Pasó en el trabajo.

Me quedé en shock. Siendo madre soltera, mi carrera y mi profesionalismo lo son todo, incluyendo mi supervivencia económica. Trabajo para una pequeña empresa dominada por hombres. Parte de mi salario incluye una casa en la propiedad. Ofrecí una de las habitaciones como sala de conferencias temporal; cinco años después, tenía un negocio paralelo en crecimiento y me comuniqué con 30 días de anticipación para informarle que a finales de año quería recuperar ese espacio en mi casa. Eso molestó al dueño. Es un desequilibrado emocional, pero no tenía ni idea de que me aislaría; entró en la oficina gritando que todos se fueran, quería hablar conmigo. Luego me acorraló y, tras lo que parecían ser desvaríos muy ensayados, habló de sus pasatiempos de 10.000 dólares con su esposa y, al mismo tiempo, se inclinó hacia adelante con una mirada lasciva y dijo: «Apuesto a que tienes miedo de que un hombre te encierre en el sótano y te viole el trasero». Me quedé sin palabras y sin aliento, pensando que se estaba operando de una prótesis de rodilla; si se acercaba, podría patearle la rodilla... Cuando terminó de despotricar contra mí, me pidió un abrazo. Estaba tan disgustada, pero asustada, que con lágrimas en los ojos le di un abrazo. Solo quería que terminara, que se fuera... Tuve mi primer ataque de pánico en cuanto se fue, y el siguiente al día siguiente. Una semana después, tuve presión arterial alta (hipertensión arterial) de nivel ictus, y me aseguré de documentarlo con mi médico. Cuando finalmente se lo conté a alguien, tuve una reacción física tan fuerte que me ingresaron en la Unidad de Cuidados Cardíacos (UCC) durante unos días. Aunque no he tenido un encuentro similar desde entonces, tengo gas pimienta y un cuchillo en seis lugares en mi trabajo y en mis alrededores.