Una confianza rota

Una confianza rota Era alguien en quien creía poder confiar: un amigo que me hacía reír, alguien que empezaba a caerme bien. Cuando me invitó a salir esa noche, no presentí la tormenta que se avecinaba. Unos problemas con el coche nos obligaron a cambiar de planes, y en lugar de salir, nos quedamos en casa. Al principio, nos sentimos cómodos, sentados juntos, compartiendo bebidas y riéndonos de la vida. Nos besamos un poco; fue algo desenfadado, un paso hacia algo nuevo. Pero no quería llegar más lejos. No estaba segura de si me habían echado algo en la bebida. No había bebido mucho, pero me sentía extraña, como si mi cuerpo no me perteneciera. Le dije que necesitaba tumbarme, solo un momento, para recomponerme. Debí de quedarme dormida, pero al abrir los ojos, todo cambió. Él estaba allí, desnudo, encima de mí, besándome. Mi cuerpo se paralizó al sentir el miedo. Le rogué que parara con la voz que pude, pero no importó. No paró. Me despojó de mi ropa, mi poder y mi voz, ignorando cada súplica. El dolor era abrasador, mi cuerpo lo rechazaba de todas las maneras posibles, pero a él no le importó. Siguió adelante, cada embestida una traición, cada momento una eliminación de quién era antes de esa noche. Lloré debajo de él, y cuando terminó, me miró a los ojos —fríos, insensibles— como si lo que hubiera hecho no fuera nada en absoluto. Quería irme, escapar del horror de esa habitación, pero ni siquiera me dio mi ropa. Humillada y rota, me quedé allí sentada, temblando y con náuseas. Las preguntas inundaron mi mente: ¿Y si me embarazaba? ¿Y si me contagiaba una ETS? Apenas había empezado a comprender mis propios sentimientos sobre el sexo, y ahora estaban destrozados. Cuando intenté confrontarlo más tarde, esperando algo de claridad, su respuesta fue una segunda traición. "Consentiste", dijo con indiferencia, como si reescribiera la verdad. Su disculpa a medias no significó nada. No fue suficiente, y nunca lo sería. Pasaron los años, pero el recuerdo de esa noche permaneció conmigo, atormentándome de maneras que no podía explicar. Me sentía atrapada en un ciclo de dolor e ira, desesperada por controlar algo que me había arrebatado tanto. Pensé que reencontrarme con él, enfrentarlo en mis propios términos, podría darme un cierre. Tal vez si recreaba esa noche, esta vez con el control, la herida comenzaría a sanar. Pero incluso con ese plan, sabía que estaba tratando de encontrarle sentido a algo sin sentido. Ninguna acción podría deshacer lo que había hecho. Ninguna recreación podría borrar el trauma que me infligió ni devolverme la persona que era antes.