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He trabajado durante casi 20 años como funcionaria pública en el Estado de Estado, más recientemente para el funcionario de más alto rango, quien se enorgullece de sí mismo y de su cargo por no tener miedo de enfrentarse incluso al mayor acosador, al igual que otros exfuncionarios electos de alto nivel. Sin embargo, bajo el liderazgo de esa persona y lo que yo creía que era protección, sufrí horrible acoso, manipulación y abuso a diario. Esto persistió a pesar de que enfermé físicamente, sufrí un trauma emocional y seguí reportando cada palabra y evento tóxico a mis superiores, quienes eran plenamente conscientes de las consecuencias que sufría. No se hizo nada. En cambio, el entorno tóxico y el liderazgo impostor intensificaron el abuso y tomaron represalias. Duro. Antes de eso, nunca me tomé un día por enfermedad, trabajé durante dos embarazos con apenas una verdadera licencia de maternidad, y nunca dejé de hacer lo que consideraba justicia, por el bien público. Durante 20 años. Cuando comprendí la lección que les estaba dando a mis hijos al aceptar este abuso a cambio de tan solo un sueldo, me fui. Calculo que la pérdida asciende a millones de dólares. He sufrido muchísimo: financiera, física, emocional y, lo peor de todo, un daño moral que temo sea indeleble. Y todo esto bajo la atenta mirada de la persona en nuestro gobierno estatal que es el verdadero Goliat, envuelto en la falsa narrativa de David.