo que me pasó. Y lo saqué de mi mente, intenté sacarlo de mi mente. Intenté seguir con mi vida. Pero he soportado muchos eventos desencadenantes y he sufrido flashbacks desde entonces. Durante los exámenes físicos periódicos, cosas como los exámenes de próstata, el médico hurgando por el ano me desencadena y me deja deprimida y miserable. He evitado cosas que me gustan, como nadar, porque no soporto usar los vestuarios donde otros hombres están en un estado de desnudez. Cuando veo hombres desnudos, mi ansiedad se dispara. Ahora estoy trabajando con un terapeuta tratando de procesar lo que me pasó. Fui agredida sexualmente hace 45 años. Por más que intento olvidarlo, nunca lo he logrado.

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    Actividad de puesta a tierra

    Encuentra un lugar cómodo para sentarte. Cierra los ojos suavemente y respira profundamente un par de veces: inhala por la nariz (cuenta hasta 3), exhala por la boca (cuenta hasta 3). Ahora abre los ojos y mira a tu alrededor. Nombra lo siguiente en voz alta:

    5 – cosas que puedes ver (puedes mirar dentro de la habitación y por la ventana)

    4 – cosas que puedes sentir (¿qué hay frente a ti que puedas tocar?)

    3 – cosas que puedes oír

    2 – cosas que puedes oler

    1 – cosa que te gusta de ti mismo.

    Respira hondo para terminar.

    Desde donde estás sentado, busca objetos con textura o que sean bonitos o interesantes.

    Sostén un objeto en la mano y concéntrate completamente en él. Observa dónde caen las sombras en algunas partes o quizás dónde se forman formas dentro del objeto. Siente lo pesado o ligero que es en la mano y cómo se siente la textura de la superficie bajo los dedos (esto también se puede hacer con una mascota, si tienes una).

    Respira hondo para terminar.

    Hazte las siguientes preguntas y respóndelas en voz alta:

    1. ¿Dónde estoy?

    2. ¿Qué día de la semana es hoy?

    3. ¿Qué fecha es hoy?

    4. ¿En qué mes estamos?

    5. ¿En qué año estamos?

    6. ¿Cuántos años tengo?

    7. ¿En qué estación estamos?

    Respira hondo para terminar.

    Coloca la palma de la mano derecha sobre el hombro izquierdo. Coloca la palma de la mano izquierda sobre el hombro derecho. Elige una frase que te fortalezca. Por ejemplo: "Soy poderoso". Di la oración en voz alta primero y da una palmadita con la mano derecha en el hombro izquierdo, luego con la mano izquierda en el hombro derecho.

    Alterna las palmaditas. Da diez palmaditas en total, cinco de cada lado, repitiendo cada vez las oraciones en voz alta.

    Respira hondo para terminar.

    Cruza los brazos frente a ti y llévalos hacia el pecho. Con la mano derecha, sujeta el brazo izquierdo. Con la mano izquierda, sujeta el brazo derecho. Aprieta suavemente y lleva los brazos hacia adentro. Mantén la presión un rato, buscando la intensidad adecuada para ti en ese momento. Mantén la tensión y suelta. Luego, vuelve a apretar un rato y suelta. Mantén la presión un momento.

    Respira hondo para terminar.