Hacer luz de gas no lo arregla. Lo empeora.

Tenía 19 años, creo. No recuerdo mucho: mi memoria quedó destrozada después, no solo del evento, sino de toda mi vida antes, durante y después. Me mantuvieron inconsciente. Me dijo que lo deseaba, me dijo que lo rogaba. Hizo que mi cuerpo reaccionara a él, y a pesar de que constantemente había una voz en mi cabeza diciéndome que me alejara, diciéndome que esto no estaba bien, lo escuché por encima de mí misma. ¿Cómo no hacerlo? Él era mi mundo entero. Estaba aislada, completamente dependiente emocionalmente de él. Me desnudó con cuidado, me dijo: «Ah, así que eso era lo que querías desde el principio» después de que mi cuerpo reaccionara a su tacto. Me preguntó si me habían hecho ciertas cosas antes. Dije que no. Recuerdo que, incluso a través de la neblina que nublaba mi mente, estaba extasiado con la idea. Era tierno. Estaba convencida de que estábamos enamorados, de que estábamos hechos el uno para el otro, de que nuestras almas siempre estarían unidas, como dos mitades de un todo. En ese momento no sabía que distraerme activamente y disociarme durante todo el proceso no era habitual, no estaba bien. No sabía que sentirme como una muñeca en brazos de otra persona no estaba bien. Él era un hombre en un cuerpo de mujer, y a mí solo me atraen los cuerpos femeninos, así que todo parecía estar bien en mi mente en ese momento. Pero no lo estaba. Fue mi primera y única experiencia sexual. No pude dejar que nadie más me tocara después de eso, y todavía no puedo porque siento que estoy atrapada de nuevo, como si me hubieran deshumanizado de nuevo. A la mañana siguiente, me preguntó si estaba bien, dijo que estaba preocupado. Le aseguré que sí. ¿Qué más podía hacer? Pero no lo estaba. Incluso en ese momento sentí que no lo era, pero descarté la idea porque… ¿Cómo podía ser una violación si sentía que no podía decir que no? Pero lo era. Me di cuenta de lo que pasó años después. Seis años, para ser precisos. Y durante todo ese tiempo pensé que no tenía derecho a sentir que algo iba mal. No lo recuerdo, pero una persona de confianza me ha contado que lloré durante dos meses después de esa noche; todos los días tenía lágrimas en los ojos. Ambos pensábamos que estaba bien porque lo creíamos. Pero no. Incluso decirlo en voz alta, o escribirlo, se siente liberador a su manera. Todavía quiero arrancarme la piel a veces, cuando me siento particularmente mal. Sigo odiando mi cuerpo. Sufro de TEPT que no recibí tratamiento durante siete años porque había estado luchando contra la idea de que no merecía sanar. Fue duro, pero al final, gané. Lo que me pasó estuvo mal y fue muy doloroso, pero soy una superviviente. Puedo sanar. Sanaré.