Anónimo R. Mi historia.

Hola, mi terapeuta me recomendó este sitio... así que aquí vamos. Bueno, todo empezó cuando tenía 9 años. Mis abuelos se mudaron a Carolina del Norte y todo eso. Mi abuelo y yo siempre fuimos muy unidos. Hacíamos cosas juntos, como comer, ir de compras, comprar dulces... todo eso. De los 9 a los 12 años, no me había dado cuenta, pero él me estaba inculcando. Siempre me decía cosas como lo especial que era para él y cómo me compraba cosas que no le compraba a mi hermano ni a mis primos. Siempre pasaba cuando pasaba la noche en casa de mis abuelos. Mi madre tenía un cáncer de mama muy grave en aquel entonces, así que mi padre tenía que estar a su lado y apoyarla en el hospital de vez en cuando, y como mi hermano era demasiado pequeño para cuidarme (por cierto, es 4 años mayor), tenía que pasar la noche allí. También sufría terribles terrores nocturnos que me mantenían despierta por la noche y me hacían tener un miedo terrible a estar sola o en la oscuridad. Bueno, compartía la cama con mis dos abuelos. Probablemente te des cuenta, siempre era en la cama también. Me tocaba el estómago, el pecho, más detalles en partes que no mencionaré, la zona de los pantalones, etc. Nunca le di mucha importancia, siempre me aseguraba que no era nada malo, por muy raro o inusual que fuera. Finalmente dejó de hacerlo alrededor de los 12 años, cuando mi madre terminó la quimioterapia y superó el cáncer. Cada vez me quedaba menos en su casa. Pero a menudo me hacía comentarios provocativos sobre mi cuerpo, como sobre mi pecho, mi trasero... ya lo entiendes. Los comentarios dejaron de hacerse a los 14, cuando me defendí. Me preguntó: "No me digas que no te gusta jugar contigo misma o complacerte. Todo el mundo lo hace, solo quiero saber si tú lo haces". Le dije que era asqueroso preguntarle eso, y se burló, pero dejó de hacerlo. Poco después, ese mismo año, estaba pensando en todo sentada en mi habitación. Entonces lo entendí. Todo lo que hizo, todo lo que dijo, fue porque me estaba manipulando. Vomité esa noche, como si me hubieran dado un mazazo en el estómago. Habían pasado quizás dos años desde que conté lo sucedido. Todavía no se ha hecho justicia, si es que se ha hecho alguna. Mis abuelos nos culpan a mí y a mis padres por destrozar a nuestra familia. A menudo yo también me culpo. Pero espero y rezo a cualquier dios que exista para que reciba exactamente lo que se merece, en esta vida o en la siguiente.