No sé quién soy fuera de ella.

La pareja de mi abuela me cuidó desde el momento en que nací. Estuvo presente en mi nacimiento y, a partir de entonces, me colmó de cariño todos los días. Me llevaba de viaje. Cumplía con todos mis caprichos infantiles. Me compraba alcohol en la adolescencia. Me daba marihuana. Abrió una cuenta bancaria a mi nombre y depositaba dinero cada dos semanas. Me llevaba a San Francisco para celebrar el orgullo y a curiosear en los sex shops del Castro. Nunca le prestó tanta atención a mi hermana como a mí. Siempre que alguien le preguntaba si era su nieta, insistía en decir que era su amiga. Se aseguraba de que la oyera decirlo. Se aseguraba de que se supiera. Recuerdo estar de viaje con ella a los 8 o 9 años y estar sentada en la habitación del hotel pensando: "¿Por qué tiene tanto interés en mí?". Es casi escalofriante. Recuerdo claramente mirarla dormida y preguntarme si yo le "gustaba" de esa manera. Quince años después, estoy casada y mi abuela está trabajando fuera. Su pareja viene de visita el fin de semana. Me dice que no deberíamos decirle a mi abuela; se enfadaría si no la hubieran invitado. Me lleva a un bar, y mi marido también viene. Me invita a copa tras copa, tras copa. Como siempre. Sabe cómo bebo; me enseñó. No recuerdo mucho después de eso, excepto que mi marido no quería bailar, y me enfadé porque no se divertía conmigo. Entonces recuerdo que me besó, y pensé que no era tan asqueroso como pensaba. Después de eso, todo es negro. Mi marido nunca me lo perdonó. Esa noche le impidió hacer nada más, pero me echó la culpa. Nuestra relación nunca se recuperó. Pasé años intentando olvidarlo. No hablamos de ello. Dejé de beber para poder controlar mi cuerpo. Me distancié de mi familia, de ella en concreto. Pero no paró de verdad. Siguió enviándome dinero. Me hizo la única beneficiaria de su herencia. Me puso como beneficiaria de su seguro de vida. Intento ignorarla y no reconocerlo. Intento fingir que no pasó, que simplemente nos distanciamos. Que estoy ocupada ahora que estoy casada y tengo un hijo. Casi dejé a mi marido hace dos años; no me trataba bien. Se había vuelto cruel desde aquella noche, y cuando hablamos en el coche a cientos de kilómetros de distancia, él deseando que volviera a casa pero resentido por mi presencia cuando estaba cerca, lo sacó a relucir. Me dijo cuánto lo había destrozado. Que nunca pensó que le haría tanto daño. Que sabía que no era culpa mía, que era de ella, pero que seguía sin poder perdonarme. Desde aquella noche, no me he recuperado. He interiorizado aún más culpa, más vergüenza, más remordimiento. Hablar de ello desató la realidad, y mi salud sexual y mi identidad han sufrido más que nada. Resulta que soy asexual sin alcohol. Tengo sexo cuando sé que complacerá a mi pareja y porque sé que es lo que se hace con la persona amada, pero no lo busco ni deseo sexualmente a mi pareja. Al mismo tiempo que descubro esto sobre mí, también descubro la profundidad de los efectos del trauma. Durante los últimos seis meses, aproximadamente, lloro cuando tengo sexo. Si no estoy completamente en la mentalidad, al 100% (lo cual es difícil de lograr, ya que el sexo no me motiva mucho), mi mente regresa a esa noche. A lo que recuerdo. Regresa a saber qué hizo, qué habría hecho si mi esposo no la hubiera detenido, a su supuesta indiferencia al respecto, a su sobriedad. Mi mente regresa al hecho de que no hay ningún aspecto de mi vida que no haya sido tocado por ella. Toda mi personalidad (algo con lo que ya me cuesta identificarme) es en gran medida una construcción suya. Nunca he tenido un interés en el que ella no se haya insertado. Nunca he explorado el mundo sin la perspectiva que ella proyecta sobre él. ¿Quién soy yo sino una persona que ella creó? Estoy atrapada y soy pequeña. No quiero ser su persona. No quiero tener nada que ver con ella. Mi abuela se está muriendo de cáncer. La quiero muchísimo, pero es ingenua respecto a lo que pasó. Respecto a por qué su pareja siempre me prestaba tanta atención. Casi dejé a mi esposo hace dos meses. Me convenció para que lo intentara una vez más, pero me dio un ultimátum. Me dijo que tengo que contarle lo que pasó. Quiere que le permita a mi abuela finalmente entender por qué no le gusta ir a su casa. Dice que se lo merece. Dice que ella se lo merece. Me dijo que esto es para que ella pueda morir sabiendo que él no la odiaba. Me dijo que no quiere que vuelva a su casa. Me dijo que si mi abuela no se toma la situación en serio, si no echa a su pareja, no quiere que la vuelva a ver. Que no quiere que mi hijo la vea. Odio esta situación. Lo odio todo. El otoño pasado, la pareja de mi abuela casi muere. Tenía sepsis por SARM. Vivo con el odio hacia mí misma al saber que me decepcionó que no muriera. Se habría acabado. Nunca más tendría que volver a ver su rostro. Nunca tendría que enfrentarme al trauma de su voz, el sonido de su coche llegando a casa de mi abuela, la ansiedad de si aparecerá o no en un evento familiar. Cuando oigo una respiración sibilante parecida a la suya, huelo un olor corporal que me recuerda a ella, veo un producto Justice, un buitre sobrevolando, o huelo el aroma podrido y terroso de comida en descomposición, posos de café y cáscaras de huevo, el lugar al que me transporta será solo un recuerdo lejano. Anhelaba eso en aquellos días de incertidumbre, y me flagelo al reconocer mi decepción. Quiero liberarme de ella. No quiero decírselo a mi familia. Solo quiero ser libre. Quiero que mi hijo conozca a mi abuela. Quiero que tenga un padre. Quiero ser libre. Estoy atrapada.