De amigo a situación potencialmente de vida o muerte

Cita, soy una mujer trans de 25 años. Conocí a un hombre amable por Instagram. Soy música, y él dijo que también lo era. Hablábamos a menudo por teléfono y en pocas semanas nos hicimos buenos amigos; planeábamos hacer música juntos. Fui en coche a un supermercado en un pueblo rural de Arizona, EE. UU., para reunirme con él. Solo quería conocerlo en persona durante una hora, tantear el terreno para asegurarme de que no pareciera raro. Era un hombre corpulento, pero era muy amable y teníamos mucho en común. Seguía teniendo mis sospechas, claro. Después de charlar una hora, lo llevé a casa de un amigo cercano, ya que su casa estaba a otra hora de camino hacia los pueblos del desierto. No quería dejarlo abandonado en medio de la calle ni en medio de las tierras de cultivo. Dijo que pasaría la noche en casa de su amigo y que volvería solo a casa al día siguiente. Al llegar, me invitó cortésmente a conocer a su amigo y a su madre. Me invadieron las dudas y un mal presentimiento. Pero solo iba a saludar y luego irme. ¿Por qué no? Una madre blanca y común de los suburbios me recibió amablemente en la cocina. Subí las escaleras para saludar a su amigo, darles un poco de marihuana para que fumaran más tarde, despedirme y marcharme sola en mi coche. De repente, su comportamiento cambió. No era violento, sino espeluznante y persistente como el infierno... Empezó a tocarme a través de la ropa mientras su amigo jugaba videojuegos, indiferente a lo que estaba ocurriendo. El hombre empezó a empujarme hacia un vestidor. No reaccioné porque NO TENÍA RECEPCIÓN DE CELULAR en este PEQUEÑO PUEBLO. No había forma de pedir ayuda, miedo a ser atacada si me oponía. Me bajó los pantalones y me empujó suavemente hacia adelante, haciéndome tropezar sobre mis manos y rodillas. Se arrodilló detrás de mí, y supe exactamente lo que podría haber pasado después. Mi lucha o huida se activó. Era vivir o morir. Pensé que seguramente me matarían si hacía algo. Pensando: «Al diablo con todo, al menos tengo que intentar escapar», me subí los pantalones, me puse de pie de un salto y eché a correr. Sin siquiera darme la vuelta, a pesar de oírlo llamarme con cierta preocupación, continué corriendo escaleras abajo y salí por la puerta principal. Subí al coche, cerré la puerta con llave y encendí el motor justo antes de que llegara a la puerta del conductor. Seguía diciendo: «Ay, cariño, no pasa nada, hablemos de esto. Vuelve adentro». Grité algo incoherente que no recuerdo, a través de las ventanillas cerradas. Aceleré a fondo, adentrándome en el atardecer. Conduje a casa a toda velocidad, sin pensar en nada más. Tenía una visión de túnel y solo quería llegar a casa cuanto antes. Solo ahora, UN AÑO DESPUÉS, les cuento mi historia a mi familia y a mi pareja... Pienso hablar de esto con mi nuevo terapeuta. Si tienes la sensación de que no deberías entrar a la casa de alguien, NO LO HAGAS.