Historia de un estudiante universitario destrozado

Cuando tenía 17 años, salía con un hombre que me obligaba a tener sexo con regularidad. En aquel entonces, no creía que fuera una violación. Era mi novio, ¿cómo era posible? Con el tiempo, se volvió más agresivo y contundente. Si me quejaba, me decía: "Voy rápido". Varias veces a la semana sollozaba en silencio mientras esperaba a que terminara. Este proceso me hizo creer que mi único propósito era mi cuerpo, que ya no sentía como mío. Unos meses después de terminar con él, me drogaron en una fiesta y me desperté sin pantalones y con un hombre desconocido en la cama. Lo último que recuerdo es haberle dicho a mi compañera de piso que este hombre me hacía sentir incómoda. Me costó muchísimo aceptar que nunca sabría qué había pasado esa noche, dejar de culparme y volver a sentirme cómoda en mi propio cuerpo. La autoculpa es lo peor de intentar sanar. Pienso constantemente: "Bueno, si me hubiera defendido", "quizás si hubiera reconocido que fue una violación en ese momento", "quizás si no hubiera bebido no me habrían drogado", "quizás si no hubiera sido tan amable, no lo habría tomado como un coqueteo". Pero esa es la cuestión: los "quizás si" no me ayudan. Estoy viva tras la violencia que sufrí. Aprender a silenciar la voz de la duda y la culpa me ha permitido recuperar mi cuerpo y mi vida. Nunca podré volver a antes de que esto sucediera, pero estoy encontrando la manera de sobrevivir con esa realidad.