#249

Nadie te prepara realmente para lo que viene después de la violencia sexual. El acto en sí mismo trae un dolor insoportable, pero la tragedia y la carga emocional posterior son lo que más duele. La mayoría de los días me siento como si estuviera flotando. Pateando lo suficientemente rápido como para mantenerme a flote con la cabeza apenas alcanzando la superficie. Mi cara inclinada hacia el sol mientras mi nariz inhala profundamente. Es difícil mantener mis pies pateando lo suficiente como para jadear en busca de aire, pero puedo hacerlo. Estoy agotada. Pero otros días estoy en un agujero profundo y oscuro en la tierra. La lluvia me gotea y puedo oler el aroma fresco de la tierra. Estoy sola en el frío, acurrucada en posición fetal, mirando al cielo. Mientras miro hacia arriba, el agujero se estrecha y la tierra de los lados se afloja y se estrella contra mí. Extiendo el brazo e intento quitarme la tierra de encima, pero es demasiado pesada. Estoy enterrada. Hay días en que estoy a salvo. Mi cuerpo yace sobre la arena y tengo el control; no tengo miedo de ahogarme ni de quedar sepultado. Las olas me llegan a la punta de los pies, lavando la culpa, la vergüenza y el miedo. Soy libre.