Un nuevo yo

Estas son todas las cosas que me dije durante la agresión. Me esforzaba tanto por no reconocer lo que era: Si pudiera relajarme, podría disfrutarlo. Si respirara hondo, las sensaciones serían mejores. Si pudiera calmarme, no reconocería que estaba haciendo algo mal. Si pudiera apartar la mirada, olvidaría que estaba allí. Si pudiera ponerme las manos en el estómago, sentiría mis dedos, no los suyos. Si pudiera seguir lamiéndome los labios, no sentiría su succión, su lengua penetrando. Si pudiera convencerme de que me respetaba, podría hacerlo realidad. Si pudiera cerrar los ojos, no tendría que recordarlo. Si pudiera creer que no me estaba forzando, podría decir que estaba siendo amable. Si pudiera apreciar lo que no estaba haciendo peor, no lloraría por lo que estaba haciendo. Si pudiera decirme a mí misma que le importaba, podría pensar que era considerado. Si pudiera participar, podría decir que lo deseaba. Si pudiera alegrarme de que no gritara, empujara ni golpeara, podría decir que era educado. Si pudiera gustarme más, podría hacerlo consensual. Si pudiera hacer estas cosas, no tendría que aceptar la verdad de lo que hizo. Pero no puedo, no podría, no lo haré. Lo que sé ahora: Un cuerpo inmóvil no es consentimiento. Una lengua silenciosa no es consentimiento. Un rostro inexpresivo no es consentimiento. Una respiración entrecortada no es consentimiento. Aceptar lo inevitable no es consentimiento. Me culpé durante meses por no haber dicho NO ni BASTA, pero dije: "Es demasiado", "No dentro, no puedes entrar", "No sin anillo", "No me vas a quitar la virginidad", "¡Me quedaré embarazada!". Hizo de todo menos embarazarme. Me dije a mí misma que respetaba mis deseos al no penetrarme y eyacular. Besó, frotó, me bajó los pantalones, chupó, me tocó, entró parcialmente. Le impedí penetrarme del todo con la mano. Intentó apartarla. Me di por vencida y simplemente la moví. Me quedé quieta, respiré hondo, cerré los ojos y aparté la mirada. El segundo día empezamos a besarnos. Intentó quitarme los pantalones. Los sostuve. Me tiró del pelo y me empujó hacia abajo sobre él. Me negué. En cambio, metió los dedos en mi garganta y me hizo chupar. Intentó empujarme hacia abajo de nuevo. Me negué. Intentó quitarme los pantalones. Me negué. Me hizo escupirle y se corrió. Me corrí porque estaba excitada. Odio que la respuesta de mi cuerpo fuera tan fuerte. Me siento como una tonta por no querer que se fuera, por creer que le importaba, por volver a ser físico. No lo he visto desde entonces. Lo evité, lo enterré y lo olvidé con éxito durante meses hasta que el trauma se desencadenó al besar a otro hombre en una primera cita. Hice una denuncia. Se está investigando, pero es difícil sentir que realmente importa. Si no me arriesgo a ser vulnerable, pierdo la oportunidad de recibir ayuda.