El peso de su amenaza.

"Vamos, Nombre, ¿creía que me querías?" Miré el mensaje con desesperación y sentí una mezcla de culpa y odio. No sabía qué hacer, no sabía qué podía hacer. Era diciembre, el aire gélido era todo lo que conocía. Durante un paseo por el centro comercial fluorescente, me deslumbró un chico guapo de pelo rubio y crespo. Parecía casi dorado bajo las luces. Sus ojos se encontraron con los míos y en cuanto me pidió mi número, se lo di. No dejaba de decirme lo guapa que era, algo que en ese momento no me lo creía en absoluto. Pensé que tal vez, solo tal vez, este chico sería diferente. A menudo pensaba que tal vez esta vez encontraría el amor que había echado de menos durante tanto tiempo, pero como todas mis historias, tenía un final malo. Los mensajes diarios empezaron a ser cada segundo de cada día y, siendo la chica que soy, me encantaba el cariño y el reconocimiento constantes. Empezamos a hacer videollamadas constantemente. No era para tanto; a veces parecía que también le interesaba lo que yo decía. Casi siempre me gustaba hablar con él, pero cada vez que me llamaba para decirme que me extrañaba, ya sabía lo que le esperaba. Siempre empezaba siendo amable y cariñoso, pero a los pocos minutos de hablar, me pedía fotos. Yo le decía que no, obviamente, y al menos durante un par de días, aceptó mi respuesta. No fue hasta que estuve muy deprimida y de luto por la trágica muerte de un compañero de clase, que empezó a amenazarse. Le conté a este chico mi miedo a perder a mis seres queridos, y como era, lo usó en mi contra. "Tío, te lo juro por Dios, si no me mandas fotos me mato ahora mismo". Estaba aterrorizada. Siendo sincera, sabía que tenía sus propios problemas, pero todo el mundo los tiene, ¿no? Intenté buscar ayuda, pero estaba muy, muy, muy asustada, y ahora entiendo lo ingenua que fui al creerle. Él sabía que no podía perder a nadie más, por eso decidió que yo era la chica de la que se aprovecharía. Mi vulnerabilidad irradiaba a través de mí, haciéndome parecer débil, justo como él quería. Esto continuó durante un par de meses. Él me obligaba a hacer cosas que no quería hacer, y yo, con tanto miedo de que realmente hiciera algo, no se lo conté a nadie. Finalmente, mis padres se enteraron. Me sentí aliviada, aliviada de que me hubieran quitado este peso de encima. Y sí, seguía triste, y quizás un poco desconsolada, pero saber que no tenía que despertar y tener miedo de que él saliera lastimado, hizo que todo se olvidara, casi por completo. Acabé teniendo que denunciarlo a la policía, algo que me daba pavor. No quería que me odiara, ni siquiera que viniera a por mí. Pero sabía que era la decisión correcta; saber que tenía el poder de controlar a otra chica me repugnaba. Como el adolescente repugnante y cruel que era, lo negó todo, intentando hacerse la víctima. Fue duro, lo admito. Pero ahora, al mirar atrás, intento olvidarlo, intento tomarlo como una experiencia de aprendizaje, intento convencerme de que no soy solo mi apariencia, ni solo mi cuerpo, pero es difícil creerlo después de haber sido utilizada y manipulada. Creo que es importante compartir esta historia porque sirve como advertencia para no dejar que nadie se aproveche de ti y para entender que cualquiera, por muy cercano que sea, puede hacerte daño.